Corrupci¨®n y funci¨®n p¨²blica
Una administraci¨®n auton¨®mica y local profesional y solvente frenar¨ªa los abusos
Hace cerca de un siglo G. K. Chesterton se declaraba horrorizado por el escaso n¨²mero de pol¨ªticos que iban a la horca. Hoy nos repugna la pena de muerte, pero entendemos muy bien la iron¨ªa del escritor ingl¨¦s. La entendemos tan bien que si sustituimos horca por c¨¢rcel la frase se convierte en un lugar com¨²n. Tambi¨¦n entendemos a Kissinger cuando dec¨ªa con guasa que el problema de los pol¨ªticos es que hay un 90% que echa a perder la reputaci¨®n de todos los restantes.
?Es esto lo que est¨¢ ocurriendo? No lo creo. La gran mayor¨ªa de nuestros pol¨ªticos son personas profundamente honradas que hacen su trabajo con gran dedicaci¨®n y responsabilidad. Pero es indudable que tenemos un problema, y serio. No pasa semana que no aparezca un nuevo caso de corrupci¨®n. Los ¨²nicos partidos que no est¨¢n implicados en ning¨²n esc¨¢ndalo son los que no han gobernado nunca.
Entre las circunstancias que han hecho posible este lamentable estado de cosas rara vez se menciona una a mi juicio clave: la debilidad de la Administraci¨®n aut¨®noma y municipal. Es cierto que sin las ingentes cantidades de dinero generadas por la burbuja inmobiliaria muchos de los casos que hoy ocupan las p¨¢ginas de los peri¨®dicos no se habr¨ªan producido. En la intersecci¨®n entre los excesos en la construcci¨®n de viviendas e infraestructuras y la deficiente regulaci¨®n de la financiaci¨®n de los Ayuntamientos y de los partidos pol¨ªticos se halla el punto m¨¢s oscuro de nuestra historia democr¨¢tica reciente. Pero, del mismo modo que peque?os dispositivos de seguridad bastan para prevenir un porcentaje significativo de robos, una Administraci¨®n aut¨®noma y local m¨¢s profesional e independiente, al evitar la sensaci¨®n de impunidad y descontrol, habr¨ªa podido frenar una parte no desde?able de los abusos cometidos.
Las autonom¨ªas se
han poblado de redes caciquiles y de interinos
y asesores a dedo
No creo que sea por azar que en la Administraci¨®n central del Estado, articulada en torno a grandes cuerpos de funcionarios de carrera con larga tradici¨®n y un fuerte esp¨ªritu corporativo, la corrupci¨®n sea considerablemente m¨¢s baja que en autonom¨ªas y Ayuntamientos. El funcionario de carrera rara vez es corrupto. En un pa¨ªs como el nuestro, en el que hay tanta gente que cree que la honestidad debe ser una cualidad ajena, el funcionario de carrera suele formar parte de esta amplia mayor¨ªa de ciudadanos que ¡ªcomo dec¨ªa Jaume Perich¡ª no solo deben ser honrados sino que adem¨¢s tienen que aguantarse.
No hace falta haberse carcajeado con los episodios de la vieja serie brit¨¢nica de televisi¨®n S¨ª, ministro, ni haber le¨ªdo Por qu¨¦ fracasan las naciones, de Daron Acemoglu y James Robinson, para comprender que una Administraci¨®n capaz e independiente, con altos funcionarios capaces de hacerse respetar, puede ser un instrumento tan ¨²til para la defensa de los intereses de los ciudadanos como enojoso para los pol¨ªticos que intentan aprovecharse de sus cargos. Un buen funcionario es, sin propon¨¦rselo, un guardi¨¢n de la ley. Su mera presencia evita tentaciones. ?De d¨®nde saca la fuerza para parar los pies al superior o al pol¨ªtico que va a cometer un abuso? De su vocaci¨®n de servicio a los intereses generales y de su seguridad de que, en ¨²ltima instancia, su futuro profesional no depende de la persona a la que planta cara, sino de su reputaci¨®n y de su intachable trayectoria.
?Existe una Administraci¨®n de este tipo en nuestras autonom¨ªas y Ayuntamientos, una Administraci¨®n que haga pensar m¨¢s en Max Weber que en la novela picaresca? En muchos casos, no. Las Administraciones aut¨®nomas, que al ser de nueva planta podr¨ªan haber resultado ejemplares, en vez de establecer departamentos fuertes integrados por funcionarios solventes capaces de defender los intereses generales se han poblado de estructuras caciquiles y de interinos contratados y asesores nombrados a dedo que, al no contar con ninguna seguridad en su empleo, carecen de fuerza para frenar los abusos de sus superiores, si no es que caen ellos mismos en la tentaci¨®n de dejarse sobornar para asegurarse la vejez. Y en la Administraci¨®n local nadie se ha preocupado hasta ahora de dotar a los funcionarios de la fuerza suficiente para hacer frente a los poderosos intereses inmobiliarios. Solo muy recientemente el Gobierno ha ca¨ªdo en la cuenta de la incongruencia que supone que los interventores y secretarios de Ayuntamiento dependan de los pol¨ªticos a los que tienen que asistir y controlar y ha propuesto reforzar su independencia. La iniciativa en este sentido constituye un paso en la direcci¨®n adecuada. Pero cabe dudar de que sea suficiente.
El Estado de derecho
requiere contrapesos. Una administraci¨®n fuerte y
motivada es uno de ellos
Seg¨²n cifras que leo en la prensa, pese a los recortes de los ¨²ltimos a?os hay m¨¢s de 200.000 interinos en las Administraciones aut¨®nomas. S¨²mese a ello a las personas contratadas por empresas, fundaciones y consorcios p¨²blicos de ¨¢mbito auton¨®mico y los interinos y contratados que hay en los Ayuntamientos, que deben de ser muchos miles m¨¢s. Dudo que nadie conozca la cifra exacta. Seguro que muchas de estas personas desempe?an su labor con responsabilidad y eficacia, pero el hecho de que su ingreso no se haya producido con publicidad y transparencia y que su permanencia est¨¦ sometida al arbitrio de sus superiores les convierte en vulnerables a las presiones pol¨ªticas y hace muy dif¨ªcil que se opongan a abusos y corruptelas. Al amparo de la libertad para nombrar interinos y asesores y someter a su control personal a las piezas clave de la burocracia a sus ¨®rdenes, los gerifaltes auton¨®micos y municipales de las dos ¨²ltimas d¨¦cadas han tejido unas redes clientelistas que hacen palidecer al caciquismo de hace un siglo.
El resultado est¨¢ a la vista. En estos momentos no recuerdo ning¨²n ministerio afectado por un esc¨¢ndalo de corrupci¨®n. En cambio, me vienen en un instante a la cabeza una larga lista de autonom¨ªas y Ayuntamientos carcomidos hasta la m¨¦dula. La lecci¨®n que cabe sacar de ello es obvia. Una de las cosas que cabe hacer para luchar contra la corrupci¨®n, hoy que el edificio pol¨ªtico y legal construido en la Transici¨®n reclama reformas urgentes, es fortalecer la profesionalizaci¨®n y la independencia de los funcionarios, en particular los auton¨®micos y locales ¡ªsin resucitar privilegios ni alentar el corporativismo, por supuesto¡ª, con el fin de que contribuyan a asegurar la solidez del sistema democr¨¢tico, como lo hacen en los pa¨ªses de nuestro entorno.
El Estado de derecho requiere equilibrios y contrapesos. Una Administraci¨®n fuerte y motivada es uno de ellos. Del mismo modo que ninguna democracia puede funcionar sin partidos pol¨ªticos y que el papel de una prensa plural e independiente es crucial, una Administraci¨®n integrada a todos los niveles por funcionarios que ingresen y hagan carrera por m¨¦ritos profesionales y no por contactos personales o afinidades pol¨ªticas, que sirvan a los ciudadanos y no a los partidos, es una barrera necesaria para que la corrupci¨®n no socave las instituciones.
Carles Casajuana es escritor y diplom¨¢tico, y ha sido embajador de Espa?a en el Reino Unido.
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