La maldici¨®n de las albinas (y los albinos)
Se cree que la mujer negra que da a luz a un ni?o albinoes porque ha tenido relacionescon un hombre blanco. Repudiadas por sus maridos, no les queda m¨¢s remedio que huir y refugiarse en campos como este: Kabanga Center en Tanzania.
Servidora: ¡°A diet Coke, please¡±. Lugare?o negro azulado: ¡°No, madam, no diet Coke here¡±. Claro, a qui¨¦n se le ocurre pedir una Coca-Cola Light en los confines de ?frica. Aqu¨ª nadie quiere guardar la l¨ªnea. Lo que quieren es poder comer ma?ana.
Tanzania. Horizontes eternos. Elefantes corriendo a c¨¢mara lenta, hipop¨®tamos chapoteando en los lagos, jirafas paseando entre las enormes acacias africanas, leones copulando¡ Qu¨¦ va. Yo lo ¨²nico que he visto es un par de grillos, un bicho palo y una tortuga como un plato hondo.
Estoy al oeste, junto a la frontera de Burundi, en mitad de la nada. Esto es Kabanga Center. Un poblado especial donde conviven en armon¨ªa albinos, sordos, ciegos, ni?os sin manos y ni?as sin pies. El azar de la gen¨¦tica los ha convertido en excepcionales y los ha agrupado aqu¨ª para poder sobrevivir.
Ya es duro que la cig¨¹e?a te suelte en ?frica pero si, adem¨¢s, naces diferente en un territorio donde impera la ley del m¨¢s fuerte, las dificultades para la supervivencia se multiplican. Mendel y su combinaci¨®n de guisantes debieron avisar de que parte del mundo no est¨¢ preparado para aceptar e integrar a los guisantes outsiders.
Tener relaciones sexuales con una albina te cura del SIDA. Si tomas p¨®cima de albino ser¨¢s rico. Si te toca un albino est¨¢s maldito para siempre. Los albinos no mueren, se desvanecen... Estas y otras barbaridades son creencias profundamente arraigadas entre los tanzanos. El pa¨ªs con m¨¢s poblaci¨®n albina de ?frica. Son el producto estrella para la magia negra.
Unos les quieren descuartizar para hacer rituales invocando prosperidad econ¨®mica y otros quieren fulminarlos porque creen que est¨¢n malditos y les traer¨¢ mala suerte. El resultado de estas supersticiones son las ¡°cacer¨ªas de albinos¡±, que se han llevado por delante a casi un centenar en los ¨²ltimos cinco a?os. Esa es la cifra oficial, la real... multiplica y multiplica.
Aunque el verdadero enemigo de esta poblaci¨®n es Lorenzo. Sin melanina que los proteja del sol africano, casi todos mueren de c¨¢ncer de piel y su esperanza de vida es de treinta a?os. Yo llevar¨ªa muerta nueve. Nunca habr¨ªa descubierto la depilaci¨®n l¨¢ser, la queratina l¨ªquida del Mercadona, ni la pedicura francesa.
Si tuvieran una prevenci¨®n adecuada llevando sombreros, gafas de sol de las buenas y cremas solares, otro gallo les cantar¨ªa y su esperanza de vida ser¨ªa igual que la de sus hermanos negros. Pero no tienen ni un chel¨ªn para pagar nada de eso.
Aqu¨ª los albinos son m¨¢s pobres todav¨ªa. En general, no acceden a la ense?anza secundaria porque las escuelas no est¨¢n preparadas para atender a sus problemas gen¨¦ticos de visi¨®n. Eso se traduce en que no obtienen buenos empleos y, encima, les cuesta m¨¢s casarse por ser de otro color. Si no hay pelas, no hay cremas; si no hay cremas, hay c¨¢ncer; si hay c¨¢ncer, no hay vida.
El caso es que no les puede venir peor dadas a este colectivo, convirti¨¦ndolo en tremendamente vulnerable. Por si fuera poco, sufren la discriminaci¨®n de sus propias familias que, tradicionalmente, los consideran torpes y poco inteligentes, en definitiva, una verg¨¹enza para la familia.
Todas estas patadas los lanzan r¨¢pidamente fuera de la sociedad y los concentra en campos como este, donde se agrupan por su propia seguridad. Kabanga Center es un recinto amurallado de 3 km2 donde viven en amor y compa?¨ªa unas 200 personas, entre albinos y negros con diversidad funcional. Tiene barracones, un mini huerto, cocina comunal, comedor y letrinas. Poco transitado de d¨ªa por forasteros y vigilado por la polic¨ªa de noche para garantizar cierta seguridad.
El primer d¨ªa, cuando llegamos all¨ª los once voluntarios que formamos el grupo de AIPC Pandora, pens¨¢bamos encontrar a los albinos muertos de miedo, escondidos detr¨¢s de los ¨¢rboles, hura?os y desconfiados. Y, oye, de all¨ª salieron corriendo a recibirnos decenas de ni?os de todos los colores, ri¨¦ndose, saltando y enloquecidos de alegr¨ªa por vernos. Empezaron a abrazarnos, a pegarnos miles de mocos, a estornudarnos encima y a darnos besos con babas. Un cl¨¢sico infantil. Mi hipocondr¨ªa casi me provoca un infarto. Yo solo pensaba si con el cargamento de toallitas h¨²medas y los cinco botes de desinfectante que hab¨ªa tra¨ªdo ser¨ªa suficiente¡ he gastado solo uno. Debe ser que el cari?o inmuniza.
Al principio todo era fantas¨ªa y diversi¨®n. And¨¢bamos todos tan contentos -ellos y nosotros- organizando juegos y talleres que no nos d¨¢bamos cuenta de que la sombra del drama estaba siempre ah¨ª, intacta.
Mir¨¢ndoles m¨¢s despacio, cuando consegu¨ªas que se estuvieran quietos dibujando o haciendo pulseras de bolitas, notas que no pueden leer los cuentos porque la mayor¨ªa est¨¢n casi ciegos. Notas que solo comen ugali (pur¨¦ de harina de ma¨ªz), patata y pan, que solo beben dos tacitas de agua marr¨®n al d¨ªa, llena de tierra. Observas que est¨¢n casi todos malnutridos, con el vientre abultado, que tienen la cara destrozada de p¨²stulas y lesiones, la piel llena de heridas abiertas infectadas y casi toda la ropa rota hecha jirones.
Te enteras de que Lusia y Alfred de seis a?os, y ese y el otro y aquel¡ est¨¢n solos aqu¨ª dentro. Les dejaron aqu¨ª sus pap¨¢s por miedo y para protegerlos. Es dif¨ªcil ver todo esto, porque sus risas, gamberradas y energ¨ªa positiva te abducen a la inocencia de su alma infantil, ajena al panorama que les espera. Un futuro sin futuro. Un bombardeo sin piedad a todos los Derechos del Ni?o.
Los once hemos apretado dientes y pu?os de frustraci¨®n, soltado l¨¢grimas de rabia y sentido el desaliento en varias ocasiones. Pero¡ ?eh! no tenemos tiempo, hay mucho que hacer. No hay tiempo para la compasi¨®n, hay que actuar con rapidez y diligencia, porque las cosas s¨ª pueden cambiar.
Manos a la obra con el taller de higiene: favor de limpiarse esas heridas con estos betadines que os dejamos aqu¨ª. Ven aqu¨ª, enano, que te voy a poner protecci¨®n 50 hasta en las orejas. T¨², si no te pones el sombrero que te hemos dado, no juegas a la comba. Hoy solo baila la macarena el que lleve las gafas de sol. Se?ora, le vamos a ense?ar a sumar para que pueda vender las verduras del huerto y que no le den burro por cebra. Damas, vamos a arreglar esas m¨¢quinas de coser para que pod¨¢is confeccionar m¨¢s uniformes escolares y venderlos en el pueblo de Kasulu.
Vivan los voluntarios, Pandora, Cruz Roja y la madre que los pari¨®. Las cosas s¨ª pueden cambiar. Es tan gratificante ir viendo resultados¡ Ver que Maggie se pone las gafas, Josephine la protecci¨®n y que Bibiana lleva las heridas mejor con las curas, no tiene precio.
Ya en Espa?a, echo de menos sus mocos y sus gritos en Suajili que me perforaban los o¨ªdos. Pero ahora toca trabajar aqu¨ª para que sigan teniendo cremas, gafas y gorras. Porque hay que evitar que Yonge tenga c¨¢ncer y conseguir que Zawia, que es m¨¢s lista que el hambre, llegue a estudiar secundaria. Conseguirles agua potable para que no tengan el est¨®mago lleno de tierra y luego de gusanos¡ hacer un pozo quiz¨¢.
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