Del 98 al 13
M¨¢s de 100 a?os despu¨¦s, las cosas son m¨¢s siniestras de lo que Miguel de Unamuno hubiera llegado a sospechar. Claro que inventaremos nosotros, pero nos tendremos que marchar de Espa?a para hacerlo
Azares ingobernables, ocasiones de vertiginoso progreso, hundimientos violentos, imposibilidad de aplicar cualquier estrategia, esperas tediosas, retrocesos fatales y, cuando se est¨¢ cerca de la victoria, una vuelta a empezar que tan solo un momento antes habr¨ªa parecido inconcebible. Laberintos, c¨¢rceles, pozos, dados, calaveras, rescates. Podr¨ªa tratarse, qu¨¦ duda cabe, de Espa?a, pero convengamos en que se est¨¢ hablando del juego de la oca. ¡°De todas las historias de la Historia / sin duda la m¨¢s triste es la de Espa?a / porque termina mal¡±, dej¨® dicho Jaime Gil de Biedma, dando a entender que lo natural de las historias es acabar bien y que, de no hacerlo, siempre cabr¨¢ encontrar alguna anomal¨ªa que lo explique todo, un gato negro que se cruz¨® en el camino y que ech¨® los tiempos a perder, dej¨¢ndolos irreconocibles. Ser¨ªa muy poco edificante ense?ar en las escuelas que toda historia ¡ªy no solo la de Espa?a¡ª es como el mencionado juego infantil, que lo normal es tener que volver a empezar cuando se est¨¢ en puertas de un ¨¦xito tenido por definitivo y que los triunfos, de darse, se deben a un azar ciego y no tienen nada que ver con la inteligencia ni con la virtud.
La pregunta decisiva, tan cansinamente repetida en los ¨²ltimos a?os, no puede resultar m¨¢s familiar: ?qu¨¦ es exactamente ¡ªy en el adverbio se har¨¢ el mayor hincapi¨¦¡ª lo que ha tenido que ocurrir para que todo se haya ido al traste cuando mejor iban las cosas y cuando parec¨ªa que por fin la prosperidad formaba parte de nuestro destino? La experiencia ense?a que se puede tardar siglos en contestar a esta clase de preguntas. Pero conviene decirlo con claridad: en apenas tres a?os se ha producido el desplome m¨¢s aparatoso imaginable del conjunto de supuestos en torno al cual ha girado durante por lo menos el ¨²ltimo siglo la modernizaci¨®n del pa¨ªs. Cuando ocurre una cosa as¨ª, es dif¨ªcil que las aguas vuelvan pronto a sus cauces, y m¨¢s vale inventar otros supuestos o acostumbrarse a vivir sin ellos.
En tres a?os se han desplomado los supuestos sobre los que giraba la modernizaci¨®n del pa¨ªs
Lo que se ha venido abajo es la construcci¨®n intelectual que se impuso con el descr¨¦dito de la ret¨®rica del 98, cuando la generaci¨®n de Ortega sustituy¨® el lenguaje del imperio perdido y de la Castilla m¨ªstica por el de la naci¨®n joven y la Europa promisoria. Hace justamente 100 a?os, un pu?ado de intelectuales invent¨® su propia Europa y se dispuso a convencer al pa¨ªs de las bondades de su mito. Que a partir de 1914 esta misma Europa se desangrara en la m¨¢s siniestra org¨ªa de muerte que han conocido los siglos era una an¨¦cdota muy secundaria para cualquier profesor madrile?o de pro. Con m¨¢s o menos experiencia y viajes a sus espaldas, el ensayista espa?ol es una criatura prodigiosamente apta para prescindir de la realidad, ya lo haga desde Salamanca, ya desde Marburgo. La historia de Espa?a, se pens¨® entonces, ha sido siempre el juego de la oca, pero nuestra condici¨®n miserable, azarosa y rezagada puede enmendarse dejando fluir la vitalidad del pa¨ªs y educ¨¢ndola con un poco de cosmopolitismo viajero y cierta dosis de periodismo cultural.
Un siglo de ret¨®rica europe¨ªsta deber¨ªa haber sido bastante para que hasta el m¨¢s esc¨¦ptico se persuadiera, aunque fuese por aburrimiento, de que la asimilaci¨®n a Europa se hab¨ªa producido ya. Pero lo que se ha venido abajo en tres a?os es el convencimiento de que nuestra secular conjunci¨®n de azar, miseria y atraso hab¨ªa quedado exorcizada para siempre, y de que, con razonable certeza, est¨¢bamos inmunizados contra ella. ¡°Europa¡± era el nombre de esa inmunidad, y entrar en Europa era, exactamente, abandonar para siempre el juego de la oca.
La quimera de la Espa?a europea era, en realidad, un castizo producto picaresco. Ha llegado la hora, se juzg¨®, de quedarnos astutamente con lo bueno del norte y lo bueno del sur: pensiones, subsidios, sanidad y ense?anza como los protestantes, pero sol, calle, taberna y fiesta como siempre se han disfrutado aqu¨ª. Es preciso reconocer que la idea espa?ola del papel del pa¨ªs en Europa se fundaba en toda clase de errores. La palabra ¡°Europa¡± estaba libre de cualquier connotaci¨®n desfavorable: era la tierra de la ciencia, de la ¨®pera, de la filosof¨ªa, de las catedrales g¨®ticas y del laicismo, as¨ª como de la tolerancia y hasta de la licencia en materia de sexo; la patria de las personas educadas, pr¨®speras y bien alimentadas y el lugar al que genuinamente pertenec¨ªamos y del que nos hab¨ªan sacado violentamente la Mesta, la Escol¨¢stica y la Inquisici¨®n.
No es necesario dar detalles sobre el destino que a Espa?a le estaba reservado por Europa ni sobre la ilusa insensatez que nos llev¨® a ignorarlo. En verdad es necesaria una mitolog¨ªa muy fant¨¢stica para llegar a creerse que un s¨²bdito de Madrid, de Valencia o de Huelva pertenece, de hecho, a Europa, y no a sus pintorescos arrabales. El resultado era f¨¢cil de predecir: querer lo mejor del norte y lo mejor del sur fue un excelente medio para lograr lo peor de ambas latitudes. O, por lo menos, ese parece que va a ser nuestro destino: ascetismo protestante y pobreza mediterr¨¢nea; una robusta ¨¦tica del esfuerzo y el sacrificio, pero no para enriquecernos, sino para vivir bastante peor que hasta ahora, evitando de este modo, se dice, el vivir much¨ªsimo.
La quimera europea era un producto picaresco: quedarnos con lo bueno del norte y del sur
Nuestra disciplina y abnegaci¨®n futuras, genuinamente protestantes al fin, no est¨¢n destinadas a ponernos a la cabeza de Europa, sino a ganarnos el derecho de no ser expulsados de su cola. ¡°?Que inventen ellos!¡±, proclam¨® Unamuno con toda la ingenuidad de quien cre¨ªa que la tecnociencia moderna es algo que se admite o se repudia libremente. Pero, 100 a?os despu¨¦s, las cosas son m¨¢s siniestras de lo que Unamuno hubiera podido llegar a sospechar: claro que inventaremos nosotros (se nos adiestr¨® para ello en ¨¦pocas de prosperidad), pero nos tendremos que marchar de aqu¨ª para poder hacerlo. El culto al esfuerzo, tan cacareado por nuestros capataces, no ser¨¢ premiado con las recompensas propias de pa¨ªses con m¨¢s solera capitalista que el nuestro, sino tan solo con una humilde y subalterna supervivencia. Conviene que nos enteremos con toda claridad de que el sacrificio que se nos pide es el propio del buen futbolista, del buen camarero y del buen crupier, porque es preciso no olvidar que nuestro espacio y nuestro tiempo fueron concebidos para el ocio.
Somos cigarras que tienen que hacer de hormigas para las temporadas en que las hormigas gusten de hacer de cigarras. Deportes, turismo y juego ser¨¢n los valores de la Marca Espa?a, un espacio de la Europa suburbial que quiz¨¢ tenga un prometedor futuro si se olvida de su gusto por el ocio propio para trabajar fren¨¦ticamente por el ajeno. Todav¨ªa se tardar¨¢ un poco en adaptar nuestra idea de Europa a la ubicaci¨®n suburbial que nos corresponde. La pertenencia europea de Espa?a constituye, desde luego, un hecho, pero ya no es posible verlo como un hecho gozoso ni como una vibrante ilusi¨®n. Nunca vamos a ser lo que nuestras minor¨ªas modernizadoras nos dijeron que ¨ªbamos a ser, y conviene acostumbrarse cuanto antes a esta mala noticia. Mientras dure su asimilaci¨®n, hay dos mudanzas mentales de cierta urgencia. La primera, que a muchos resultar¨¢ humillante, consiste en comprender que el suburbio de una ciudad tiene a veces m¨¢s que ver con el suburbio de otras que con los barrios residenciales de la propia. La segunda, que a las humillaciones hist¨®ricas debe responderse, cuando menos, con dignidad, aunque esto implique cambiar el gesto, y sustituir la mueca satisfecha del nuevo rico por la sobria c¨®lera de quien se dej¨® enredar en una trampa que se ha convertido en destino. En el casino nacional futuro no faltar¨¢ quien, con las mejores razones, pida jugar un rato a la oca.
Antonio Valdecantos es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Carlos III de Madrid. Su ¨²ltimo libro publicado es La clac y el apuntador (Abada).
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