La t¨ªa Julia
Alguien deber¨ªa documentar la historia de la saga de los Guti¨¦rrez Caba, que preserva el laborioso hermano menor, Emilio
Se vuelve a los caf¨¦s, se vuelve a quedar para matar el rato merendando. Parec¨ªa que no iba a volver nunca aquel placer infantil que consist¨ªa en salir al centro y rematar la tarde con una merienda en Manila, en la Mallorquina o en aquel California 47. Manila y su imprescindible r¨®tulo desaparecieron, llev¨¢ndose con su marcha parte de nuestra memoria visual; como casi desapareci¨® la Gran V¨ªa, convirti¨¦ndose, poco a poco, en ese paseo de oda a la franquicia. Se esfum¨® en parte la esencia de la Puerta del Sol el d¨ªa en que la Comunidad permiti¨® que la parada de metro fuera rebautizada como Vodafone-Sol, y nosotros fuimos testigos silenciosos del saqueo del coraz¨®n madrile?o, convertido ya en un albergue de tiendas horterillas, letreros horrendos y calles peatonalizadas que se han ido encutreciendo por haber sido dejadas de la mano de Dios.
?Pero hay otros barrios c¨¦ntricos de Madrid que enfrentan como pueden esta pesadilla econ¨®mica, en gran parte inspirados por tendencias que comparten otras ciudades del mundo. Se abren sitios peque?os, encantadores, que exhiben a nuevos artesanos o que dan de beber y de leer a un tiempo. Negocios de un modesto hedonismo. Igual que celebr¨¦ desde aqu¨ª el rejuvenecimiento de la clientela de barra de zinc, toca ahora alegrarse por la vuelta de la merienda, ese refrigerio de media tarde que dura tanto rato como dure una conversaci¨®n y que era la gloria de los viejos caf¨¦s y de ese concepto, ¡°cafeter¨ªa¡±, que devuelve a la infancia y que a punto estuvo de ser tragado en la d¨¦cada pasada, cuando solo se pod¨ªan tener reuniones o encuentros mientras se com¨ªa o se cenaba.
Esta tarde (me refiero al martes) me he citado a merendar con una dama. Es algo que ella suele hacer con su sobrina, la actriz Irene Escolar, en alguna de esas peque?as nuevas cafeter¨ªas en las que es posible tomarse un t¨¦ y hablar de la profesi¨®n, tomarse un capuccino y recordar a la que fuera hermana de una y abuela de la otra, beber un zumo y calibrar cu¨¢les eran las dificultades a las que ten¨ªa que enfrentarse una c¨®mica de las de antes, y cu¨¢les aquellas que amenazan a una actriz que debe abrirse paso en un pa¨ªs en el que casi no se van a producir pel¨ªculas y donde no hay pr¨¢cticamente compa?¨ªas privadas de teatro que puedan salir a flote. No hay giras.
La dama es Julia. Guti¨¦rrez Caba. Una mujer a la espera de un fot¨®grafo que est¨¦ a la altura de su personalidad y la retrate tan atractiva como la estoy viendo yo ahora, cuando entro en la reposter¨ªa Pomme Sucre de la calle del Barquillo. Como s¨¦ que t¨ªa y sobrina son muy de merendar, he querido sorprenderlas con este localcito en el que el repostero Julio Blanco hace maravillas con el hojaldre, la Sacher, los chocolates y los bizcochos. En fin, una perita en dulce en esta calle especializada en tiendas de sonido, que hasta antes de ayer nos parec¨ªan el no va m¨¢s de la tecnolog¨ªa, cuando desconoc¨ªamos que se impondr¨ªa la tendencia de escuchar la m¨²sica de cualquier manera.
No voy a hacer un repaso de todas las razones por las que admiro a Julia, hoy la t¨ªa Julia, porque el art¨ªculo me quedar¨ªa en sepia y no ser¨ªa justo con esta se?ora tan alimentada de presente que tengo sentada frente a m¨ª. Entramos en materia sin perder el tiempo en f¨®rmulas introductorias, porque estamos a lo que estamos: la merienda es esa cuarta comida en la que se habla mucho y se come poco. Un hojaldre de chocolate repartido en tres. Quiero retener la imagen de la mujer serena, menuda de cuerpo y de cara imponente, que tiene un no s¨¦ qu¨¦ aristocr¨¢tico al hundir las manos en su melena agraciada para alisarla hacia atr¨¢s, dejando al descubierto la magn¨ªfica osamenta de su cara. Esa belleza que radica en los p¨®mulos, la frente y la mand¨ªbula.
Toca alegrarse por la vuelta de la merienda, ese refrigerio que dura tanto rato como una conversaci¨®n
Yo deseo echar la conversaci¨®n hacia atr¨¢s en el tiempo, hablar de la casa de la calle Mayor que compraron sus abuelos, a principios del XX, y que se cerr¨® y convirti¨® en fantasmal cuando muri¨® su hermana Irene. Ah¨ª sigue ese piso, que podr¨ªa perder con una mala reforma el aliento familiar de tantos buenos c¨®micos, como ocurre con los frescos romanos; albergando en el torre¨®n recuerdos de las ni?as Irene y Julia, que ya jugaban a teatrillos y zarzuelas mucho antes de pisar un escenario. Cap¨ªtulos de una apasionante saga familiar que alguien tendr¨ªa que haber documentado ya en el cine y que de momento preserva el laborioso hermano menor, Emilio. Pero Julia quiere reconducir la conversaci¨®n al presente, no parece un esp¨ªritu sumido en la nostalgia. Julia es una apasionada de las series. Y hablamos un rato de Mad Men y de Homeland, de Don (ay) y de Brody (ay). Me parece mentira estar hablando de personajes de ficci¨®n con quien tan noblemente los interpret¨® en la tele, en los tiempos de la merienda.
En estos d¨ªas de julio, Irene asiste a un taller de verso familiar. El t¨ªo Emilio, sin duda un maestro en la materia, ense?a a la sobrina y al actor Mart¨ªn Rivas la t¨¦cnica de decir el verso, su correcta acentuaci¨®n, sus pausas. La t¨ªa Julia asiste, de espectadora. Ella dice que no sabe ense?ar. Ella, que despliega arte en el simple gesto de pintarse los labios antes de que nos levantemos. T¨ªa y sobrina se van del brazo hacia Alcal¨¢. No me extra?a que Irene busque su compa?¨ªa. No hay mejor escuela.
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