Sitio (y tiempo) para el libro
La librer¨ªa catalana La Central inaugura un nuevo espacio en Madrid con el af¨¢n de darle vida a la cultura
![](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/LANWPINOEG4BWHGT353R2ZOAAQ.jpg?auth=4389b388f021696a347508bad0bbd6659adfd599b521ed446c0e644e3c299ae0&width=414)
El saber no ocupa lugar, eso se dice. Pero habr¨ªa que contestar que no siempre es as¨ª: que a veces no viene mal hacerle un hueco. La librer¨ªa catalana La Central ya ha demostrado su habilidad para cumplir con creces ese desaf¨ªo, y el martes confirm¨® sus afanes por mantenerse en esa batalla con la inauguraci¨®n de su nueva sede en Madrid. No es un combate f¨¢cil el del libro (en papel). No solo hay que encontrar un lugar donde exhibirlos, promocionarlos, empaquetarlos y venderlos, sino que hay que seducir a los lectores para que les hagan sitio en su agenda. Es decir, tiempo. Tiempo para leer, para sumergirse en las palabras, para quedarse atrapado en sus redes, para perderse en sus laberintos. Tiempo en medio del v¨¦rtigo de ir corriendo de tweet en tweet, de mensaje electr¨®nico en mensaje electr¨®nico y de obsesiva presencia en las redes sociales (no vaya a estar perdi¨¦ndome lo verdaderamente importante).
La lectura tiene que ver con el sosiego y eso casa mal con un mundo fascinado por la instantaneidad. Lo que hoy se exalta es la circulaci¨®n, que nada se detenga, ir de sitio en sitio, y no quedarse (a ser posible) en ninguno. Un libro pide exactamente lo contrario: que te quedes, que tengas un poco de paciencia, que lo vayas descubriendo. A cambio da bien poca cosa a quienes gustan de la velocidad (que a veces tiene tanto de simple espasmo o aturdimiento): una manera serena de disfrutar de la extrema variedad de las cosas, mayor rigor para enfrentarse a los conflictos del presente, una pizca de sabidur¨ªa para sortear las calamidades de la existencia y otros caminos para entretenerse, que a veces se sostienen en el goce de dilatar las tramas, las emociones, los placeres, los escalofr¨ªos.
Cuando las circunstancias se confabulan en contra de algo, y eso le pasa hoy al libro, al que se arrincona como pieza de museo y se sabotea como puro vejestorio, no viene mal defenderse a lo grande. No solo hacerle sitio: hacerle mucho sitio. Convertirlo en el protagonista alrededor del que giren otras cosas: una conversaci¨®n, un encuentro, un debate, una cita, una comida. Para volver entonces a descubrir la riqueza de la lentitud.
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