La amarga lecci¨®n del secretario del Papa
A Georg G?nswein, secretario de Benedicto XVI, le ha estallado el 'Vatileaks' en las manos Estricto, riguroso y apuesto, era para muchos el ant¨ªdoto contra el aire envenenado del Vaticano
El Vaticano es, a fin de cuentas, un Estado cortesano, con mucha charla cortesana¡±, confesaba, con la tranquilidad de quien se siente a salvo de intrigas, el secretario personal del Papa, Georg G?nswein, en una entrevista al semanario alem¨¢n S¨¹ddeutsche Zeitung, en junio de 2007. Eran tiempos felices para el Pont¨ªfice y para su mano derecha. Ratzinger, tan criticado durante sus a?os al frente de la antigua Inquisici¨®n, no paraba de recibir elogios como papa, y G?nswein, de com¨²n acuerdo con su jefe, hab¨ªa erradicado de un plumazo algunas costumbres cortesanas de Juan Pablo II. Con Benedicto XVI se acabaron las misas privadas repletas de invitados, la profusi¨®n de audiencias a visitantes de este o aquel pa¨ªs tan cat¨®lico. Los favores a cambio de favores.
El secretario privado del nuevo Papa, un dechado de eficacia y pulcritud germanas, causaba adem¨¢s estragos con su apostura m¨¢s digna de Hollywood que de la milenaria instituci¨®n cat¨®lica. Alto, rubio, tez bronceada, ojos azules, un rostro juvenil que contrasta con la severidad de la sotana negra, ¡°il bel Giorgio¡± inspir¨® hasta una colecci¨®n de moda a Donatella Versace, prendada como tantas del apuesto sacerdote. G?nswein, todo un car¨¢cter, compart¨ªa la determinaci¨®n del Papa de poner orden en la Curia. En la misma entrevista de 2007 se quejaba de las ¡°zonas porosas¡± que permit¨ªan que nombramientos, medidas disciplinarias o trabajos en preparaci¨®n se filtraran a los medios de comunicaci¨®n antes de ser anunciados oficialmente.
Para entonces, sin embargo, Georg G?nswein ten¨ªa ya trabajando a sus ¨®rdenes en el apartamento pontificio (y en su mismo despacho), a Paolo Gabriele, el mayordomo del Papa, el ¨²nico culpable hasta el momento del esc¨¢ndalo Vatileaks, condenado recientemente a 18 meses de reclusi¨®n.
Un grave fallo, porque G?ns?wein, de 56 a?os, no es un reci¨¦n llegado en el Vaticano. Aterriz¨® en Roma en 1995, con la tarea m¨¢s bien mon¨®tona de redactar notas e informes sobre liturgia en la Congregaci¨®n del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Pero el eficiente y bien parecido sacerdote alem¨¢n no pas¨® desapercibido. A su oficina vaticana empezaron a llegar cartas de amor, y las mujeres por la calle le lanzaban miradas entregadas. Culto y estricto en la concepci¨®n de su trabajo, un compatriota requiri¨® pronto sus servicios, el cardenal Joseph Rat?zinger, que le encontr¨® acomodo en 1996 en la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe (ex-Inquisici¨®n), que presid¨ªa. G?nswein comenz¨® tambi¨¦n a dar clases de derecho can¨®nico en la Universidad de la Santa Cruz, del Opus Dei.
Traici¨®n en la familia
Debi¨® de ser muy duro para monse?or G?nswein descubrir que hab¨ªa cobijado durante seis a?os al ¡®cuervo¡¯, responsable del esc¨¢ndalo ¡®Vatileaks¡¯. En tanto que secretario personal de Benedicto XVI, es el hombre clave en la ¡®familia pontificia¡¯, como se conoce al conjunto de personas que conviven estrechamente con el Papa.
Es un n¨²cleo peque?o, integrado por cuatro mujeres italianas, del movimiento conservador Comuni¨®n y Liberaci¨®n; el propio G?nswein; un secretario adjunto, Alfred Xuereb, de origen malt¨¦s; la experta en transcribir la letra del Pont¨ªfice y cuidar el archivo privado, Birgit Wansing, y hasta mayo pasado, el propio Gabriele. ?C¨®mo fue posible que G?nswein instalara en su despacho a ¡®Paoletto¡¯, y le encomendara tareas de oficina facilitando as¨ª su acceso a cartas y documentos privados?
Era un gran progreso para un chico salido de una aldea de 450 habitantes en la Selva Negra. El mayor de cinco hermanos, su padre regentaba una herrer¨ªa y un peque?o negocio de aperos agr¨ªcolas. Su juventud fue semejante a la de los dem¨¢s chicos de su generaci¨®n. Gran deportista, le gustaban el f¨²tbol y el esqu¨ª, y se pag¨® los estudios trabajando como cartero. ?l mismo ha contado que las chicas no se le daban mal, aunque no hubo ning¨²n amor especial. Era un joven rebelde, de pelo largo y rizado, que escuchaba m¨²sica de Cat Stevens, Pink Floyd y los Beatles. Hasta que surgi¨® la vocaci¨®n, ¡°estudiando filosof¨ªa y teolog¨ªa¡±, seg¨²n ha contado.
A los 28 a?os fue ordenado sacerdote, despu¨¦s de lo cual se dedic¨® a engrosar su curr¨ªculo acad¨¦mico. En su haber pastoral figuran dos a?os como cura en su tierra natal, tras los cuales se dedic¨® a fondo a estudiar derecho can¨®nico, una de las actividades m¨¢s aburridas que puedan concebirse, en opini¨®n del propio G?nswein. Cuando estaba al l¨ªmite de sus fuerzas le lleg¨® la oferta de trasladarse a Roma, al cuartel general del catolicismo, donde se forjan las carreras eclesi¨¢sticas. La suya no tard¨® en arrancar. Ya a las ¨®rdenes de Rat?zinger, Juan Pablo II le nombra en 2000 capell¨¢n de Su Santidad, con t¨ªtulo de monse?or (meramente honor¨ªfico, pero muy apreciado en el Vaticano), y tres a?os despu¨¦s se convierte en secretario personal del cardenal Ratzinger, un hombre culto y refinado que toca el piano y cuida a los gatos callejeros, omnipresentes en la Ciudad Eterna.
G?nswein acompa?a a Ratzinger a veces en los breves desplazamientos desde el domicilio del cardenal, en la plaza de la Citt¨¤ Leonina, hasta las oficinas de la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe, a unos pocos cientos de metros. En persona, G?nswein tiene un porte impactante. Un f¨ªsico y un car¨¢cter en las ant¨ªpodas del que fuera secretario privado de Juan Pablo II, hoy arzobispo de Cracovia, el polaco Stanislaw Dziwisz, del que recibi¨® un sobre cerrado y las llaves de un cofre misterioso cuando, a la muerte de Karol Wojtyla, en abril de 2005, le sucedi¨® Joseph Ratzinger en el trono de Pedro.
Papa y secretario personal parec¨ªan en sinton¨ªa total. Los dos dominan el italiano, pero ninguno comulga con el estilo cortesano que impera en la Santa Sede y en el pa¨ªs anfitri¨®n. El panzercardenal revestido con el palio papal y apoyado por su apuesto escudero llegaba dispuesto a poner orden en la Curia. Siete a?os despu¨¦s, todo apunta a que han fracasado en el primer intento.
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