?Qu¨¦ le digo a mis amigos que no son estadounidenses?
Nadie deber¨ªa subestimar a las instituciones estadounidenses. La Constituci¨®n no busca la armon¨ªa, sino limitar el poder
Con frecuencia viajo al extranjero e, invariablemente, mis amigos extranjeros preguntan, con diferente grado de desconcierto: ¡°?Qu¨¦ diablos est¨¢ pasando en tu pa¨ªs?¡±. Esto es lo que les digo:
Primero, no malinterpreten las elecciones de 2016. Al contrario de lo que afirman algunos comentarios, el sistema pol¨ªtico estadounidense no ha sido arrasado por una ola de populismo. Es verdad, tenemos una larga historia de rebeli¨®n contra las ¨¦lites. Donald Trump toc¨® la fibra de una tradici¨®n asociada con l¨ªderes como Andrew Jackson y William Jennings Bryan en el siglo XIX y Huey Long y George Wallace en el siglo XX.
Sin embargo, Trump perdi¨® el voto popular por cerca de tres millones de sufragios. Gan¨® la elecci¨®n apelando al resentimiento populista en tres Estados del Cintur¨®n de ?xido ¡ªMichigan, Pensilvania y Wisconsin¡ª que anteriormente hab¨ªan votado dem¨®crata. Si 100.000 votos hubieran sido emitidos de otra manera en esos Estados, Trump habr¨ªa perdido el Colegio Electoral y la presidencia. Dicho esto, el triunfo de Trump se?ala un problema real de la creciente desigualdad social y regional en Estados Unidos. El reciente ¨¦xito editorial de J. D. Vance Hillbilly Elegy describe de manera convincente la enorme diferencia entre California y los Apalaches.
La investigaci¨®n de los economistas de la universidad de Princeton Anne Case y Angus Deaton demuestra que las tendencias demogr¨¢ficas entre los blancos de menores ingresos sin un t¨ªtulo universitario son peores que las de los afroestadounidenses, quienes hist¨®ricamente estuvieron anclados en los extremos m¨¢s bajos de la desigualdad. En 1999, los ¨ªndices de mortalidad entre los blancos sin t¨ªtulo universitario eran aproximadamente 30% menores que los de los afronorteamericanos; en 2015, eran 30% superiores. Es m¨¢s, el empleo en la industria, en alg¨²n momento una fuente primordial de empleos de alta remuneraci¨®n para los blancos de la clase trabajadora, ha ca¨ªdo marcadamente en la ¨²ltima generaci¨®n, a apenas el 12% de la fuerza laboral. Estos votantes anteriormente dem¨®cratas se sintieron atra¨ªdos por las promesas de Trump de sacudir el tablero y recuperar los empleos industriales. Ir¨®nicamente, los esfuerzos de Trump por derogar la legislaci¨®n de atenci¨®n m¨¦dica del presidente Barack Obama habr¨ªan empeorado sus vidas.
Lo segundo que les digo a mis amigos extranjeros es que no subestimen las capacidades de comunicaci¨®n de Trump. Muchos se sienten ofendidos por sus cataratas de tuits y su indignante desprecio por los hechos. Pero Trump es un veterano de la televisi¨®n realidad, donde aprendi¨® que la clave del ¨¦xito reside en monopolizar la atenci¨®n de los televidentes, y que la manera de hacerlo es con declaraciones extremas, no una consideraci¨®n cuidadosa de la realidad. Twitter lo ayuda a marcar la agenda y distraer a sus cr¨ªticos. Lo que ofende a los comentaristas en los medios y en el ¨¢mbito acad¨¦mico no les preocupa a sus seguidores. Pero cuando pasa de su permanente campa?a egoc¨¦ntrica a intentar gobernar, Twitter se vuelve una espada de doble filo que disuade a los aliados necesarios.
Tercero, les digo a mis amigos que no esperen un comportamiento normal. Por lo general, un presidente que pierde el voto popular se traslada al centro pol¨ªtico para atraer respaldo adicional. Eso es lo que hizo con ¨¦xito George W. Bush en 2001. Trump, por el contrario, proclama que gan¨® el voto popular y, actuando como si realmente hubiera sido as¨ª, apela a sus votantes de base. Mientras Trump ha hecho nombramientos centristas s¨®lidos en los Departamentos de Defensa, Estado y Seguridad Nacional, sus elecciones para la Agencia de Protecci¨®n Ambiental y el Departamento de Salud y Servicios Humanos son de los extremos del Partido Republicano. Su personal en la Casa Blanca est¨¢ dividido entre pragm¨¢ticos e ide¨®logos, y ¨¦l complace a ambos.
Cuarto, nadie deber¨ªa subestimar a las instituciones estadounidenses. A veces mis amigos hablan como si el cielo se estuviera viniendo abajo y preguntan si Trump es un narcisista tan peligroso como Mussolini. Les digo que no entren en p¨¢nico. Estados Unidos, a pesar de todos sus problemas, no es Italia en 1922. Nuestras ¨¦lites pol¨ªticas nacionales suelen estar polarizadas; pero tambi¨¦n lo estaban los fundadores de Estados Unidos. Al dise?ar la Constituci¨®n de Estados Unidos, el objetivo de los fundadores no fue garantizar un gobierno armonioso, sino limitar el poder pol¨ªtico con un sistema de controles que tornara dif¨ªcil ejercerlo. Hay una broma que dice que los fundadores crearon un sistema pol¨ªtico que hizo imposible que el rey Jorge nos gobernara ¡ªo que alguien pudiera hacerlo alguna vez¡ª. La ineficiencia se coloc¨® al servicio de la libertad.
Es todav¨ªa pronto y no podemos estar seguros de lo que podr¨ªa suceder, por ejemplo, despu¨¦s de un ataque terrorista importante. Hasta el momento, sin embargo, los tribunales, el Congreso y los Estados han puesto l¨ªmites a la Administraci¨®n, como era la intenci¨®n de Madison. Y los funcionarios permanentes en los departamentos ejecutivos agregan contrapeso.
Finalmente, mis amigos preguntan qu¨¦ significa todo esto para la pol¨ªtica exterior norteamericana y el orden internacional liberal liderado por Estados Unidos desde 1945. Francamente, no lo s¨¦, pero me preocupa menos el ascenso de China que el ascenso de Trump. Si bien los l¨ªderes norteamericanos, inclusive Obama, se han quejado de los oportunistas, Estados Unidos desde hace mucho tiempo ejerce la delantera en cuanto a proveer bienes p¨²blicos globales que son clave: seguridad, una moneda de reserva internacional estable, mercados relativamente abiertos y administraci¨®n de los bienes comunes de la Tierra. A pesar de los problemas del orden internacional liderado por Estados Unidos, el mundo ha prosperado y la pobreza se ha reducido. Pero no podemos estar seguros de que esto continuar¨¢ siendo as¨ª. Estados Unidos necesitar¨¢ cooperar con China, Europa, Jap¨®n y otros para gestionar los problemas transnacionales.
Durante la campa?a de 2016, Trump fue el primer candidato de un partido importante en 70 a?os en cuestionar el sistema estadounidense de alianzas. Desde que asumi¨® la presidencia en enero, las declaraciones de Trump y de sus designados sugieren que es probable que persista. El poder duro y blando norteamericano, despu¨¦s de todo, surge principalmente del hecho de que Estados Unidos tiene 60 aliados (mientras que China tiene apenas unos pocos).
Pero la estabilidad de las instituciones multilaterales que ayudan a manejar la econom¨ªa mundial y los bienes comunes globales es m¨¢s incierta. El director de Presupuestos de Trump habla de un presupuesto de poder duro, con recortes de fondos del Departamento de Estado y del sistema de las Naciones Unidas. Otros funcionarios defienden la sustituci¨®n de acuerdos comerciales multilaterales con tratos bilaterales ¡°justos y equilibrados¡±. Y Trump hoy repudia los esfuerzos de Obama por abordar el cambio clim¨¢tico. Les digo a mis amigos que ojal¨¢ pudiera tranquilizarlos respecto de estas cuestiones. Pero no puedo.
Joseph S. Nye Jr. es profesor en Harvard y autor de ¡®Is the American Century Over?¡¯
? Project Syndicate, 2017.
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