Herencias pol¨ªticas de un mayo maldito
En las revueltas del 68 se acu?¨® una manera adolescente de entender la pol¨ªtica que es a¨²n la nuestra. Es un modelo que maltrata a quienes recuerdan las dificultades y premia a quienes prometen todo a todo el mundo
Como Zavalita, ignoro cuando se jodi¨® Per¨². Sin embargo, s¨ª creo que podemos datar con precisi¨®n de astrof¨ªsco cuando se jodi¨® la pol¨ªtica: en mayo del 68. En aquellos d¨ªas se acu?¨® una mirada adolescente que todav¨ªa es la nuestra, quiz¨¢ por aquello de Ortega y las generaciones, de que los j¨®venes de entonces, que ahora mandan, se han hecho mayores sin abandonar la ontolog¨ªa en la que se formaron, esa que condesaban famosas consignas de aquellos d¨ªas: ¡°Sed realistas, exigid lo imposible¡± o ¡°No queremos un mundo donde la certeza de no morir de hambre viene contra el riesgo de morir de aburrimiento¡±.
A mi parecer, cuatro actitudes de nuestra pol¨ªtica proceden de la adolescencia de mayo. La primera conduce a creer que todo lo que se quiere se puede, que podemos reclamar una cosa y la contraria. Al final, todo ser¨ªa cuesti¨®n de voluntad. Esa convicci¨®n amplific¨® otra mucho m¨¢s enraizada en nuestra historia reciente, la de la abundancia. Si hay de todo para todos, no debemos renunciar a nada. La vida ser¨ªa como un supermercado con infinitos bienes: no importa que tu tengas un yate y yo no; si yo quisiera, tambi¨¦n podr¨ªa tenerlo, que sobran. En jauja, no hay que establecer prioridades ni hace falta organizar la distribuci¨®n. En condiciones de abundancia no es que no quepa la injusticia distributiva, es que ni siquiera habr¨ªa envidia o sensaci¨®n de injusticia. Basta con pedir por esa boquita y se nos dar¨¢.
La segunda es una prolongaci¨®n de la anterior: la disposici¨®n a ocultar los problemas y los dilemas de las reclamaciones. Basta con recordar lo sucedido con el movimiento antiglobalizaci¨®n. Nada pod¨ªa estar m¨¢s justificado. Miles de personas, en distintas partes del mundo, recordaron algo muy importante: los mayores retos de los pr¨®ximos a?os presentan un car¨¢cter planetario y la soluci¨®n debe abordarse a esa escala. Los problemas aparec¨ªan cuando los activistas se reunieron a precisar metas y propuestas. La exigencia de participaci¨®n estaba muy bien, pero era solo el principio de la historia. La participaci¨®n es un procedimiento de decisi¨®n, no un programa. En la hora de las ideas coincidieron mujeres y minor¨ªas sexuales con defensores de culturas ind¨ªgenas sexistas, campesinos europeos proteccionistas y campesinos de la periferia cr¨ªticos de aranceles agr¨ªcolas, partidarios del comercio local y activistas del comercio justo, te¨®ricos de la Justicia global y entregados comunitaristas, defensores del crecimiento cero y de pol¨ªticas de expansi¨®n. De pronto, algunos, pocos, cayeron en la cuenta de que muchos noes no equivalen a un s¨ª, de que estar contra el sistema no basta para estar de acuerdo. Los que defienden la barbarie y la sinraz¨®n tambi¨¦n est¨¢n contra el sistema. Le Pen o ETA, por ejemplo.
Las luchas sociales han sido sustituidas por una multiplicaci¨®n de reclamaciones identitarias
No era f¨¢cil reconocer los problemas para los que crecieron bajo la consigna de que podemos pedirlo todo, que todo cabe. Lo m¨¢s com¨²n fue emborronar las propuestas y escamotear aristas y dificultades. Las buenas palabras como conjuro frente a las incompatibilidades entre programas y los intereses encontrados. La adolescencia ciudadana de nuestras democracias, que maltrata a quienes recuerdan las dificultades y premia a quienes, sin precisar nada, prometen todo a todo el mundo allan¨® el camino para las medias verdades y los trucos de magia.
La siguiente convicci¨®n es tambi¨¦n otra variaci¨®n del mismo tema: la sustituci¨®n del relato de la igualdad por el de la identidad. Una verdadera filigrana intelectual. El ideal emancipador, que permite condenar las injusticias a partir de ciertos valores, resulta de mal llevar con el supuesto de que todo vale, el punto de vista que, casi sin querer, acab¨® por abrazarse cuando se pas¨® de la constataci¨®n de que en las sociedades modernas conviven distintos modos de vida a considerar que todos ellos, por el hecho de existir, resultan igualmente valiosos.
El cl¨¢sico diagn¨®stico que ve¨ªa en la divisi¨®n entre clases el eje explicativo de las patolog¨ªas sociales y el centro de gravitaci¨®n de las luchas sociales se sustituy¨® por una multiplicaci¨®n de reclamaciones identitarias alentadas por entrepreneurs d¡¯ethnicit¨¦ et de m¨¦moire (Jean-Loup Amselle) que hablaban en nombre de ¡°colectivos¡± de los que ellos mismos se proclamaban portavoces: ¨¦tnicos, culturales, sexuales o religiosos. Todas las causas se consideraban igualmente valiosas por el hecho ¡ªdiscutible en m¨¢s de una ocasi¨®n¡ª de proceder de sujetos excluidos o ignorados y a cada cual se lo catalogaba seg¨²n cierta caracter¨ªstica (la lengua, el sexo, la religi¨®n) que explicar¨ªa sus enteras vidas. El ¨¢rabe de Marbella compartir¨ªa barricada con el de la banlieue parisina, la campesina guatemalteca con la duquesa de Alba, el homosexual de Hollywood con el de Kabul. Sus identidades enmarcaban un origen que ser¨ªa un destino y todos ellos juntos, cada uno en su respectivo lote, del lado bueno de la historia. Otra recreaci¨®n m¨¢s. Verdaderas jaulas de hierro de las gentes, aisladas y recreadas en su salsa ¡°diferencial¡±, las identidades acabar¨¢n por oficiar como fuente de enconamiento entre tribus, cada una resentida con la vecina, de la que nada sabe ni quiere saber. No importaba que las identidades fueran inventadas, el odio no necesita de la verdad para prender.
Pero quiz¨¢ la disposici¨®n m¨¢s enga?osa, por su aparente radicalidad, es la que conduce a valorar la realidad con el gui¨®n ¡°lo que no es perfecto, es basura¡±. Entre nosotros ha permitido el diagn¨®stico de que Espa?a no es una democracia y que, en lo esencial, nada ha cambiado respecto al franquismo. Asoma por aqu¨ª una conocida falacia (slippery slope) que, pasito a pasito, mediante peque?os desplazamientos, acaba por presentar la versi¨®n extrema, en realidad falsa, de aquello que descalifica. As¨ª Ch¨¢vez era Castro y, como Castro era Stalin, Ch¨¢vez era Stalin. O, por la otra esquina, Aznar, Fraga y Franco mediante, clavadito a Hitler.
Lo m¨¢s enga?oso es valorar la realidad con el gui¨®n de que ¡°lo que no es perfecto, es basura¡±
Con una variante de este esquema se descalificar¨¢ a la Constituci¨®n, a partir del contraste con un idealizada situaci¨®n hipot¨¦tica. Estar¨ªa contaminada por la presencia y parcial tutela ¡ªinnegables¡ª de los poderes franquistas durante el periodo de su gestaci¨®n. En ausencia de ¨¦stos, se dice, la Constituci¨®n hubiera sido otra, verdaderamente democr¨¢tica. La Transici¨®n, se concluye, nunca se ha cerrado.
Y s¨ª, todo eso es trivialmente verdadero. Claro que, con ese gui¨®n, no queda t¨ªtere con cabeza. Si evalu¨¢ramos las constituciones bajo el contraste de otro mundo posible, idealizado, todas a la hoguera. No ser¨ªan leg¨ªtimas ni la jacobina de 1793 ni la republicana espa?ola de 1931, porque, entre otros defectos, no fueron votadas por las mujeres. Ni la alemana, redactada bajo la tutela de los vencedores de la II Guerra Mundial; ni la francesa, dise?ada al dictado de un De Gaulle cuyo ascenso al poder vino impuesto por un pronunciamiento militar en la Argelia francesa. Y como los contraf¨¢cticos no tienen freno, toda legitimidad puede reducirse a escombros. Si de aqu¨ª a veinte a?os, se adelanta el voto a los quince a?os, deber¨ªamos considerar ileg¨ªtima cualquier decisi¨®n actual. Entregados al bistur¨ª subjuntivo, podemos destripar cualquier cosa, pasada, presente o futura.
Sostener que lo quiero todo y ya y que si no es lo mejor, es basura, no es radicalidad intelectual ni af¨¢n de verdad, sino pol¨ªtica de casino provinciano. Ganas de escamotar los problemas con golpes en el pecho y palabras vac¨ªas. Hace ya tiempo que sabemos que la mejor sociedad no ser¨¢ el para¨ªso, sino el infierno m¨¢s llevadero. Nos lo recordaron las mentes m¨¢s l¨²cidas y honestas. Y las m¨¢s radicales. Gentes que se negaron a disimular los problemas, como Bertrand Russell, cuando, sobre el trasfondo de la Guerra Fr¨ªa, apost¨® por un gobierno mundial, cuya calidad democr¨¢tica reconoc¨ªa limitada, o Wolfgang Harich, cuando defend¨ªa su socialismo ecol¨®gico-autoritario a partir de la convicci¨®n de que los retos importantes de la humanidad, m¨¢s temprano que tarde, reclamar¨¢n una correcci¨®n de comportamientos de tal magnitud que, si queremos preservar una vida medianamente digna para todos, nuestras libertades no podr¨¢n ser las de siempre. La pol¨ªtica, en serio, consiste en reconocer lo realmente importante y estar dispuestos a conseguirlo, a sabiendas de su alto precio, de que elegir conlleva renunciar. Como en la vida. No podemos comer chocolate y estar delgados, amar y no depender.
F¨¦lix Ovejero es profesor de la Universidad de Barcelona. Acaba de publicar ?Idiotas o ciudadanos? El 15-M y la teor¨ªa de la democracia (Montesinos).
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