Partidos, austeridad y consenso
Las reformas que aumentar¨ªan la confianza pol¨ªtica y econ¨®mica son las que facilitar¨ªan el cambio de modelo productivo, pero el PP no lo quiere y el PSOE perdi¨® su oportunidad en tiempos de super¨¢vit
La crisis interminable en la que est¨¢ instalado el pa¨ªs se caracteriza, entre otras cosas, por una distancia creciente entre las palabras y los hechos. Mientras los expertos reclaman m¨¢s Europa, sus miembros m¨¢s poderosos se comportan con recelo, neg¨¢ndose a avanzar de verdad por el camino de la integraci¨®n fiscal. Esta din¨¢mica contrasta tambi¨¦n con importantes precedentes hist¨®ricos. La Gran Depresi¨®n propici¨® incrementos significativos de la integraci¨®n fiscal en federaciones con mucha heterogeneidad econ¨®mica e identitaria, uniones en las que el poder de veto de los Estados en las pol¨ªticas sociales estaba protegido constitucionalmente. Tal fue el caso del seguro de desempleo en Canad¨¢ o la arquitectura financiera que sigui¨® a la adopci¨®n del New Deal.Si el ¨²nico camino para superar la crisis es m¨¢s integraci¨®n, y hay precedentes, ?por qu¨¦ no se produce?
La respuesta m¨¢s com¨²n apunta a limitaciones externas. Dependiendo del analista, somos v¨ªctimas bien de la miop¨ªa de quien opta por ignorar la historia, bien de un plan para convertir al sur en ¨¢rea de servicios a bajo coste para las pujantes econom¨ªas del norte. Independientemente del motivo, el yugo contable ahoga a los pa¨ªses sin autonom¨ªa monetaria ni capacidad fiscal. Merkel no cede, guiada por un l¨®gico instinto de supervivencia electoral. El diagn¨®stico es sencillo, ofrece un punto sobre el que proyectar la ira, y, convenientemente, nos exime de toda responsabilidad. Sin embargo, es tambi¨¦n un diagn¨®stico falaz por incompleto.
Es incompleto porque son los partidos mayoritarios, antes y despu¨¦s de la crisis, los que cargan de razones a los que, por miop¨ªa o por estrategia econ¨®mica, se niegan a abrir el grifo. Para que funcione, la redistribuci¨®n dentro de las federaciones hay que merecerla. Se trata de un dilema cl¨¢sico en las uniones pol¨ªticas: c¨®mo evitar que las transferencias de recursos perpet¨²en o agraven la situaci¨®n que se supone han de corregir. Para minimizar ese riesgo, los pa¨ªses demandantes deben enviar se?ales cre¨ªbles de que utilizar¨¢n los recursos de forma productiva. Sin un compromiso cre¨ªble, la redistribuci¨®n contribuye a sostener un sistema dominado por intercambios clientelares y la persecuci¨®n irracional de privilegios locales. La viabilidad pol¨ªtica de las transferencias refleja tambi¨¦n el grado de corrupci¨®n del pa¨ªs receptor, su cultura fiscal y la capacidad de sus instituciones pol¨ªticas y econ¨®micas para transformar esos recursos adicionales en bienestar sostenible.
El fantasma del rescate justifica medidas que nos alejan de un modelo de crecimiento viable
Siento decirlo, pero desde bastante antes de la crisis el rendimiento en todos estos aspectos es desolador. Dada nuestra historia pol¨ªtica y econ¨®mica reciente, no es cre¨ªble que los recursos transferidos desde Europa vayan a utilizarse para cambiar la estrategia de crecimiento y corregir las causas que han llevado a Espa?a a liderar, en intensidad y duraci¨®n, los indicadores de impacto socioecon¨®mico de la crisis. Y ello debilita extraordinariamente la capacidad negociadora en Europa.
Las reformas que aumentar¨ªan la confianza pol¨ªtica y econ¨®mica en Espa?a son las mismas que facilitar¨ªan el tan cacareado cambio de modelo productivo. Espa?a es un pa¨ªs rico en recursos, capacidad empresarial y capital humano, con buenas infraestructuras. Incluso en circunstancias adversas, la formaci¨®n superior en algunas ¨¢reas (ciencias, medicina, ingenier¨ªa, por poner solo algunos ejemplos), que ahora regalamos o el desarrollo de energ¨ªas renovables sugieren que hay mimbres para hacer bien las cosas. Por tanto, la posibilidad de abandonar una estrategia de crecimiento basada en sectores de baja productividad y formaci¨®n, y escasamente competitiva internacionalmente, no es (o por lo menos no era) una quimera. Se trata de un problema pol¨ªtico e institucional. Para que el cambio de estrategia sea efectivo hacen falta una serie de reformas que corrijan legados, todav¨ªa presentes, de la industrializaci¨®n tard¨ªa, la dictadura y la propia transici¨®n. Las reformas necesarias son conocidas e incluyen el sistema fiscal (todav¨ªa regresivo y d¨¦bil), el sistema educativo e investigador (con unos recursos raqu¨ªticos y un dise?o que expulsa al talento que forma), el mercado de trabajo (que sigue mostrando unos niveles extremos de dualizaci¨®n), el federalismo (contraproducente, por tard¨ªo, desde el punto de vista de la estabilidad institucional) y, sobre todo, el sistema pol¨ªtico (donde la tolerancia hacia la corrupci¨®n a todos los niveles y la institucionalizaci¨®n del clientelismo como forma de intercambio siguen socavando la pol¨ªtica democr¨¢tica entendida como contraste de programas). Como s¨ªntoma de esto ¨²ltimo, Espa?a es de las pocas democracias avanzadas donde la renta apenas explica las preferencias redistributivas de los ciudadanos. Dicho de otro modo, en lo que se refiere a la redistribuci¨®n, los ciudadanos apenas aprecian diferencias entre los dos grandes partidos.
Suele argumentarse, con razones informadas por la experiencia de la transici¨®n, que un programa tan ambicioso de reforma solo resulta viable a trav¨¦s de un gran consenso nacional. Si esto es cierto, pintan bastos. El drama para la ciudadan¨ªa hoy, drama que alimenta el creciente escepticismo hacia la pol¨ªtica democr¨¢tica, es que est¨¢ obligada a elegir entre un partido que no quiere, el PP, y un partido que no puede, el PSOE.
Cuanto m¨¢s tarden los socialistas en perfilar l¨ªder y programa m¨¢s espacio dejar¨¢n a la contrarreforma de Rajoy
Aspavientos en Bruselas aparte, la ejecutoria del PP en estos dos a?os refleja una colusi¨®n entre David y Goliat. El fantasma del rescate justifica no solo la devaluaci¨®n interna, sino tambi¨¦n cambios legislativos que nos alejan todav¨ªa m¨¢s de un modelo de crecimiento viable basado en innovaci¨®n tecnol¨®gica y alta productividad. Los cambios se presentan como imposiciones inevitables que se amortiguan con logros como los recientes fondos para el empleo juvenil. Rajoy se presenta como el gran conseguidor en tiempos hostiles y Merkel, ante los suyos, como la gran barrera frente a la voracidad del sur.
A juzgar por los hechos, el futuro se construye a base de recortar gasto en investigaci¨®n y educaci¨®n, perpetuar un sistema educativo anticuado y sin orientaci¨®n pr¨¢ctica, limitar las pol¨ªticas de formaci¨®n y activaci¨®n laboral al tiempo que se precariza al conjunto de la fuerza de trabajo, facilitar a¨²n m¨¢s la destrucci¨®n del litoral, aumentar la regresividad fiscal, socavar a trav¨¦s de los presupuestos la autonom¨ªa de comunidades aut¨®nomas, permitir la fuga masiva de licenciados y doctores y diezmar los pocos servicios p¨²blicos de calidad (sanidad) al no garantizar el relevo generacional de sus cuadros. Mientras tanto, las diputaciones siguen cumpliendo la preciada funci¨®n de tejer redes clientelares y la incapacidad fiscal del Estado se retroalimenta con amnist¨ªas fiscales. Es obvio que el PP no quiere un nuevo modelo econ¨®mico que altere la base de su coalici¨®n electoral. Y, sin embargo, ofrece consensos.
Su suerte es que tiene enfrente a una oposici¨®n incapaz, hipotecada por su historia reciente y sus luchas internas. El PSOE perdi¨® la oportunidad de liderar el cambio de modelo econ¨®mico en tiempos de super¨¢vit presupuestario y tuvo una reacci¨®n p¨¦sima a los inicios de la crisis. Ambas cosas limitan su credibilidad ante el electorado, como lo hace la extra?a gesti¨®n del caso de los ERE en Andaluc¨ªa. Su participaci¨®n en consensos ante Europa es una estrategia razonable para ganar presencia, pero es in¨²til en la medida en que el PP no cree en las reformas que son realmente necesarias, y costosas. Los consensos a la carta son trampas para compartir costes y no ayudan a los ciudadanos a percibir que otra gesti¨®n de la crisis es posible. Es necesaria una ruptura y una alternativa discernible. Por eso, cuanto m¨¢s tarde el PSOE en perfilar un discurso nuevo y sobre todo un candidato viable y en distanciarse claramente del reformismo popular, m¨¢s espacio tendr¨¢ Rajoy para desarrollar su contrarreforma y peor nos ir¨¢ a todos. El giro es urgente.
De otro modo, si la elecci¨®n es entre la colusi¨®n con la austeridad o la incapacidad para superarla, el dilema, envenenado, empujar¨¢ a muchos a los brazos de charlatanes populistas de variado ropaje ideol¨®gico. Los riesgos son muchos y las posibilidades de romper el c¨ªrculo vicioso de la austeridad y la crisis de la pol¨ªtica cada vez m¨¢s escasas.
Sin un PSOE realmente renovado no hay alternativa; sin alternativa no hay pol¨ªtica; y sin pol¨ªtica no hay reformas que nos permitan mirar a Europa de otra manera.
Pablo Beramendi es profesor de Ciencia Pol¨ªtica en Duke University.
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