Europa: una idea para m¨²ltiples relatos
Lo que mantiene una idea con futuro del Viejo Continente es su existencia real como unidad de los pueblos, de las sociedades civiles que la componen al margen de su concreci¨®n administrativa o econ¨®mica
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Lo que hoy, a pesar de todo, mantiene una idea con futuro de Europa, como algo m¨¢s que una entidad de actuaci¨®n conjunta en los mercados internacionales, (homog¨¦nea y abstracta en su naturaleza), es su existencia real como unidad de los pueblos, de las sociedades civiles que la componen al margen de su concreci¨®n administrativa. Porque la construcci¨®n europea no es algo que se pueda delegar en gobiernos, comisiones y funcionarios, como parece demostrar el fracaso de una Constituci¨®n Europea dirigida desde arriba: es tarea de toda la ciudadan¨ªa afianzar las relaciones entre los pueblos europeos, limar asperezas, descubrir sinergias, reforzar la confianza. Ya sea como el reconocimiento de Europa en un hecho de muy vieja cotidianidad, en palabras de Ortega y Gasset, o como lo que queremos que exista ¡ªuna civitas mobilis¡ª, como imagen de proyecto o de destino¡ª en las de Massimo Cacciari; la hip¨®tesis de una identidad o imagen europea siempre ha anidado en el inconsciente de nuestras sociedades. Incluso como justificaci¨®n hist¨®rica de las mayores violencias.
?No reside acaso su reconocimiento en el mismo di¨¢logo sobre su existencia? Un di¨¢logo en el sentido originario de di¨¢-l¨®gos, es decir, intercambio de palabras o discursos, relaci¨®n desde, y donde, se construye una identidad m¨¢s como proceso que de arraigo. Algo ya contenido en las pr¨¢cticas que se realizan en distintos espacios, sean estos los de movilidad universitaria a trav¨¦s de los m¨²ltiples programas o encuentros, o en las rec¨ªprocas relaciones en las que se confrontan valores, culturas, y donde se producen las transferencias en el ¨¢mbito del pensamiento.
En el a?o 2005 tuvo lugar en el C¨ªrculo de Bellas Artes de Madrid un congreso, coordinado por el fil¨®sofo F¨¦lix Duque, que con el t¨ªtulo de Buscando im¨¢genes para Europa, reuni¨® a un importante grupo de intelectuales europeos, con el prop¨®sito de dar presencia a ese fondo ¨²ltimo sentimental ¡ªen el sentido de Rousseau y Kant se nos advert¨ªa¡ª de la sociabilidad, fundamento y acicate a su vez de un orden pol¨ªtico vigoroso en este Viejo Continente.
All¨ª, en aquellas jornadas y desde las distintas posiciones respecto a lo que podr¨ªa entenderse como imagen de lo europeo, aparec¨ªa una l¨ªnea de consenso: la de la necesidad de rescatar la idea latente de una Europa como inquietud; o lo que es lo mismo, una desaz¨®n que delata una falta, pero tambi¨¦n una inclinaci¨®n intelectual hacia algo que se entiende como necesario.
El ¨²nico espacio posible para una identidad europea es solo pensable desde la cultura
Varias son las cuestiones que perduran como preguntas a¨²n no contestadas, las que determinan y encauzan el pensamiento sobre Europa; desde la met¨¢fora org¨¢nica, tan controvertida, que pretende reconocer unas ra¨ªces comunes, y que, por tanto, reclama la noci¨®n de origen, un concepto demasiado deudor de un pensamiento sustancialista de lo europeo, dif¨ªcilmente compatible con esa Europa definida desde Maquiavelo como patria de las diversidades, y, por eso, m¨¢s conjunto de formas de identidad que singularidad trascendente.
La idea de unas ra¨ªces comunes, ya sean las cristianas como defendieron Juan Pablo II y Benedicto XVI, o las del conjunto que re¨²ne estas con las de la tradici¨®n de la filosof¨ªa griega y el firme basamento que configur¨® el Derecho Romano, no deja de ser una imagen naturalista que no se corresponde, por su connotaci¨®n de estabilidad y fijeza, con la versi¨®n que atiende, sobre todo, a la dimensi¨®n de proyecto que parece cualificar a Europa como construcci¨®n. Un proceso que incluye la presencia de un telos, aparentemente distante, pero motor del anhelo.
No se trata de ning¨²n relativismo, sino de un reconocimiento de la multiplicidad impl¨ªcita en la interrogaci¨®n sobre una presencia por venir; la de la producci¨®n de un futuro europeo.
La agon¨ªa de Europa, de la que hablaba Mar¨ªa Zambrano, podr¨ªa ser interpretada como la de un ser que no puede definirse en la renuncia a la pluralidad de sus referencias culturales, sino por la direcci¨®n que justifica su proyecto hist¨®rico. Ni tampoco por la existencia de un topos concluso, de un espacio delimitado y fijo, sino, m¨¢s bien, de contornos difusos y cambiantes.
Una Europa que presenta esta inestabilidad y disparidad de contenidos, ?solo puede confiar en una racionalidad derivada de las leyes del mercado y del libre comercio la posibilidad de conseguir una homogeneidad, al mismo tiempo que la irreversibilidad de su proceso? Se trata de una contradicci¨®n, la que est¨¢ impl¨ªcita en la relaci¨®n entre una raz¨®n instrumental ¡ªque procura la unidad como consecuencia de un progreso estable, desplazando a la pol¨ªtica¡ª y una idea que acoge a distintos relatos. Es por ello por lo que las tendencias disgregadoras contenidas en el concepto de Europa, emergen con m¨¢s fuerza ante los desequilibrios regionales que el discurso econ¨®mico no resuelve, a pesar de sus promesas de homogeneizaci¨®n, dificultando el discurso pol¨ªtico.
A¨²n as¨ª, Gianni Vattimo ha considerado a Europa como la ¨²nica utop¨ªa viable para nuestras sociedades, en el sentido de que, asumiendo la ausencia de una base natural u objetiva para avalar la construcci¨®n de Europa, su idea misma conlleva la existencia de una Utop¨ªa necesaria.
Vattimo considera Europa como la ¨²nica utop¨ªa viable para nuestras sociedades
Utop¨ªa, o Archipi¨¦lago en la consideraci¨®n de Cacciari, lo que si resulta ya de una claridad meridiana, es que la unidad europea no podr¨¢ ser solo la consecuencia del c¨¢lculo y la racionalidad econ¨®mica, si esta ignora la dimensi¨®n simb¨®lica de lo pol¨ªtico.
Pero la utop¨ªa nunca ha dejado de ser una forma de consuelo, ya que a su ausencia de lugar le corresponde un lugar ideal, donde las cosas, las personas o las ciudades, est¨¢n dispuestas en un conjunto arm¨®nico. Incluso como tendencia encierra una posible amenaza: la de procurar, como objetivo ¨²ltimo, un espacio liso y homog¨¦neo donde las diferencias han sido abolidas bajo el imperativo de un orden justo.
Michel Foucault defini¨® el concepto de heterotop¨ªa a partir de aquel texto de Borges, donde se citaba cierta enciclopedia china, en la que se inclu¨ªa una clasificaci¨®n de los animales imposible de pensar en su disparidad. Es decir, como un espacio otro, un vac¨ªo espacial como posible lugar de encuentro de palabras y cosas en principio irreconciliables; un no-lugar del lenguaje.
Y, posiblemente, sea esa idea de heterotop¨ªa la que constituya el ¨²nico espacio posible de una identidad europea, solo pensable desde la cultura. Y el intercambio de ideas y de procesos creativos, es el que puede construir ¡ªde hecho ya lo ha empezado en parte¡ª el tejido invisible que sirva para conciliar tantas singularidades distintas, las que conforman un pensamiento sin espacio, sin localizaciones espec¨ªficas en la geograf¨ªa.
Se trata, sobre todo, de un paisaje donde se confrontan valores, donde se debate y se implica a la ciudadan¨ªa. Y donde no se est¨¢ exento de la extra?eza contenida en un encuentro que solo configura una identidad en su distinci¨®n con lo que no es Europa. Y, lo que es, lo que puede ser, reside m¨¢s bien en las relaciones ya existentes, cuya potenciaci¨®n y cuidado, depende, no de ese, al parecer irreversible, espacio abstracto de la unificaci¨®n econ¨®mica o de la seguridad monetaria, sino de las iniciativas espont¨¢neas de la sociedad y sus instituciones, donde la b¨²squeda se mantiene viva.
Nos recuerda Remo Bodei que, en W¨¹rzburg, ¡ªun palacio barroco alem¨¢n que fue decorado en el siglo XVIII por un grupo internacional de artistas dirigidos por el arquitecto Balthasar Neumann, entre los que se encontraba Giovanni Battista Tiepolo, responsable de las pinturas al fresco de los techos de la gran escalera de acceso¡ª, est¨¢n representados los cuatro continentes que por entonces se reconoc¨ªan. All¨ª, el pintor veneciano simboliz¨® a Europa como una Minerva, inteligencia armada capaz de guiarse por s¨ª misma.
De manera quiz¨¢s significativa, la destrucci¨®n casi completa del edificio, como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, respet¨® estas pinturas. Hoy la diosa Minerva no solo reside en Centroeuropa, sino que, entre otros lugares, corona el edificio madrile?o del C¨ªrculo de Bellas Artes.
Juan Miguel Hern¨¢ndez Le¨®n es presidente del C¨ªrculo de Bellas Artes.
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