Adonde el dinero va
Mi generaci¨®n se educ¨® en el desprecio a lo p¨²blico. D¨¢bamos por garantizada su pura existencia
Hace muchos a?os, ?veinticinco?, cuando un grupo de j¨®venes, escandalosos, alegres e izquierdosos periodistas comenzamos nuestra carrera laboral en una de aquellas emisoras del Movimiento (Nacional, se entiende) asumimos de inmediato que goz¨¢bamos del derecho a hacer uso de las instalaciones y el material que se nos proporcionaba tal cual nos viniera en gana. Tengo que decir que la direcci¨®n se acoplaba a nuestra juvenil manera de entender los bienes p¨²blicos y dejaba ?en nuestras manos! el dinero correspondiente a las comidas y gastos de producci¨®n. Fueron buenos tiempos para la l¨ªrica, al contrario de lo que dec¨ªa la canci¨®n, porque com¨ªamos men¨² con postre y carajillo en los modestos restaurantes de la calle de Huertas, prolong¨¢bamos las sobremesas, sub¨ªamos luego a la redacci¨®n por si nos quedaba alguna llamada para el programa del d¨ªa siguiente, y de paso hac¨ªamos una llamadilla a la familia y a algunos amigos que estaban lejos. Entonces se ten¨ªa muy en cuenta el coste de las conferencias. Al marcharnos a casa nos llev¨¢bamos unos cuantos folios o lo que encartara de material ¡°profesional¡±. Lejos de m¨ª la intenci¨®n de afirmar que ¨¦ramos una panda de aprovechados, porque est¨¢bamos convencidos de que el Estado era un ente sin fondo al que no solo pod¨ªamos esquilmar sino que deb¨ªamos hacerlo, como parte de nuestro proverbial desprecio al sistema. Recuerdo que un d¨ªa, un compa?ero que ten¨ªa por costumbre tocarnos las pelotas tuvo la osad¨ªa de criticar ese comportamiento que de tan general que era no consider¨¢bamos recriminable. Dividi¨® el mundo en chorizos y choricillos,y a nosotros, a esa redacci¨®n en la que conviv¨ªamos viejos funcionarios y colaboradores airados, nos meti¨® en el segundo saco. Qu¨¦ indignaci¨®n provoc¨®. Ahora la definir¨ªa como una indignaci¨®n escolar, entonces me parec¨ªa indignaci¨®n ideol¨®gica, fundamentada en algo que no hubiera sido capaz de sostener m¨¢s all¨¢ de cuatro frases copiadas de otro. Por fortuna, siempre hab¨ªa un experto en adaptar nuestra modesta rapacer¨ªa a un ideario noble.
Con los a?os, con la experiencia de esos veinticinco a?os laborales, el juicio de valor de aquel compa?ero puritano, o tocapelotas, no se ha ido de mi cabeza (la memoria jam¨¢s se libra de un pellizco de monja) y he pensado en muchas ocasiones que aquella generaci¨®n m¨ªa ¡ªdividida hoy entre los que est¨¢n en el paro para siempre, los asfixiados en el trabajo, o los que est¨¢n en el poder¡ª se educ¨® en el absoluto desprecio a lo p¨²blico. Desprecio en el sentido de dar por garantizada su pura existencia. Y ocurre que cuando leo esos golpes de pecho, a modo de columna o de declaraci¨®n p¨²blica, sobre la corrupci¨®n en la vida espa?ola como si esto que nos est¨¢ pasando hubiera sido algo as¨ª como un brote infeccioso localizado exclusivamente en la clase pol¨ªtica espa?ola me entran ganas de preguntar en qu¨¦ pa¨ªs de ciegos hemos estado viviendo.
No es igual un choricillo que un chorizo o que esa ristra de chorizos que est¨¢ apareciendo ahora que se est¨¢ tirando del hilo que los un¨ªa a todos, pero hay que admitir que hemos contribuido a este disparate en la medida en que no hemos sabido detectar el mal uso del dinero en manos de ladrones o p¨ªcaros. Tal vez no sean exactamente corruptos aquellos que han trapaceado en la Administraci¨®n para colocar a sus amigos o familiares. Puede que no sea exactamente corrupto un intelectual que al mismo tiempo que se define como adalid de la moral p¨²blica intriga para que los premios o los honores que concede el Estado se los lleven los de su cuerda.
Hay comportamientos que aun sin ser delictivos delatan qu¨¦ grado de honradez colectiva gozamos; aunque la palabra ¡°amiguismo¡± ha quedado en desuso y sepultada por las cuentas en Suiza, pagos il¨ªcitos, empresas fantasma, ONG con ¨¢nimo de lucro y un baile de sobresueldos secretos, es posible que haya que aprender desde cero cu¨¢l es el camino que debe recorrer el dinero desde que lo entregamos al Estado en forma de impuestos hasta que ese dinero se invierte en el bienestar ciudadano. ?No hab¨ªa otra manera, por ejemplo, de aventurarse en la invenci¨®n de una falsa columnista, hablo de la tal Amy Martin (buen seud¨®nimo), que poni¨¦ndola a colaborar en una fundaci¨®n del PSOE que recibe importantes subvenciones del Estado? A los que escribimos, a muchos, nos tienta la idea de deshacernos de un nombre ya manido y empezar de cero, pero ?por qu¨¦ no hacerlo en el g¨¦nero negro, en el verde, en el rosa, en el g¨¦nero rojo-rosa en vez de en el g¨¦nero de la subvenci¨®n? Cobrar 3.000 euros por pieza no es poca cosa en tiempos en que no hay columnista al que no se le haya recortado el sueldo, una o varias veces. Todos quisi¨¦ramos ser Amy Martin, pero no hay empresa privada que pueda contratar a tan cotizada colaboradora. Muy a menudo llegan al buz¨®n solicitudes de periodistas valientes que han montado una revista y te escriben pidi¨¦ndote una colaboraci¨®n. Debajo de la despedida, incluyen la ya inevitable postdata: ¡°No podemos pagarte, pero estamos empezando y tu firma ser¨ªa para nosotros¡¡±.
Ahora que no hay dinero estamos aprendiendo a pedir cuentas a los que las administran. Si antes no lo hicimos es porque entend¨ªamos que el dinero de Estado no val¨ªa tanto como el que nosotros ten¨ªamos en los bolsillos.
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