Sufrir sin dolor
Echas un vistazo a lo que escrib¨ªas hace diez a?os y no te reconoces. El nivel de alegr¨ªa ha bajado
Que nos hemos vuelto m¨¢s tristes.
De vez en cuando, desde alg¨²n pa¨ªs latinoamericano te escriben para decirte que nos hemos vuelto m¨¢s tristes. ?Todos? Todos, s¨ª, los que escrib¨ªamos estas columnas de fin de semana que supon¨ªan un respiro para el lector entre informaci¨®n e informaci¨®n; porque la actualidad siempre ha sido cruda, pero nosotros, hay que admitirlo, lo ¨¦ramos menos. Y hay que hacer caso a la apreciaci¨®n del que observa la realidad lejos de donde esta sucede. Una se pregunta si, como me dec¨ªa un lector huido de Venezuela, hambriento por tanto de libertad de opini¨®n, el columnista se encuentra en ciertas circunstancias con la obligaci¨®n moral de poner su pluma al servicio de la demanda popular. Puede. Sea como fuere, echas un vistazo a los art¨ªculos que escrib¨ªas hace diez a?os y no te reconoces. No es que se haya perdido el humor, es que el nivel de alegr¨ªa ha bajado. Tanto de quien escribe como de quien lee. ?Qu¨¦ es un columnista sino un sabueso que olfatea la calle y se deja contagiar por ella?
No s¨¦ si las empresas de sondeos podr¨ªan enfrentarse a una de esas encuestas que testan el nivel de felicidad, no ya colectivo, sino individual, pero sospecho que se encontrar¨ªan con que aquellos espa?oles del sur que respond¨ªan en mayor¨ªa abrumadora que, pese a todo, disfrutaban de la vida, ahora se describir¨ªan a s¨ª mismos v¨ªctimas de un virus de ansiedad. Pero aun sabi¨¦ndome proclive a contagiarme de este desasosiego que de gaseoso ha pasado a s¨®lido, hasta el punto de que hay momentos en que se puede palpar f¨ªsicamente, confieso que es ahora cuando m¨¢s necesito la p¨®cima milagrosa de la ficci¨®n.
Despu¨¦s de acabar cada ma?ana derrotada por la lectura de los acontecimientos, necesito, como el aire que respiro, que dec¨ªa la copla, una bocanada de ficci¨®n que atrape de tal manera mi inter¨¦s hasta el punto de que la cabeza no me d¨¦ para m¨¢s. Si los neur¨®logos han determinado ya el beneficioso efecto de la meditaci¨®n, que contribuye a barrer y regenerar una mente azotada por pensamientos, yo propondr¨ªa, como sufridora de un car¨¢cter obsesivo en el que dif¨ªcilmente se aparcan las preocupaciones, el uso de la ficci¨®n como descanso y respiro. Y esta es mi prescripci¨®n:
A las ocho y media de la noche apago el ordenador tal y como me indic¨® el m¨¦dico que deb¨ªa proceder para la lenta preparaci¨®n al sue?o. Bien es cierto que desde las ocho y media se me van los ojos al iPhone cada vez que se ilumina con mensajes entrantes, pero esto me lo tomo como el periodo de metadona que atraviesa cualquier drogodependiente. Ceno pronto, porque es cerrar el contacto con la realidad y los comentarios en las redes y entrarme hambre de inmediato (todos los drogodependientes est¨¢n sujetos a cambios de peso), y a eso de las diez estoy lista para entregarme a la serie de televisi¨®n con la que me he automedicado esta temporada. No puede ser cualquier serie, por supuesto, estoy hablando de historias por cap¨ªtulos que est¨¢n a la altura de las novelas del XIX. La apariencia de las series puede ser real por estar alimentada de acontecimientos que reconocemos, pero el efecto que provoca en nosotros es el de la feliz evasi¨®n. Siempre se han criticado la literatura o el cine de evasi¨®n, cuando siempre cumplen el bals¨¢mico efecto de sacarnos de nosotros mismos. Un esp¨ªritu dependiente como el m¨ªo no se conforma con un solo cap¨ªtulo, as¨ª que espero que llegue el momento de adquirir una temporada entera y me entrego a ella consumi¨¦ndola en grandes dosis.
Como me dijo un amigo, Espa?a est¨¢ que arde, pero no acaba de explotar. Esa es la sensaci¨®n que yo ten¨ªa hace tan solo una semana. Mientras nuestro pa¨ªs estaba al borde de ese acabose que nos iba a proporcionar una suerte de segunda Transici¨®n, me dediqu¨¦, a fin de controlar mi ansiedad, a verme 24 cap¨ªtulos de la serie Homeland. En una semana. Ahora mismo creo saber m¨¢s de las intenciones del sargento Brody y de la agente de la CIA Carrie Mathison que de B¨¢rcenas y de Ana Mato, por poner dos ejemplos al buen tunt¨²n de dos personas cuyo comportamiento me resulta marciano. Por m¨¢s que la realidad se ha convertido en un vicio, trato de cerrarle la puerta a una hora del d¨ªa. Basta. Y no es faltar a ninguna responsabilidad moral, es que esto no hay cuerpo que lo aguante. Alertaban el otro d¨ªa los m¨¦dicos del n¨²mero creciente de ansiol¨ªticos e inductores al sue?o que est¨¢ consumiendo la poblaci¨®n. Pero c¨®mo no iba a ser as¨ª. Ahora bien, como no existe una droga que no se sustituya por otra (en el peor de los casos) o por alguna actividad o creencia espiritual (en el mejor), yo he optado por el sustitutivo m¨¢s antiguo. Espero, con la misma impaciencia con la que el p¨²blico anhelaba un nuevo cap¨ªtulo de una novela de Dickens o de Mark Twain, mi cita con ese exsoldado americano que tras ser liberado de a?os de cautiverio en Irak es sospechoso de haberse puesto al servicio de Al Qaeda. La relaci¨®n ardiente y desconfiada entre el marine y la agente de la CIA ocupa mis noches. Costumbrista como solo el cine americano sabe ser y fantasiosos como solo saben ser los guionistas americanos, noto que mi mente se limpia. Solo sufro por ellos. Sufro sin dolor, porque como nos dec¨ªan cuando ¨¦ramos ni?os: la sangre derramada es de mentira.
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