Carrillo, algo m¨¢s que ambici¨®n y traici¨®n
M¨¢s que estalinista fue estaliniano. Adopt¨® el patr¨®n de comportamiento del georgiano, que se basaba en la m¨¢xima brutalidad represiva; pero tom¨® tambi¨¦n en consideraci¨®n la democracia, y eso fue bueno para Espa?a
¡°Pero Santiago, ?qu¨¦ bruto eres! ?Haber echado a los que eran los tuyos!¡±. Pronunciadas con voz ronca y su inconfundible acento-franco-aragon¨¦s, las palabras de Lise Ricol, la viuda de Arthur London, en la recepci¨®n de la Embajada francesa de 1996 en homenaje a los brigadistas, dejaron sin respuesta a su viejo amigo. Eran el mejor resumen de la contradicci¨®n vivida por Santiago Carrillo durante la crisis del Partido Comunista a principios de los ochenta: todo se hundi¨® tras haber hecho del PCE una fuerza pol¨ªtica decisiva para el establecimiento de la democracia en Espa?a; propiciado desde mucho antes, en 1956, el clima para que ello sucediera, y asumido el necesario sacrificio de los Pactos de la Moncloa, imprescindibles para que la inflaci¨®n desbocada no se llevase por delante a la Transici¨®n.
Aquello fue mucho m¨¢s importante que el ¨²nico gesto positivo que destaca Paul Preston en su biograf¨ªa de Carrillo, aqu¨ª llamada El zorro rojo, quiz¨¢s a efectos de salvar el rechazo provocado por el t¨ªtulo ingl¨¦s de El ¨²ltimo estalinista. De hecho solo seis p¨¢ginas de cr¨®nica entre cuatrocientas se dedican a esta importante fase final, donde la capacidad de lucha y su egolatr¨ªa se desplegaron al m¨¢ximo. Encontramos el dato de que a Gerardo Iglesias le llamaban ¡°Follard¨ªn¡±, pero nada del contenido de las crisis de los pec¨¦s de Catalu?a y Euskadi. Nada sobre la memorable r¨¦plica de Rafael Alberti en el congreso de la ruptura, en 1981; nada sobre el enfrentamiento silencioso con la octogenaria Dolores Ibarruri ¡ªPasionaria, por favor, no La Pasionaria¡ª, alzando esta su voto una y otra vez desde la presidencia en defensa del sucesor Iglesias frente a la ofensiva de Carrillo en el congreso de 1983.
En un libro inmediatamente posterior, Communiste malgr¨¦ tout, ignorado en la biograf¨ªa, Carrillo descubre la ra¨ªz de la incongruencia se?alada por Lise London: su eurocomunismo no proced¨ªa de Gramsci o de Togliatti, sino de la recomendaci¨®n de Stalin a Largo Caballero en diciembre del 36, a favor de una v¨ªa parlamentaria al socialismo en Espa?a. Era la actuaci¨®n en democracia del partido de siempre. Algo llamado a no funcionar, pero que de paso indica que Carrillo fue toda su vida un estaliniano, no un estalinista. No solo un seguidor de Stalin, sino un comunista que adopt¨® su patr¨®n de comportamiento pol¨ªtico, compatible en el georgiano con la m¨¢xima brutalidad represiva, pero que en el marco de un juego pol¨ªtico abierto llevaba a actuar con pragmatismo, incluso con ¡°paciencia¡±, como recuerda Carrillo de su entrevista con el Vohzd, y a percibir la exigencia de tomar en consideraci¨®n la democracia. Lo cual para Espa?a tuvo consecuencias muy positivas.
Preston ha reconstruido con toda minuciosidad los a?os de hierro que ocurren despu¨¦s de 1939
Resulta as¨ª cuestionable la l¨ªnea explicativa de Preston, al dibujar un retrato de Santiago Carrillo donde sus planteamientos pol¨ªticos est¨¢n guiados siempre por la ambici¨®n y por el esp¨ªritu de traici¨®n: ¡°En su ansia por medrar siempre estuvo dispuesto a traicionar o denunciar camaradas¡±. Es el malo de la pel¨ªcula, imagen rentable, con su parte de verdad ¡ªegolatr¨ªa, frialdad maquiav¨¦lica, recurso a la violencia¡ª, pero inexacta. Carrillo no traicion¨® a Largo Caballero: tom¨® nota en diciembre de 1936 de que la bolchevizaci¨®n del PSOE era imposible, cuando el viejo pierde el control del partido, y obr¨® en consecuencia. La dur¨ªsima carta a su padre denuncia la implicaci¨®n de Wenceslao en el golpe de Casado. Las ¡°traiciones¡± a Claud¨ªn, Sempr¨²n y a los renovadores fueron enfrentamientos pol¨ªticos, resueltos eso s¨ª ¡°por m¨¦todos administrativos¡±, aunque con alg¨²n detalle positivo: Claud¨ªn fue expulsado, pero su ¡°plataforma¡± se public¨® ¨ªntegra en Nuestra Bandera, n¨²mero 40, ciertamente en tipo menor y con refutaciones, un hecho excepcional en el movimiento comunista. Y ?qu¨¦ traici¨®n hizo a Ignacio Gallego, el hombre de Mosc¨²? Peor fue el trato dado a su segundo de siempre, el socarr¨®n Federico Melchor.
El episodio del tr¨¢nsito de las Juventudes Socialistas al comunismo ilustra las limitaciones de ese enfoque. Sigue a otro cap¨ªtulo ¡ª¡®La creaci¨®n de un revolucionario¡¯¡ª, donde Carrillo como joven socialista en la Rep¨²blica recibe m¨¢s comprensi¨®n, aun cuando falte atenci¨®n al marco europeo a la hora de explicar la radicalizaci¨®n juvenil. Es el momento en que Santiago propone que al grito de Alemania, responded con fuerza: ¡°?Rusia!¡±. Un clima imprescindible para entender la Espa?a republicana, donde la ideas del antifascismo y de la revoluci¨®n coincid¨ªan en el sue?o de la URSS. De ah¨ª que la conversi¨®n de Carrillo no proceda de ¡°la seducci¨®n¡± ejercida por el viaje a Mosc¨² en abril de 1936, aun cuando all¨ª se confirme el cambio, encubierto a continuaci¨®n por razones t¨¢cticas. Resulta poco cre¨ªble que a Santiago y a Federico les emocionase El lago de los cisnes en el Bolshoi; lo suyo no eran los ¡°cuentos de hadas¡±. Preston no ha consultado para el tema los documentos de la Internacional Comunista y eso se nota.
En cambio, los a?os de hierro que siguen a 1939 son reconstruidos con toda minuciosidad, lo mismo que los datos que fijan la responsabilidad atribuible a Carrillo en las ejecuciones masivas de noviembre de 1936 (Paracuellos). Falta solo advertir que tal aniquilamiento solo pod¨ªa ser ordenado por el verdadero centro de decisi¨®n pol¨ªtica: Codovilla, delegado de la Internacional Comunista. ?Qu¨¦ decir m¨¢s tarde de los tiempos de posguerra, cuando el cerco policial franquista, basado en la delaci¨®n y en la tortura, llev¨® ocasionalmente a dar ¨®rdenes de suprimir a todo aquel que no pudiera justificar la propia liberaci¨®n tras ser detenido? Y de la disidencia, a la eliminaci¨®n, mientras se disipaba el sue?o de una reconquista ¡ªAr¨¢n, la guerrilla¡ª y con ¨¦l las expectativas de Carrillo en Par¨ªs.
La violencia y la difamaci¨®n introducidas en los usos pol¨ªticos reaparecer¨¢n en los debates sobre el caso Claud¨ªn-Sempr¨²n, e incluso en las reuniones de dirigentes veteranos contra los ¡°renovadores¡± en 1981. Asistente a una de ellas, Amaro Rosal me relataba que no falt¨® quien a su llamada a la tolerancia respondiera: ¡°Y porque ahora no se puede con el rev¨®lver¡±.
Presentarlo como el malo de la pel¨ªcula puede ser una imagen rentable, pero es inexacta
La otra cara de la moneda es m¨¢s amable, y viene a corregir la imagen de un Santiago Carrillo oportunista, que por ello se apunta en 1975 a la democracia. Los ¨¢rboles y la maleza del bosque de datos impiden analizar la significaci¨®n de estos claros en el libro de Preston. El primero y m¨¢s importante lleg¨® de una apuesta casi suicida de Carrillo y Claud¨ªn a favor de la entrada de Espa?a en la ONU. Una vez superada la oposici¨®n de los veteranos, al final con el respaldo de Pasionaria, tiene lugar el corte que supuso en junio de 1956 el manifiesto ¡°por la reconciliaci¨®n nacional¡±, norte durante veinte a?os de la pol¨ªtica del PCE.
La imposible recuperaci¨®n de la Rep¨²blica era reemplazada por la convergencia de vencidos y vencedores, con la finalidad de acabar con la dictadura e instaurar pac¨ªficamente una democracia. Seg¨²n Manuel Azc¨¢rate, los sovi¨¦ticos no sab¨ªan ni c¨®mo traducir eso de ¡°reconciliaci¨®n nacional¡±. La nueva divisoria ser¨ªa dem¨®cratas contra franquistas, y la orientaci¨®n sobrevivir¨¢ a los debates sobre una posible salida a corto plazo (la siempre fallida huelga nacional pac¨ªfica) y la evoluci¨®n del pa¨ªs en los sesenta: discrepancias que acabaron en la expulsi¨®n de dos dirigentes de excepcional lucidez, Claud¨ªn y Sempr¨²n.
La prueba lleg¨® con la invasi¨®n de Praga por las fuerzas del Pacto de Varsovia. Ante la sorpresa general, un peque?o partido, dependiente en todo de la URSS, pronunci¨® la m¨¢s rotunda condena, en defensa del proyecto democr¨¢tico de Dubcek. Casi nunca en sinton¨ªa, como me contaban en detalle mis amigas Lola e Irene Falc¨®n, Carrillo y Pasionaria estuvieron esta vez unidos al plantarse ante la direcci¨®n sovi¨¦tica. A pesar de todos los zigzags derivados de su pecado original, el compromiso del PCE de Santiago Carrillo por la democracia en Espa?a no ser¨ªa objeto de ¡°traici¨®n¡± alguna.
Antonio Elorza, catedr¨¢tico de Ciencias Pol¨ªticas, fue expulsado en 1981 del Partido Comunista de Euskadi por Santiago Carrillo.
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