Los resentidos
Hay miles de j¨®venes como los hermanos Tsarnaev. Se diferencian en c¨®mo han invertido su rabia
?C¨®mo gestiona usted su resentimiento? Esa es la pregunta esencial de la vida. La que deber¨ªan hacer los psic¨®logos o los psiquiatras cuando se les sentara un paciente en el sill¨®n, aunque es natural que por no ser agresivos dediquen meses o a?os de terapia a dar rodeos antes de abordar la cuesti¨®n que define a todo ser humano. ?Qu¨¦ hace usted con su resentimiento? ?Se engolfa en ¨¦l? ?Lo rumia? ?Lo mantiene a raya? No es cierto que el mundo se divida en dos tipos de individuos, los resentidos y los que no lo est¨¢n: nadie est¨¢ libre de almacenar en alg¨²n compartimento del coraz¨®n una peque?a dosis de resentimiento. Tampoco es cierta esa idea com¨²n de que el resentido es el perdedor, el que por no haber tenido suerte en la vida sale de casa con la cara de quien culpa al pr¨®jimo de su desgracia. No siempre es as¨ª. Abunda en el universo de los triunfadores un tipo de personaje que envidia al que tiene menos y que eliminar¨ªa de la faz de la tierra a cualquiera que presienta puede hacerle la m¨¢s m¨ªnima sombra. En realidad, creo que el resentimiento debe estar ya escrito en el c¨®digo gen¨¦tico, emboscado en eso que llamamos el car¨¢cter, dispuesto a aumentar o disminuir no ya con las experiencias de la vida, sino con la manera en que nosotros asumimos lo que nos pasa. El c¨®mico Harpo Marx y el novelista Henry Roth viv¨ªan en la misma avenida de Manhattan, proced¨ªan de la misma clase: emigrantes jud¨ªos pobres de la Europa del Este. Sin embargo, sus memorias de la pobreza y la emigraci¨®n, que tanto han aportado a la cultura del siglo XX, no se parecen en nada. Harpo reconvirti¨® la miseria en materia humor¨ªstica; Roth relat¨®, como nadie, la verg¨¹enza del emigrante, el desapego que se siente hacia unos padres que se vuelven anacr¨®nicos en la gran ciudad. Harpo admiraba a su madre, disfrutaba de las peculiaridades de su universo familiar; Roth se avergonzaba y apiadaba a partes iguales de esa mujer santa que jam¨¢s podr¨ªa hacerse entender m¨¢s all¨¢ de las puertas de su casa. La vida, la historia incluso, nace de esa tensi¨®n entre los adaptados y los inadaptados.
Nadie est¨¢ libre de almacenar en alg¨²n compartimento del coraz¨®n alguna dosis de resentimiento
He venido pensando en eso todos estos d¨ªas, desde que las im¨¢genes de una c¨¢mara de vigilancia mostraran los rostros de los hermanos chechenos, los Tsarnaev, sembradores del terror en el marat¨®n bostoniano, y asisti¨¦ramos en directo a su caza y captura. Sab¨ªamos, casi al tiempo que suced¨ªa, que hab¨ªan secuestrado un coche y que le hab¨ªan comunicado al conductor su fechor¨ªa y la intenci¨®n de viajar a Nueva York a celebrarlo. ?Iban tambi¨¦n a atentar en Manhattan? A¨²n no se sabe si su infraestructura daba para tanto. O si sencillamente, quer¨ªan darse un homenaje despu¨¦s de haber perpetrado su haza?a. Unas fotos en Times Square. Una hamburguesa. Una Pepsi. No tomaban alcohol. El t¨ªo de los hermanos Tsarnaev apareci¨® ante las c¨¢maras antes de que el mayor de sus sobrinos fuera abatido a tiros. Los defini¨® como unos losers, unos perdedores, unos inadaptados, que nada ten¨ªan que ver con un padre que a pesar de la artrosis se hab¨ªa matado a trabajar como mec¨¢nico de coches. Por circunstancias de la vida yo me encontraba en el aeropuerto de Jacksonville (Florida), mirando la tele y esperando, junto al resto de pasajeros, a que el sobrecargo nos comunicara que a nuestro avi¨®n, por fin, le hab¨ªan arreglado el volante. Tal cual.
Una se?ora se?al¨® la tele y nos pregunt¨®: ¡°?Ya han atrapado al segundo?¡±. Era tan irreal lo que aparec¨ªa en la pantalla como la imagen que ofrec¨ªamos nosotros: pasajeros que se com¨ªan un mal s¨¢ndwich y segu¨ªan la persecuci¨®n como si se tratara de una serie, de Homeland, por ejemplo. A partir del momento en que se produjo la identificaci¨®n de los asesinos, la prensa norteamericana comenz¨® a trazar, con ese af¨¢n detectivesco en el que se manejan tan bien, una reconstrucci¨®n de sus vidas. Hoy estamos a punto de conocerlos m¨¢s incluso de los que ellos pudieron conocerse a s¨ª mismos. Tamerlan quiso ser boxeador, no lo consigui¨®; Tamerlan no ten¨ªa amigos americanos; era un joven agresivo hasta el punto de haber sido denunciado por golpear a su esposa. El padre ha salido en su defensa: ¡°?Es que en EE UU no se puede tocar a las mujeres!¡±. El pa¨ªs de acogida siempre te roba alguno de tus derechos ancestrales. Tamerlan canaliz¨® su resentimiento a trav¨¦s de una ortodoxia religiosa que daba sentido a su violencia interior. Es probable que el hermano peque?o, m¨¢s integrado, o al menos as¨ª lo defin¨ªan sus compa?eros, se dejara arrastrar por el fanatismo de Tamerlan. Los hermanos mayores cuentan mucho. A menudo m¨¢s que los padres.
Cuando el joven superviviente ha comenzado a declarar hemos sabido que, con toda probabilidad, no respond¨ªan a las ¨®rdenes de nadie. O a las de un dios resentido, creado a la medida de Tamerlan. Los hermanos siguieron las indicaciones de una p¨¢gina de Al Qaeda para fabricar la bomba. Tengo amigos que han aprendido a bordar en YouTube. Y bordar es, sin duda, mucho m¨¢s complicado. ?Qu¨¦ conclusi¨®n se puede sacar de todo esto? Desgraciadamente, casi ninguna. Hay miles de j¨®venes como ellos. Desapegados o inadaptados como ellos, provenientes de pa¨ªses con una historia tr¨¢gica. Se diferencian en que invierten su rabia en sobreponerse a las dificultades. Son los verdaderos valientes.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.