Afrontar el futuro con recetas del pasado
No puede hablarse ya de ¡°independencia¡± ni de ¡°soberan¨ªa nacional¡± en t¨¦rminos absolutos
Si el largo proceso de la transici¨®n espa?ola nos ha llevado al viejo corral hisp¨¢nico, donde tres nacionalismos irreductibles compiten sin escucharse, este viaje no merec¨ªa tantas alforjas. Precedentes hist¨®ricos, desde luego, sobran: 1814, 1840, 1875, 1898, 1939¡ fechas que marcaron el derrumbamiento de aquel mundo, m¨¢s grande y complejo ¡ªy menos nacional¡ª que el actual.
Los acontecimientos catalanes de estos meses indican cu¨¢nto ha avanzado el desencuentro. Escapar a las etiquetas pol¨ªticas e intelectuales, superar las barricadas de sentimientos y resentimientos, es cada vez m¨¢s dif¨ªcil y se siente uno tentado de tirar la toalla y protegerse del temporal en el espacio dom¨¦stico. ¡°Ya estamos hartos de ellos¡±, ¡°separ¨¦monos¡±, son las frases del d¨ªa. Pero esa no ser¨ªa soluci¨®n de nada sino inicio de otra serie de problemas, seguramente mayores.
Evitemos, para empezar, la sacralizaci¨®n del consenso constitucional de 1978. Es cierto que el acuerdo colectivo plasmado en la Constituci¨®n y los Estatutos sustituy¨® una tradici¨®n de administraci¨®n centralizada, ineficaz y desp¨®tica por otra basada en la existencia de una comunidad humana, la espa?ola, a la que se a?ad¨ªan otras ¡°comunidades hist¨®ricas¡± con capacidad de autogobierno. Fue un pacto valioso y no una mera concesi¨®n a la coyuntura ni un esquema lastrado por una ambig¨¹edad destructiva. Aquel modelo de convivencia permiti¨® que muchos ciudadanos se sintieran espa?oles o catalanes durante unas d¨¦cadas sin abdicar de otras identidades. Pero eso no significa que sea intocable, que no pueda replantearse si se comprueba que ya no cumple sus objetivos iniciales: resolver ¡ªo aminorar¡ª problemas, garantizar la equidad entre los ciudadanos, responder a la complejidad de nuestra sociedad.
Evitemos, para empezar, la sacralizaci¨®n del consenso constitucional de 1978
Si entendemos las cosas de ese modo, en lugar de seguir insistiendo ad nauseam en heridas, incomprensiones y agravios remotos deber¨ªamos plantearnos las insuficiencias de aquel sistema auton¨®mico que pactamos entre todos, como pactamos su integraci¨®n en una entidad superior, la Uni¨®n Europea, cuya l¨®gica exige el desmantelamiento paulatino del Estado nacional. Vivimos un mundo en el que es absurdo ya proclamar la ¡°soberan¨ªa nacional¡± o hablar de ¡°independencia¡± en t¨¦rminos absolutos. Quien sue?e con una Espa?a homog¨¦nea y se sienta molesto por los ¡°dialectos regionales¡± est¨¢ tan fuera de la realidad como quien sue?e con nuevos Estados independientes y felices, de los que desaparecer¨¢n las interferencias a las que imputan todos sus males.
Analicemos, pues, los aut¨¦nticos problemas, los que deben provocar debate y conflicto, sin refugiarnos en espejismos de unanimidad que ocultan la complejidad de la vida. Ni ¡°Catalu?a¡± ni ¡°Espa?a¡± son entes unitarios, org¨¢nicos, con sentimiento y voluntad un¨¢nimes ¡ªcomo quieren los nacionalismos¡ª, sino realidades compuestas por grupos e individuos distintos, entre los que predominan los sentimientos de identidad compartida.
La funci¨®n del sistema pol¨ªtico es resolver problemas, no agravarlos
Un primer pleito real es el fiscal. Aunque es una cuesti¨®n t¨¦cnica sobre la que se manejan cifras muy dispares, es perfectamente cre¨ªble que los catalanes sufran una fiscalidad abusiva. Como sociedad rica que es, tributa en principio m¨¢s que la media. Pero esto tambi¨¦n ocurre en otras partes ¡ªpara empezar, en Madrid¡ª, y los argumentos que esgrimen las comunidades receptoras netas, como sus insoportables niveles de desempleo, son muy atendibles, y muchos pensamos que la redistribuci¨®n social y territorial es equitativa y necesaria. Que el Estado no realice en Catalu?a las inversiones que prodiga en el centro es tambi¨¦n posible, pero no debe enfocarse desde la perspectiva del ¡°expolio¡±. Como no se debe invocar la unidad de la soberan¨ªa para exigir el ¡°paga y calla¡±, ignorando una percepci¨®n social muy extendida en Catalu?a. Combinando ambos victimismos, la idea de equidad se ver¨ªa sustituida por el ¡°my country, right or wrong¡±, lo que asegurar¨ªa el choque frontal. La soluci¨®n es posible en el marco de un debate racional, que lleve a desarrollar y profundizar los aspectos federales del sistema; es decir, la distribuci¨®n precisa de competencias y recursos y el establecimiento de instituciones de cooperaci¨®n entre las unidades federadas.
Otro notorio fracaso es el de la pluralidad de lenguas. No su convivencia en la vida diaria, que no es conflictiva, sino su reconocimiento oficial y simb¨®lico. En la Pen¨ªnsula se hablan desde hace mil a?os varias lenguas, incluida la portuguesa. Pero el Estado nacional impuso la idea de establecer una jerarqu¨ªa entre ellas, algo que el r¨¦gimen franquista llev¨® al extremo de querer borrar del mapa las no oficiales. Cuanto m¨¢s nos alejemos de aquel esp¨ªritu, mejor ser¨¢ el futuro. La ¨²nica jerarqu¨ªa admisible es la que establezcan los propios hablantes en su pr¨¢ctica diaria. El horizonte que se otea, y que nuestras generaciones j¨®venes han comprendido, es el multiling¨¹ismo, con la casi inevitable necesidad de a?adir ingl¨¦s, alem¨¢n y chino mandar¨ªn. Pero el Estado central protege el castellano, elevado a ¡°espa?ol¡± hace un siglo, y se desentiende del resto, que eliminar¨ªa si estuviera en su mano. Las comunidades gobernadas por otros nacionalismos hacen lo propio y ponen las trabas que pueden al uso del castellano. Los castellano-hablantes en Catalu?a, que son muchos, observan c¨®mo su lengua, tan potente socialmente ¡ªy en el mundo¡ª, no ocupa espacio alguno en la expresi¨®n y los s¨ªmbolos p¨²blicos y se regatea su aprendizaje en las aulas escolares. Lo razonable ser¨ªa una pol¨ªtica m¨¢s generosa por ambas partes: un lugar m¨¢s amplio en el espacio simb¨®lico estatal para el catal¨¢n ¡ªlengua hablada por millones de personas en Catalu?a, Baleares, Valencia e incluso Arag¨®n¡ª y un espacio m¨¢s amplio para el castellano en el mundo oficial catal¨¢n.
Manifestaciones y unanimidades esconden cu¨¢n compleja es la realidad
?Por qu¨¦ no normalizar el uso de las cuatro lenguas en las televisiones p¨²blicas espa?olas, pagadas con el dinero de todos, y en las instituciones parlamentarias, que deben dar ejemplo de pluralismo a la ciudadan¨ªa? Tanto castellano como catalano-parlantes negocian cotidianamente su lengua seg¨²n lo exige la situaci¨®n, sin pretender regresar a un mundo uniling¨¹e. La existencia de cuatro lenguas deber¨ªa convertirse en un hecho normal y positivo, no problem¨¢tico, y reducir su valor al terreno comunicativo, evitando peleas en el de los s¨ªmbolos ¡ªmarcadores del territorio propio, y por eso tan importantes para los dirigentes¡ª, donde tan f¨¢cil es ofender sensibilidades ajenas.
La funci¨®n del sistema pol¨ªtico es resolver problemas, no agravarlos con in¨²tiles enrocamientos. Convocar manifestaciones y recurrir a refer¨¦ndums para forjar unanimidades solo sirve para enmascarar la complejidad de la realidad. Los problemas colectivos no pueden resolverse con sencillas preguntas a las que solo cabe responder s¨ª/no. La democracia es m¨¢s que eso: es hablar y escuchar, pensar y decidir, sobre datos y cifras, sobre intereses leg¨ªtimos y sobre resentimientos. Lo ¨²til y patri¨®tico ser¨ªa evitar cat¨¢strofes, buscar soluciones en la l¨ªnea de lo conseguido cuando este pa¨ªs, que ten¨ªa fama de an¨®malo y fracasado, solt¨® amarras con su pasado cainita y apost¨® por las reformas realistas, el reconocimiento de la complejidad de nuestras sociedades y la aceptaci¨®n de las diferencias culturales en el marco de la igualdad de derechos.
Jos¨¦ ?lvarez Junco es catedr¨¢tico de Historia en la Universidad Complutense de Madrid y Josep M. Fradera es cat¨¦dr¨¢tico de Historia en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.
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