Men¨² degustaci¨®n hasta la extenuaci¨®n
Me carga sobremanera la imposibilidad de mantener una charla fluida al ser interrumpido cada cinco minutos con nuevos platos y prolijas explicaciones de los camareros
Los periodistas y blogueros gastron¨®micos somos criaturas afortunadas. Los restaurantes nos invitan a ponernos como pepes en sus mesas por la patilla. Las marcas nos env¨ªan deliciosos productos para que los probemos. A veces incluso nos llevan de viaje a todo trapo. Una existencia plena y feliz que llevar¨ªa a la m¨¢xima realizaci¨®n personal a cualquiera.
L¨¢stima que a veces no sea todo tan bonito. Desde luego que es mejor que estar en la mina o en el paro, pero la vida del gastrocanapero tambi¨¦n tiene sus claroscuros. A veces, nuestra glotoner¨ªa recibe su merecido castigo y el destino nos depara alg¨²n peaje que pagar. No hablo solo del aburrimiento c¨®smico de las ¡°comidas para prensa¡± convencionales, esos banquetes eternos en los que te encuentras siempre con los mismos colegas de ga?ote y en los que los due?os del local te sueltan un rollo sobre las bondades de su cocina. Me refiero a la m¨¢s peligrosa de las invenciones de la gastronom¨ªa moderna: el men¨² degustaci¨®n.
Hace algunas semanas fui invitado a cenar en 41¡ã, el restaurante del ex-Bulli y hermano de Ferran Albert Adri¨¤. Entre platos y c¨®cteles, all¨ª te sirven m¨¢s de 40 cosas diferentes en una abrumadora sucesi¨®n que deja sin aliento. Entramos all¨ª a las ocho de la tarde y yo me fui a la una de la madrugada. Tras cinco horas metido en el local, yo no sab¨ªa ni qui¨¦n era, ni c¨®mo me llamaba, ni si ser¨ªa capaz de ingerir un solo alimento m¨¢s durante el resto de mi vida.
Las creaciones de Adri¨¤ son simplemente soberbias: una demostraci¨®n de imaginaci¨®n, virtuosismo y pirotecnia culinaria que yo no hab¨ªa visto jam¨¢s. Analizados de forma individual, dar¨ªa un 10 a un alto porcentaje de ellas. El chef te lleva de viaje por Espa?a, y despu¨¦s a M¨¦xico, a Per¨², a Jap¨®n o incluso a Marte, porque hay entregas que no son de este mundo. Ahora bien, ?disfrut¨¦ la cena? S¨ª... pero no.
Los men¨²s degustaci¨®n me agotan. No se trata solo de la cantidad de comida ¡ªque tambi¨¦n¡ª, sino de probar tantas cosas distintas. Con semejante variedad de sabores, se me atiborra el alma, se me atiborra. Tampoco me entusiasma no poder decidir yo qu¨¦ quiero comer en funci¨®n de mis apetencias. Y sobre todo me carga sobremanera la imposibilidad de mantener una charla fluida al ser interrumpido cada cinco minutos con nuevos platos y prolijas explicaciones de los camareros. Soy un ignorante, lo s¨¦, pero esa noche en el 41¡ã sent¨ª nostalgia de mis viejunos amigos el primero, el segundo y el postre.
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