Los escollos de Siria
La intervenci¨®n militar, humanitaria o estrat¨¦gica, debe cumplir dos requisitos: que haya un consenso sobre la forma posterior de Gobierno y el objetivo pol¨ªtico debe ser expl¨ªcito y posible en un periodo de tiempo
Se suele hablar de la Primavera ?rabe desde el punto de vista de lo que supone para las perspectivas democr¨¢ticas. Pero tambi¨¦n es muy importante el hecho de que cada vez hay m¨¢s llamamientos a la intervenci¨®n exterior para contribuir a un cambio de r¨¦gimen ¡ªel caso m¨¢s reciente es Siria¡ª, y ese es un fen¨®meno que trastoca las ideas m¨¢s generalizadas sobre el orden internacional.
El concepto moderno del orden mundial naci¨® en 1648 con el Tratado de Westfalia, que puso fin a la Guerra de los Treinta A?os, un conflicto en el que unas dinast¨ªas rivales atravesaban fronteras pol¨ªticas con sus ej¨¦rcitos para imponer sus creencias religiosas respectivas. Aquel cambio de r¨¦gimen al estilo del siglo XVII acab¨® con alrededor de un tercio de la poblaci¨®n de Europa central.
Para evitar una repetici¨®n de aquella carnicer¨ªa, el Tratado de Westfalia acord¨® separar la pol¨ªtica nacional de la internacional. Se decret¨® que los Estados, construidos en funci¨®n de unidades nacionales y culturales, eran soberanos dentro de sus fronteras; la pol¨ªtica internacional quedaba restringida a sus relaciones a trav¨¦s de las fronteras establecidas. Los nuevos conceptos de inter¨¦s nacional y equilibrio de poder ten¨ªan como objetivo limitar la importancia de la fuerza, no incrementarla; sustitu¨ªa la conversi¨®n obligada de las poblaciones por el mantenimiento del equilibrio y la estabilidad.
La diplomacia europea extendi¨® el sistema de Westfalia por todo el mundo. Si bien sufri¨® tensiones a causa de las dos Guerras Mundiales y la aparici¨®n del comunismo internacional, la naci¨®n-estado soberana logr¨® sobrevivir, aunque de forma precaria, como unidad esencial del orden internacional.
El sistema de Westfalia nunca se aplic¨® por completo en Oriente Pr¨®ximo. Solo tres de los Estados musulmanes de la regi¨®n ten¨ªan ra¨ªces hist¨®ricas: Turqu¨ªa, Egipto e Ir¨¢n. Las fronteras de los dem¨¢s reflejaban el reparto de los despojos del difunto Imperio Otomano entre los vencedores de la Primera Guerra Mundial, con muy excasa consideraci¨®n de las divisiones ¨¦tnicas y sectarias. Desde entonces, esas fronteras han sido objeto de repetidas disputas, a menudo militares.
Al reaccionar ante una tragedia humana debemos tener cuidado
La diplomacia generada por la Primavera ?rabe est¨¢ sustituyendo los principios de equilibrio de Westfalia por una doctrina general de la intervenci¨®n humanitaria. En este contexto, la comunidad internacional observa los conflictos civiles en funci¨®n de inquietudes democr¨¢ticas o partidistas. Las potencias exteriores exigen que el Gobierno negocie con sus opositores para llevar a cabo un traspaso de poder. Pero como la preocupaci¨®n fundamental de ambas partes en general es la supervivencia, esos llamamientos suelen caer en saco roto. Cuando las partes tienen una fuerza equiparable, entonces se invoca cierto grado de intervenci¨®n exterior ¡ªincluido el uso de la fuerza militar¡ª para desbloquear la situaci¨®n.
Esta forma de intervenci¨®n humanitaria se diferencia de la pol¨ªtica exterior tradicional en que elude los llamamientos a defender el inter¨¦s nacional o el equilibrio de poder, que rechaza porque carecen de dimensi¨®n moral. Su justificaci¨®n no es la superaci¨®n de una amenaza estrat¨¦gica sino la eliminaci¨®n de unas circunstancias que se considera que infringen los principios universales de gobernanza.
Si se adopta como principio de pol¨ªtica exterior, esta forma de intervenci¨®n plantea interrogantes m¨¢s generales sobre la estrategia estadounidense. ?Se considera Estados Unidos obligado a apoyar todos los levantamientos populares contra cualquier Gobierno antidemocr¨¢tico, incluidos los que, hasta ahora, se consideraban importantes para sostener el sistema internacional? Por ejemplo, ?Arabia Saud¨ª es un pa¨ªs aliado solo hasta que empieza a haber manifestaciones p¨²blicas en su territorio? ?Estamos preparados para conceder a los dem¨¢s Estados el derecho a intervenir en otros pa¨ªses en defensa de sus correligionarios o sus hermanos de etnia?
Por otra parte, no han desaparecido los imperativos estrat¨¦gicos tradicionales. Un cambio de r¨¦gimen, casi por definici¨®n, crea la obligaci¨®n de construir una naci¨®n. Si no, el orden internacional empieza a desintegrarse. El mapa puede llenarse de espacios en blanco que designan territorios sin ley, como ya ha sucedido en Yemen, Somalia, el norte de Mali, Libia, el noroeste de Pakist¨¢n y, quiz¨¢, puede ocurrir en Siria. La descomposici¨®n del Estado puede convertir su territorio en una base para terroristas o un centro de suministro de armas contra unos vecinos que, al no haber una autoridad central en ese pa¨ªs, no podr¨¢n ejercer represalias.
En Siria se mezclan los llamamientos a la intervenci¨®n humanitaria y la necesidad de una intervenci¨®n estrat¨¦gica. En el coraz¨®n del mundo musulm¨¢n, Siria, bajo la presidencia de Bachar el Asad, ha contribuido a la estrategia de Ir¨¢n en el Levante y el Mediterr¨¢neo. Ha apoyado a Ham¨¢s, que rechaza el Estado israel¨ª, y a Hezbol¨¢, que impide la cohesi¨®n de L¨ªbano. Estados Unidos tiene motivos estrat¨¦gicos para querer la ca¨ªde de El Asad y para promover una labor diplom¨¢tica internacional encaminada a tal fin. Al mismo tiempo, no todos los intereses estrat¨¦gicos constituyen motivos para la guerra; si lo fueran, no quedar¨ªa margen de maniobra para la diplomacia.
Un orden mundial que fusiona guerras civiles e internacionales no puede recuperar nunca el aliento
Cuando se piensa en usar la fuerza militar, hay que tener en cuenta varios aspectos fundamentales: ahora que Estados Unidos est¨¢ acelerando la retirada de las intervenciones estrat¨¦gicas en los vecinos Irak y Afganist¨¢n, ?c¨®mo va a justificar un nuevo compromiso militar en esa misma regi¨®n, sobre todo cuando afronta unos problemas similares? ?Acaso el nuevo enfoque ¡ªsin una base estrat¨¦gica y militar tan expl¨ªcita y m¨¢s orientado hacia las cuestiones diplom¨¢ticas y morales¡ªresuelve los dilemas que condicionaron las campa?as estadounidenses en Irak y Afganist¨¢n, las campa?as que han terminado con la retirada y Estados Unidos dividido? ?O aumenta la dificultad al hacer depender el prestigio y la moral de Estados Unidos de una evoluci¨®n interna del pa¨ªs en cuesti¨®n en la que los norteamericanos tienen cada vez menos influencia? ?Qui¨¦n sustituye al gobernante derrocado, y qu¨¦ sabemos de ¨¦l? ?El resultado supondr¨¢ una mejora de la vida de los ciudadanos y las condiciones de seguridad? ?O corremos el riesgo de repetir la experiencia de los talibanes, armados por Estados Unidos para luchar contra el invasor sovi¨¦tico y que luego se convirtieron en un problema de seguridad para nosotros?
La diferencia entre la intervenci¨®n estrat¨¦gica y la intervenci¨®n humanitaria es muy importante. La comunidad internacional define la intervenci¨®n humanitaria por consenso, tan dif¨ªcil de lograr que suele ser un obst¨¢culo para llevarla adelante. Por otra parte, una intervenci¨®n unilateral o basada en una coalici¨®n de voluntarios provoca la resistencia de pa¨ªses que temen la aplicaci¨®n de la estrategia a sus territorios (como China y Rusia). Por consiguiente, es m¨¢s dif¨ªcil obtener apoyos internos para ella. La doctrina de la intervenci¨®n humanitaria corre peligro de quedarse en suspenso entre sus m¨¢ximas y la capacidad de llevarlas a la pr¨¢ctica; la intervenci¨®n unilateral se produce a costa de perder apoyo tanto nacional como internacional.
La intervenci¨®n militar, ya sea humanitaria o estrat¨¦gica, debe cumplir dos requisitos: primero, que haya un consenso sobre la forma de Gobierno una vez que se haya trastocado el statu quo. Si el objetivo se limita a derrocar a un gobernante concreto, el vac¨ªo resultante podr¨ªa derivar en guerra civil, cuando los grupos armados se opongan a la sucesi¨®n y otros pa¨ªses tomen partido. Segundo, el objetivo pol¨ªtico debe ser expl¨ªcito y posible en un periodo de tiempo que el pa¨ªs pueda permitirse. Dudo mucho que el caso sirio cumpla estas dos condiciones. No podemos permitirnos el lujo de dejarnos arrastrar a una escalada que culmine en una intervenci¨®n militar sin definir, en un conflicto que tiene un car¨¢cter cada vez m¨¢s partidista. Al reaccionar ante una tragedia humana, debemos tener mucho cuidado de no provocar otra. A falta de un concepto estrat¨¦gico debidamente articulado, un orden mundial que difumina las fronteras y fusiona las guerras civiles e internacionales no puede recuperar nunca el aliento. Se necesita tener en cuenta los matices para dar perspectiva a la proclamaci¨®n de absolutos. Esta es una cuesti¨®n no partidista, y as¨ª hay que abordarla en el debate que ahora iniciamos.
Henry A. Kissinger fue secretario de Estado norteamericano.
? 2012 TRIBUNE MEDIA SERVICES, INC.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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