La independencia no existe
Los Estados-naci¨®n soberanos est¨¢n liquidados en Europa, son residuos. El d¨¦ficit fiscal catal¨¢n es excesivo, pero no un ¡°expolio¡±: arr¨¦glese. Los catalanismos siempre antepusieron dirigir Espa?a a irse de ella
Quiero dedicar este art¨ªculo a mis amigos independentistas.
La pol¨ªtica. Lamento traer desde Europa esta noticia: la independencia es imposible. No porque alguien la impida. Sino porque la independencia ya no existe en la Europa real, la UE. Como no existe el Estado-naci¨®n. Ni la soberan¨ªa nacional. A¨²n pesan. Pero son solo residuo hist¨®rico, apariencia en estado terminal, enso?aci¨®n.
El soci¨®logo Daniel Bell estableci¨® ya en 1987 que el Estado era ¡°demasiado peque?o para atender a los grandes problemas del mundo actual y demasiado grande para encarar los peque?os problemas cotidianos del ciudadano¡±. Desde entonces, el declive del Estado cabalga a la velocidad de la luz. Sobre todo en Europa, empujado por las pinzas trabadas entre la federalizaci¨®n comunitaria y la globalizaci¨®n; entre la transferencia de soberan¨ªa hacia arriba y el traspaso de competencias hacia abajo.
El vaciado del Estado-naci¨®n ha sido aqu¨ª tan dr¨¢stico que lo ha desnaturalizado enteramente. No conserva intacta ninguna de sus grandes funciones espec¨ªficas. Ni acu?ar moneda (pas¨® al BCE), ni guardar fronteras y aduanas (suprimidas las internas del continente por Schengen; compartidas las exteriores), ni la de una verdadera pol¨ªtica exterior (las diplomacias han iniciado su fusi¨®n lenta en el SEAE), ni la de hacer individualmente la guerra (salvo caricaturas como la de Perejil).
En estos a?os de crisis, el despojo de las competencias remanentes es de v¨¦rtigo. Sobre todo en la econom¨ªa, que es precisamente la motivaci¨®n subyacente al independentismo catal¨¢n de nuevo cu?o, posidentitario. Todos los instrumentos cl¨¢sicos de pol¨ªtica econ¨®mica est¨¢n transferidos o se est¨¢n transfiriendo a la UE: 1) El monetario y financiero, o manejo del tipo de inter¨¦s y la cantidad de dinero en circulaci¨®n, la supervisi¨®n bancaria. 2) El cambiario, o manejo del tipo de cambio. 3) El fiscal, o presupuesto e impuestos. 4) El comercio exterior, la tarifa exterior com¨²n, las decisiones comunes en la OMC. 5) Incluso el mercado laboral, la Seguridad Social y las pol¨ªticas de empleo y sociales (de la edad de jubilaci¨®n a las pensiones) se van equiparando a rebufo de la crisis.
Catalu?a es identificable como tal; Espa?a no lo es sin Catalu?a: se resistir¨ªa con empe?o numantino
Los polemistas ¨¢giles endosan estos argumentos, pero arguyen que ya les bastar¨ªa para s¨ª con la sombra, residuo, s¨ªmbolo o apariencia de poder de los Estados, a¨²n notable. Reclaman Estado, aunque est¨¦ desnudo. Se entiende en el corto plazo, pero no parece l¨²cido apostar a largo plazo por una construcci¨®n hist¨®rica en decadencia, llegar cuando todos se van, incluso aunque ignoren que se van. Ni es h¨¢bil agotarse en melancol¨ªas, cuando la nueva fisonom¨ªa de la Uni¨®n requiere de una rebeld¨ªa, esta s¨ª, con causa de futuro: un potente combate por una uni¨®n pol¨ªtica que ejerza el control democr¨¢tico sobre los nuevos poderes, europeos. Si el poder est¨¢ en Europa, controlemos Europa, no sus suced¨¢neos.
La historia. Si el beneficio de la independencia ser¨ªa, pues, m¨¢s bien marginal, ?vale la pena pagar el alto coste que conllevar¨ªa? La historia arroja pistas sobre esa relaci¨®n coste-beneficio. Catalu?a es imaginable como entidad diferenciada, objeto identificable, independiente, porque lo ha sido. Como Principado confederado en la ¨¦poca medieval; como pa¨ªs asociado a la monarqu¨ªa francesa de Luis XIII entre 1640 y 1652; como un conjunto de ¡°estructuras de Estado¡± espec¨ªficas, salvo la Corona, hasta 1714; como regi¨®n aut¨®noma en los a?os treinta; como nacionalidad desde 1978. Pero Espa?a sin Catalu?a no es pensable, rechina al imaginario colectivo. Con raz¨®n. No ser¨ªa, porque al cabo Espa?a es una realidad integradora de muchos factores, pero muy destacadamente el producto de la fusi¨®n de sus matrices castellana y catalana.
?Qu¨¦ implica esto? Que vivir¨ªa una secesi¨®n con desgarro ontol¨®gico: el de pasar de ser a no ser. Recordemos el trauma de la p¨¦rdida de las ¨²ltimas colonias, Cuba y Filipinas; a¨²n restalla en la conciencia colectiva el 98. Esos choques generan conflicto. La hip¨®tesis de una separaci¨®n blanda se trufa de adjetivos amables: ¡°pac¨ªfica¡±; ¡°negociada¡±; ¡°ecu¨¢nime¡±; sin ¡°cambios radicales¡± en el marco legal; en un ¡°entorno de normalidad¡±, la sue?an Modest Guinjoan y Xavier Cuadras (SenseEspanya, P¨°rtic, Barcelona, 2011) para minimizar su coste.
A la luz de la historia ese escenario id¨ªlico parece improbable. M¨¢s bien el recelo ser¨ªa grande y la resistencia quiz¨¢ numantina; comprobaremos los indicios en la campa?a de Navidad. Una t¨¦cnica habitual en otros lares para dome?ar esas reacciones es la de la respuesta radical, populista. Lo que enconar¨ªa el conflicto Catalu?a-Espa?a (o resto de) y dentro de Catalu?a: liquidar¨ªa la unidad c¨ªvica del pueblo catal¨¢n. Un bien precioso siempre. Y en sociedades complejas y mestizas, a¨²n m¨¢s delicado.
Si el camino auton¨®mico federal es imposible, ?no lo es a¨²n m¨¢s la, m¨¢s ardua, v¨ªa de la secesi¨®n?
El catalanismo. Los catalanismos ¡ªde izquierda y de derecha¡ª de vocaci¨®n mayoritaria nunca fueron independentistas (m¨¢s de cinco minutos). Siempre persiguieron dos objetivos, arduos de conciliar: la autonom¨ªa de Catalu?a y la participaci¨®n en la direcci¨®n de Espa?a. ¡°Catalu?a ha de ir a la conquista de Espa?a¡±, proclamaba Enric Prat de la Riba. Apostemos por ¡°la Catalunya gran en l¡¯Espanya gran¡±, le secundaba Francesc Camb¨®. Llu¨ªs Companys se enfrentaba al alzamiento al lema de ¡°Catalunya i la Rep¨²blica dins lo cor de tots¡±. ¡°Se nos asigna un papel de m¨¢quina de tren, no de maquinista¡±, se lamentaba Jordi Pujol. ¡°Lo que es bueno para Barcelona, es bueno para Catalu?a y bueno para Espa?a¡±, sintetizaba Pasqual Maragall.
Ahora se aduce que la v¨ªa autonomista hacia esos fines est¨¢ cegada. Lo estar¨ªa por culpa de la inquina conservadora al Estatuto (que incluy¨® un seudo refer¨¦ndum); de la sentencia restrictiva del Constitucional; del excesivo d¨¦ficit fiscal; de la asfixia recentralizadora a las competencias de las comunidades; de la cicater¨ªa en el reparto de la factura de la crisis econ¨®mico-presupuestaria. Todo eso, en uno u otro grado, es cierto. Pero no predetermina que la soluci¨®n sea la separaci¨®n.
Se alega que la cerraz¨®n centralista es absoluta, que apenas hay alg¨²n federalista de ocasi¨®n m¨¢s all¨¢ del Ebro (aunque, albricias, empiezan a proliferar). Por partes. ?Acaso se olvida que esa misma Espa?a aprob¨® en las Cortes un Estatuto catal¨¢n avanzad¨ªsimo? Con recortes, s¨ª, pero cuyo desmoche todos dicen lamentar, ?o no? Pues no deb¨ªa estar tan superado...
?Es ya impracticable la v¨ªa auton¨®mico federal? Las quejas por los retrocesos del actual Thermidor son razonables, pero si esa v¨ªa es impracticable a causa de la caverna, ?acaso es m¨¢s hacedero un camino a¨²n m¨¢s empinado? Quienes mezclan a todos y consideran que en Espa?a todos compiten en aversi¨®n a lo catal¨¢n, pueden renegar de la tradici¨®n catalanista y proyectar ¡°nuevas ilusiones¡±. Pero su opci¨®n fracas¨® siempre. Quiz¨¢ fuese m¨¢s pr¨¢ctico no reincidir en el error. Sobre todo si al final del camino la independencia no es tal.
La econom¨ªa. El ¨²ltimo alimento de esas ilusiones independentistas est¨¢ siendo el agravio financiero, el d¨¦ficit fiscal ¡ªel saldo entre la contribuci¨®n catalana a la Hacienda com¨²n y el flujo que recibe¡ª, reputado excesivo. La Generalitat de Artur Mas ha nutrido la transmutaci¨®n de la l¨®gica queja cr¨ªtica contra su exceso en una protesta por un supuesto¡°expolio¡±, eso tan cari?oso del ¡°Espa?a nos roba¡± que pregonan los medios subvencionados.
?C¨®mo la ha alimentado? Censurando la mitad de los seis c¨¢lculos de la balanza fiscal, para concluir que en 2009 el d¨¦ficit catal¨¢n fue de 16.409 millones, un 8,4% de su PIB, seg¨²n el m¨¦todo del ¡°flujo monetario¡± con una de las correcciones posibles. Algo a todas luces desorbitado, por m¨¢s solidario que uno pretenda ser. Con igual m¨¦todo pero con la correcci¨®n que olvida, ser¨ªa solo de 12.216 millones, el 6,2%, como sabe el Parlamento catal¨¢n (2 de mayo, comparecencia de la profesora Maite Vilalta). La diferencia entre el 6,2% y el 8,4% es lo que permite catapultar verbalmente el exceso hacia un presunto ¡°expolio¡±.
?Exceso? Comparemos con las realidades federales m¨¢s homog¨¦neas de las que hay datos (Alemania no los da). La regi¨®n m¨¢s rica de Australia, la occidental, tiene un d¨¦ficit del 3,93%; la de B¨¦lgica, Flandes, del 4,4%; la de Canad¨¢, Alberta, del 3,23%. Habr¨¢ que corregir el diferencial entre esas cifras y las nuestras, por supuesto. Pero por la v¨ªa menos traum¨¢tica posible.
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