La desmemoria
Cuando los espa?oles se han enriquecido se han olvidado de que en muchas ¨¦pocas han pertenecido y ahora vuelven a pertenecer a un pa¨ªs de emigraci¨®n que ha aportado mucho a las sociedades de acogida
Hace unos cuantos a?os, muy pocos, el principal miedo de los espa?oles, dentro de una lista de opciones atroces que inclu¨ªa, por ejemplo, el terrorismo y el paro, era el miedo al inmigrante.
Era el miedo sintom¨¢tico de un pa¨ªs rico que ve¨ªa a los inmigrantes como una amenaza, como una turba de gente necesitada que quer¨ªa aprovecharse de su riqueza, de sus plazas de trabajo y de sus servicios sociales.
Pero ese miedo al inmigrante, a la gente que tiene que salir de su pa¨ªs para instalarse en otro que le ofrezca mejores oportunidades, era tambi¨¦n el miedo de un pa¨ªs desmemoriado, cuya bonanza econ¨®mica lo hab¨ªa hecho perder de vista uno de sus fundamentos, que es precisamente esa multitud de espa?oles que, a lo largo de los siglos, exactamente igual que los inmigrantes que vienen aqu¨ª, han ido emigrando de este pa¨ªs para instalarse en otro que les ofrezca una vida mejor.
Los emigrantes espa?oles, desde el primer conquistador hasta el ¨²ltimo gachup¨ªn, primero a la fuerza y luego en sociedad con los habitantes de aquellas tierras, fueron conformando ese territorio enorme, rico y fecundo que es Latinoam¨¦rica. Espa?a puso ah¨ª su lengua, su religi¨®n y una forma particular, y ¨²nica, de encarar la vida que se sigue conservando hasta hoy.
Gracias a sus emigrantes, Espa?a creci¨® y se multiplic¨® en aquel continente, y hoy su lengua, el espa?ol, tiene una importancia capital en el mundo y una capacidad de expansi¨®n, y una influencia, que la hacen cada d¨ªa m¨¢s importante. Si no fuera por los pa¨ªses latinoamericanos, Espa?a, y el espa?ol, tendr¨ªan hoy la relevancia mundial que tienen Polonia, y el polaco.
El ensayista mexicano Alfonso Reyes, que fue, entre otros destinos diplom¨¢ticos, embajador de M¨¦xico en Espa?a, dec¨ªa, refiri¨¦ndose a la evidente e insoslayable relaci¨®n que hay entre los dos pa¨ªses, que quien no conoce M¨¦xico no conoce bien Espa?a, y viceversa.
Una nueva oleada de emigrantes, huyendo de la crisis econ¨®mica, parte para M¨¦xico
Se refer¨ªa a la forma en que Espa?a, durante quinientos a?os ha ido disemin¨¢ndose y creciendo del otro lado del mar, sin dejar de ser ella misma, pero, simult¨¢neamente, reconvertida en otros pa¨ªses.
Escribo esto pensando en la nueva oleada de emigrantes espa?oles que, huyendo de la interminable crisis econ¨®mica europea, se est¨¢n yendo a M¨¦xico a buscarse la vida, y que son un eco de aquella oleada anterior de republicanos espa?oles que llegaron a aquel pa¨ªs, alrededor de 1939, buscando un empleo, una casa y un futuro, lo mismo que buscan los j¨®venes emigrantes de hoy, aunque el origen de una y otra migraci¨®n sea completamente distinto.
Como la ¨²nica forma de combatir la desmemoria es haciendo memoria, voy a contar aqu¨ª las circunstancias en las que llegaron a M¨¦xico los espa?oles de la oleada anterior, una historia que conozco perfectamente porque en aquella oleada iban mi madre y mis abuelos. Hablo de oleadas porque estas migraciones tienen un car¨¢cter c¨ªclico, como las olas del mar.
En 1939, al terminar la Guerra Civil, m¨¢s de medio mill¨®n de republicanos tuvo que huir a Francia para ponerse a salvo de la represi¨®n del general Franco, que no contento con su triunfo tambi¨¦n quer¨ªa hacer desaparecer a los sobrevivientes del bando contrario de la faz de la Tierra. Aquellos espa?oles, que llegaban a Francia como refugiados pol¨ªticos, fueron tratados como prisioneros y encerrados en varios campos de concentraci¨®n que se hab¨ªan dispuesto cerca de la frontera, y que hoy constituyen una de las p¨¢ginas m¨¢s negras, y tambi¨¦n m¨¢s ignoradas, de la historia de Francia.
Aquellos cientos de miles de espa?oles se encontraron, de pronto, prisioneros en un pa¨ªs que no los quer¨ªa, ni sab¨ªa qu¨¦ hacer con ellos y, sobre todo, sin pa¨ªs al cual regresar.
Las democracias del mundo hicieron la vista gorda ante el triunfal golpe de Estado de Franco, decidieron no intervenir, no meterse en ese asunto que consideraban estrictamente dom¨¦stico. Todos los pa¨ªses le dieron la espalda al Gobierno leg¨ªtimo de Espa?a, excepto M¨¦xico, que, en uno de los episodios m¨¢s conmovedores que recuerda la diplomacia, defendi¨® a la Rep¨²blica y al Gobierno de Aza?a, una y otra vez, con el ¨²nico apoyo de la URSS, en Ginebra, ante la Sociedad de Naciones, que era entonces el germen de la ONU.
Unos a?os antes, en diciembre de 1936, el presidente de M¨¦xico, L¨¢zaro C¨¢rdenas, hab¨ªa otorgado asilo pol¨ªtico a Le¨®n Trotski que, como estaba a punto de pasar a los republicanos espa?oles, se hab¨ªa quedado sin pa¨ªs al cual regresar.
¡°No podemos aceptar que haya un hombre en el mundo que carezca de un lugar donde vivir¡±, dijo C¨¢rdenas entonces, y a partir de esta idea comenz¨® a movilizarse la diplomacia mexicana en Francia, en perfecta coherencia con la defensa de la Rep¨²blica que hac¨ªa en la Sociedad de Naciones, para ayudar y ofrecer refugio a cualquier espa?ol que quisiera irse a vivir a M¨¦xico.
Ser¨ªa el momento de revisar la dura reglamentaci¨®n contra los inmigrantes
El 11 de septiembre de 1940, ya en plena ocupaci¨®n alemana, el embajador mexicano en Francia, en un esfuerzo que no daba tregua a los pocos funcionarios con que contaba su oficina, hab¨ªa logrado documentar a 100.000 espa?oles que quer¨ªan irse a M¨¦xico, y que esperaban subirse a alguno de los barcos que con ese objetivo fletaba el Gobierno de L¨¢zaro C¨¢rdenas y que Luis I.Rodr¨ªguez, el embajador, ten¨ªa que salir a buscar por todos los puertos de Europa. No todos los que se acogieron al ofrecimiento de C¨¢rdenas llegaron a subirse al barco, pero s¨ª varios miles que poco a poco se fueron integrando a la sociedad mexicana y con los a?os fueron dejando un legado cultural que hasta hoy enriquece a aquel pa¨ªs. En 1939 se fue a M¨¦xico, y a otros pa¨ªses latinoamericanos, lo mejor de Espa?a; profesores, m¨¦dicos, pol¨ªticos, artistas, poetas y fil¨®sofos llegaron a trabajar y a ense?ar lo que sab¨ªan.
Y es probable que hoy est¨¦ pasando lo mismo, que los j¨®venes mejor preparados se est¨¦n yendo de aqu¨ª, a buscar oportunidades y, eventualmente, a enriquecer los pa¨ªses a los que lleguen.
Dentro de unos a?os, cuando en Espa?a mejoren las cosas, algunos regresar¨¢n, pero otros no, como demuestra la historia de los miles de emigrantes que se han ido y que, a?os despu¨¦s, se descubren con hijos y nietos en ese pa¨ªs donde pensaban permanecer solo un tiempo, en lo que mejoraban las cosas en el suyo.
Esperemos que entonces no vuelva a caer sobre nosotros la desmemoria, que cuando este sea otra vez un pa¨ªs rico no se olvide de sus emigrantes, de esa Espa?a que lleva quinientos a?os floreciendo en Am¨¦rica Latina; que la memoria alcance para tratar con m¨¢s delicadeza a los inmigrantes que vendr¨¢n aqu¨ª a buscar una oportunidad, y que sea suficiente para no volver a percibirlos con miedo.
De aquella historia de alta diplomacia que protagoniz¨® M¨¦xico en la Sociedad de Naciones, en Ginebra, no se acuerda nadie, y se recuerda bastante poco la solidaridad que tuvo L¨¢zaro C¨¢rdenas con los exiliados espa?oles. Se recuerda tan poco, y tan mal, que hoy tenemos aqu¨ª situaciones como esta: si un mexicano quiere viajar a Espa?a, ya no digamos a instalarse sino como turista, tiene que cumplir con una lista desproporcionada de requisitos que incluye, por ejemplo, que el amigo o pariente que va a hospedarlo tenga que ir a la comisar¨ªa de su barrio a presentar los planos de su casa para que un polic¨ªa vea si tiene espacio suficiente y d¨¦ su visto bueno. Y adem¨¢s se expone, como sucede con frecuencia, a que el oficial de turno no lo deje pasar y lo devuelva a M¨¦xico en el siguiente vuelo.
Quiz¨¢ ser¨ªa momento de revisar esa dura reglamentaci¨®n, propia de pa¨ªses ricos que no quieren inmigrantes, porque las cosas han cambiado r¨¢pida y radicalmente, ahora la gente, m¨¢s que venir, est¨¢ mirando c¨®mo se puede ir de aqu¨ª.
De toda esta gente que ya se ha ido, y que empieza a construirse una vida en esa nueva oleada de espa?oles que va llegando a M¨¦xico, habr¨¢ muchos que son hijos de esas personas que hace unos a?os, muy pocos, ni siquiera diez, identificaban al inmigrante como el peor problema de Espa?a y que hoy, con mucho asombro, y supongo que algo de verg¨¹enza, se encuentran con que son padres de un inmigrante, que trata de ganarse la vida en otro pa¨ªs. Este es, precisamente, el precio de la desmemoria.
Jordi Soler es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.