El Palacio de la Aljafer¨ªa
Nos dirig¨ªamos junto con dos amigos en viaje de negocios en Zaragoza a entrar en el Palacio de la Aljafer¨ªa, sede de las Cortes de Arag¨®n. Les hab¨ªa descrito el palacio con pasi¨®n: como una peque?a Alhambra, el palacio de ¨¦poca isl¨¢mica m¨¢s al Norte de Espa?a, declarado por la UNESCO patrimonio de la humanidad. Y decidieron verlo.
Al acercarnos a la acera, un guardia nos intercept¨® con seis palabras. ¡°No se puede entrar. Hay pleno¡±. Una bofetada me hubiera causado menos impresi¨®n. Ni siquiera era posible pasear por los jardines exteriores, ocupados como siempre por los coches de sus se?or¨ªas, mucho menos atravesar el foso y ver de cerca el palacio. Tuve que disculparme con ellos. Como proscritos lo vimos de lejos. Al igual que suced¨ªa hace siglos, el pueblo ten¨ªa vetado el acceso.
Es grave que como ciudadanos, ni siquiera podamos acceder a ver un pleno de nuestros ¡°representantes¡±, o disfrutar de una obra de arte de ese nivel. Es cierto que la desafecci¨®n con los pol¨ªticos cada d¨ªa va en aumento, ?alguien se extra?a?¡ª Manuel Vargas. Zaragoza.
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