20 fotos
Las im¨¢genes que los fot¨®grafos llevan m¨¢s sujetas al recuerdo Las fotograf¨ªas que los artistas han elegido para la revista de verano de EL PA?S, seleccionadas a lo largo de su vida Chema Madoz, Fontcuberta, Ouka Leele, Outumuro, Vallhonrat... Retrato de Salvador Dal¨ª, publicado en el diario 'Pueblo' en 1966. Ra¨²l Cancio 'Santa B¨¢rbara' Ouka Leele La soldado Megan McLung fotograf¨ªa al hijo de uno de los l¨ªderes sun¨ªes portando una pistola. La imagen fue tomada el 6 de diciembre de 2006 en Ramadi (Irak). ?lvaro Ybarra Zavala (Getty Images) 'Autorretrato de Alberto Garc¨ªa-?lix' Alberto Garc¨ªa-?lix 'Una nube que fue ¨¢rbol' Chema Madoz La imagen se realiz¨® en Almer¨ªa en 1989. Jordi Socias Ni?os de un colegio de Bangkog contemplando un partido de baloncesto. Manuel Outumuro Sutil e inquietante. Esas son las puertas que Javier Vallhonrat quiere tocar con sus fotograf¨ªas desde que en 2009 empez¨® su inmersi¨®n en el mundo de la naturaleza. Ahora recorre glaciares. Fue aparcando la moda, donde alcanz¨® cotas incre¨ªbles, para entregarse a la alta monta?a. En medio de una tormenta de nieve, escalando, se pone de manifiesto el escaso margen de control que poseemos de algunas cosas. La ocasi¨®n ideal para perderse en esa experiencia cargada de inquietudes y descubrir como ese espacio te coloca en un punto de m¨¢xima vulnerabilidad. Control e incertidumbre. La monta?a le sirve para observar y capar lo extremo, para construir un trabajo que reflexiona sobre la imagen y nuestro lenguaje y que no es otra cosa que una met¨¢fora de su recorrido interno. Glaciar de Aneto. Macizo de la Malaleta, Pirineos, fue la primera imagen que tom¨® a 2.995 metros de altitud en el punto m¨¢s vulnerable, donde termina. ?Suerte? A veces falla la luz o se hace tarde antes de llegar y hay que volver frustrado y empezar la ascensi¨®n otro d¨ªa, pero esa vez apareci¨® lo que vemos sobre estas l¨ªneas. Se dio de bruces con ese paisaje. ¡°Fue como ver muchas capas del tiempo dialogando, como fotografiar un vestigio de algo¡±. La lengua de nieve y la paleta de rosas captaron su atenci¨®n como espectador. Vallhonrat sac¨® la c¨¢mara y dispar¨®. Glaciar de Aneto, tan sugerente como un oleo impresionista, forma parte del proyecto 42 grados norte, que inici¨® en 2010 y que ha ido ampliando con el tiempo. La imagen, enmarcada ahora en el sal¨®n de su domicilio, posee una sutileza y un punto l¨²dico que nos conduce hacia formas m¨¢s interpretativas: abstracta, narrativa y polar. Vallhonrat ha escalado en 36 ocasiones hasta la cima del glaciar por eso sabe que el entorno tambi¨¦n es vulnerable. Ha comprobado personalmente como sufre el cambio clim¨¢tico. Javier Vallhonrat La limpieza que sugiere esta imagen se encuentra lejos de la verdad que oculta. Cuando Isabel Mu?oz viaj¨® por primera vez a Phnom Penh, Pol Pot y sus campos de exterminio ya hab¨ªan desaparecido.
En el pa¨ªs imperaba el toque de queda, las familias hab¨ªan sido diezmadas y los caminos se encontraban regados de minas. En 1996, las atrocidades de los jemeres rojos ya se conoc¨ªan pero los responsables del genocidio camboyano todav¨ªa no hab¨ªan sido juzgados. Sin embargo, el tiempo hab¨ªa empezado a cicatrizar algunas heridas. La danza Apsara ya no estaba prohibida. Las bailarinas hab¨ªan sido exterminadas en su mayor¨ªa, pero una nueva generaci¨®n empezaba a brillar, tras a?os de sacrificios.
La ca¨ªda del r¨¦gimen de los Jemeres Rojos, en 1979, facilit¨® la apertura de la escuela de Nom Pen y bailarinas, educadas en esa tradici¨®n milenaria, como la que torsiona su mano ante la c¨¢mara, una joven de apenas 17 a?os, destacaban en los salones. Tan bella como llena de vida. As¨ª era la primera bailarina cuando pos¨® feliz para la c¨¢mara de Isabel Mu?oz. Su arrebatadora belleza atrajo la atenci¨®n de un pol¨ªtico que no cej¨® hasta convertirla en su amante. La vida parec¨ªa sonre¨ªrle cuando fue asesinada. Nunca se detuvo al culpable. Para la autora de la foto, defensora feroz de los derechos humanos, la imagen vale como un relicario: ¡°Representa a toda la gente que sufre, un canto contra la impunidad y la injusticia¡±. De entre los miles de negativos, Isabel Mu?oz guarda esta imagen enmarcada en el sal¨®n de su casa. Isabel Mu?oz Fue su primer retrato digital y casi le cuesta la vida. Miguel Trillo celebr¨® su 53 cumplea?os regal¨¢ndose su primera c¨¢mara r¨¦flex y un viaje a Panam¨¢ que aprovech¨® para impartir un curso de fotograf¨ªa para estudiantes, en un barrio degradado en el centro hist¨®rico de la capital. El retrato del skater, con su aspecto entre moderno y tradicional, fue realizado en un entorno gris y ruinoso, en una zona de acceso complicado, un fort¨ªn colonial en ruinas que los patinadores usaban para andar a sus anchas. Con su gorra de lana y su pat¨ªn bajo el brazo, el skater forma parte ya y por derecho propio de su galer¨ªa de personajes an¨®nimos. Trillo, el fot¨®grafo que mejor ha captado las culturas juveniles y las est¨¦ticas musicales, no sospech¨® que la foto se convertir¨ªa en la ¨²nica que conservar¨ªa del viaje a Panam¨¢. Aprovech¨® la estancia para recorrer los escenarios donde perdi¨® la vida, en 1989, su amigo el fot¨®grafo Juantxu Rodr¨ªguez, asesinado por un disparo de un soldado estadounidense durante la invasi¨®n de Panam¨¢ para derrocar al dictador Noriega. Pero fue despu¨¦s de finalizar el taller, en el curso de un viaje de placer a Col¨®n, la ciudad donde naci¨® el reggaetton, donde se trunc¨® el viaje. En el coche iban cinco personas y aparcaron sin saberlo en la peor zona de la ciudad. Fotogr¨¢ficamente la cosa sali¨® redonda: mucho color, m¨²sica y tribus urbanas en la rec¨¢mara. Pero a Trillo (Jimena de la Frontera, C¨¢diz 1953) lo hab¨ªan visto llegar con la mochila al hombro haciendo fotos, as¨ª que lo esperaron a que volviera para retirar el coche. Amenazado por cinco pandilleros, acab¨® en el suelo con una pistola en el pecho. Enseguida lo tuvo claro a la hora de elegir entre la bolsa o la vida. Miguel Trillo Rebuscando en los archivos o simplemente en los registros de la propia memoria, se tiende a elegir precisamente aquello que te separa de la obra cotidiana. Jos¨¦ Manuel Navia (Madrid, 1957) lleva a?os d¨¢ndole vueltas a una pregunta en apariencia sencilla: ¡°?Por qu¨¦ quit¨¦ la foto de la cometa?¡±. La instant¨¢nea se realiz¨® en la playa de Colliure, de camino al hotel en el curso de un reportaje sobre la vida de Antonio Machado. Quiz¨¢s el mismo d¨ªa en que hizo la foto de la l¨¢pida en el cementerio de la ciudad donde falleci¨® el poeta. El momento, la hora y la luz transforman la imagen en un regalo para la vista del paseante solitario. Como nosotros ahora. La imagen recoge las ¨²ltimas luces del atardecer, esa hora entre el rosa y el morado en la que todo tiende a difuminarse, con la playa semivac¨ªa.
Alguien oculto en la imagen vuela la cometa que lleva impresa ?una boa! Casi seguro que, un momento antes de remontar el vuelo, se acerc¨® al suelo. Con los brazos abiertos, tratando de atraparla, un ni?o, corre tras ella, llenando la escena de candor y melancol¨ªa. Navia, que lleva a?os trabajando en un proyecto sobre los viajes como una met¨¢fora de la vida, contempl¨® la escena con los ojos del ni?o que fue. Dur¨® un instante, inevitablemente la mente lo llev¨® al recuerdo de su hijo que entonces deb¨ªa contar unos ocho a?os.
El editor de Paris Matchdej¨® fuera del reportaje esa imagen que quiz¨¢s le resultaba demasiado tangencial. Pens¨¢ndolo mejor, el propio Navia encuentra que tampoco tiene mucho que ver con los paisajes de interior que marcan su obra. ¡°Lugares muy distintos que siempre son los mismos¡±. Sin embargo, ahora se encuentra en esta p¨¢gina porque ha encontrado su lugar y posee toda la coherencia que queramos darle. Jos¨¦ Manuel Navia Fue al final de la entrevista, en el momento relajado de la despedida. La reina Sof¨ªa sali¨® al jard¨ªn y Beethoven, el san bernardo de 20 kilos al que bautiz¨® personalmente con el mismo nombre de la comedia que protagoniza un animal de esta raza, se acerc¨® a ella. Marisa Fl¨®rez y Concha Garc¨ªa Campoy cruzaron una mirada c¨®mplice. La fot¨®grafa, acreditada durante a?os en la Casa Real, no era una desconocida para la Reina y la periodista, una de las caras m¨¢s populares de la televisi¨®n aunque en esta ocasi¨®n debutara en EL PA?S, tampoco. Las tres se sent¨ªan c¨®modas. Hab¨ªan charlado durante m¨¢s de una hora sobre sus gustos y vivencias en el ¨¢mbito de la cultura y del arte, as¨ª que le pidieron que posara con algunos de sus perros de compa?¨ªa: lhasas, terrieres y schnauzers se unieron al san bernardo. La imagen se public¨® en septiembre de 1992 en el suplemento cultural Babelia. ¡°La llegada al domicilio de los Reyes de Espa?a se produce a trav¨¦s de un suave paisaje verde en el que hay que sortear los ciervos que esta tarde de sol pululan desconcertados¡±, escribi¨® la periodista en el arranque de la entrevista. Hace unos d¨ªas cuando Garc¨ªa Campoy falleci¨®, do?a Sof¨ªa se interes¨® por esa entrevista antigua, en la que abr¨ªa una ventana a su intimidad. En ella descubr¨ªa que le gustaba: la filosof¨ªa, la historia, el ensayo, el cine de Pedro Almod¨®var, la m¨²sica cl¨¢sica, viajar, practicar esqu¨ª y nataci¨®n. Su pasi¨®n por los animales queda patente en la imagen, una pasi¨®n que ha inculcado a sus hijos. Ella misma supervisa la alimentaci¨®n y cuidado de sus perros. Han trascurrido 21 a?os, el perrero se jubil¨® y los animales descansan en un cementerio improvisado en la Zarzuela. Marisa Fl¨®rez Como la pintura, las fotos necesitan reposar. Manolo Laguillo (Madrid, 1953) sostiene que con el tiempo ganan grosor. Como ejemplo, Diagonal-Arag¨®,una imagen fr¨ªa y reposada, de la Barcelona de 1978, de la que se desprende la est¨¦tica de la ¨¦poca. Franco llevaba tres a?os enterrado y acababan de celebrarse las primeras elecciones democr¨¢ticas. En esa Espa?a de blanco y negro, hab¨ªa muchos edificios as¨ª, sobre todo en la periferia. Contrasta lo vigorizante del anuncio que tapa la mediana con la fachada trasera, la que las ordenanzas municipales destinaban a tender la ropa. Pero ya destacan las cualidades que adornan la obra de este maestro del hiperrealismo: la neutralidad y el detalle, la obsesi¨®n por crear la ilusi¨®n de encontrarse ante la realidad misma. Us¨® un gran angular porque quer¨ªa que se vieran escombros que se acumulaban en el suelo, entre la hierba que crece, y el chiringuito de la izquierda. Un trabajo reposado en el que la geometr¨ªa volum¨¦trica manda. Su autor ejerce ahora como catedr¨¢tico de Fotograf¨ªa de la Escuela de Bellas Artes de Barcelona pero entonces acababa de comprarse una c¨¢mara de fuelle con el dinero que sac¨® de los regalos de boda. Daba clases de filosof¨ªa en un instituto y ten¨ªa claro que no quer¨ªa pasarse la vida ense?ando. So?aba con el momento de la tarde en que sal¨ªa a la caza de escenas urbanas, acompa?ado de su maestro Humberto Rivas, refugiado en Espa?a de la dictadura militar argentina. Sab¨ªa que su camino se encontraba en las cosas a las que pocos prestan atenci¨®n. Prefiere captar lo feo y lo desde?oso, aquello que transmite cierta inquietud y desaz¨®n y ¨¦l sit¨²a en la periferia. Manolo Laguillo Dec¨ªa el escritor y letrista Carlos Lencero que el flamenco es por encima de todo una forma de vida. Y en esa desconocida l¨ªnea se mueve Jorge Ribalta (Barcelona, 1963). Laocoonte salvaje, la serie a la que pertenece esta imagen, intenta documentar el flamenco como un sistema cultural m¨¢s all¨¢ de los iconos art¨ªsticos en 200 fotograf¨ªas.
Para poner al d¨ªa la geograf¨ªa del flamenco sin int¨¦rpretes, Ribalta necesit¨® realizar un movimiento brusco de c¨¢mara. Como en esta fotograf¨ªa en la que se funden monumentalidad arquitect¨®nica y sobriedad. Los muros de un antiguo palacio han sido reconvertidos en locales autogestionados y relacionados ahora con la escena m¨¢s pol¨ªtica y antisistema, pero que tiene sus or¨ªgenes en toda una corriente del flamenco vinculada al movimiento vecinal y a las pe?as que se inici¨® en los a?os de la Transici¨®n democr¨¢tica.
El t¨ªtulo, Patio trasero de los corralones de la calle Castellar, Sevilla, 1 de octubre, 2010, aporta los datos de la toma. Los escasos muebles proceden del contenedor pero dentro de la ?pobreza! se respira cierta dignidad. La t¨ªmida luz que envuelve todo, la vegetaci¨®n proyectada en las sombras y la gente hablando al fondo, al concluir o iniciar una de las clases, sugieren una situaci¨®n grata. No hay nada apocal¨ªptico en este discurso sobre la precariedad y las nuevas formas de econom¨ªa sostenible. Seguro que si afinamos el o¨ªdo escuchamos un zapateado lejano. Ribalta ha escogido el blanco y negro porque refleja una manera de pensar y fotografiar, pero tambi¨¦n porque es dalt¨®nico y tiene dificultades para percibir otros colores. Jorge Ribalta Cuando le ofrecieron la posibilidad de documentar las obras de remodelaci¨®n del Rijksmuseum no lo dud¨® un instante. Jos¨¦ Manuel Ballester (Madrid, 1960) vivi¨® durante siete a?os la metamorfosis de la obra como una met¨¢fora de la propia vida, en la que todo es relativo y vulnerable. En ?msterdam, una ciudad que le fascina y al lado de las obras de los grandes pintores holandeses, Ballester volvi¨® a retratarse a s¨ª mismo a trav¨¦s de un escenario y una situaci¨®n. Esper¨® la hora del crep¨²sculo para recorrer las salas vac¨ªas en el momento m¨¢s vulnerable del d¨ªa. Se encontraba muy cerca de donde ahora se ubica La ronda de noche, en una de las zonas laterales, cuando tuvo un encuentro con ese arco de luz que se refleja en el ventanal. Fij¨® el tr¨ªpode, abri¨® el obturador a una exposici¨®n m¨¢s larga de lo habitual y capt¨® ese peque?o arco que ba?a el espacio y lo insin¨²a inerte y desnudo. El museo en este caso sirve como soporte pero nos permite hacer una reflexi¨®n sobre lo aleatorio y ponernos trascendentes. Sabemos que el museo custodia la cultura del lugar al que pertenece pero, en ese instante y con esa iluminaci¨®n, puede tener otra funci¨®n o reflejar otra realidad. El manto de la noche pone en evidencia algo que est¨¢ a punto de perderse dejando unas gotas de nostalgia. Nocturno en el Rijksmuseum puede verse como un autorretrato de la forma en que Ballester mira y se posiciona ante un mundo. La obra in¨¦dita se muestra ahora solo para nuestros ojos. Del resto del material, el museo se qued¨® con ocho im¨¢genes: cinco se exhiben en la biblioteca y tres permanecen colgadas en la sala de prensa. Jos¨¦ Manuel Ballester La isla a¨²n no hab¨ªa sido descubierta por el turismo. Solo algunos jipis que hoy no llamar¨ªan la atenci¨®n de nadie se ba?aban desnudos en sus playas. Ibiza en 1967 conservaba ese toque blanco y negro que, a primera vista, nos remite al neorrealismo italiano. La imagen naci¨® sin t¨ªtulo, pero Toni Catany (Llucmayor, Mallorca, 1942) siempre le llama Nin.A estas alturas, la han reproducido y pirateado tantas veces que ya ha perdido la cuenta.
Para este maestro del bodeg¨®n, se trata del primer retrato bueno de su carrera. Bast¨® un disparo para captar la mirada del peque?o, con la camisa inmaculada abotonada hasta el cuello y la cabeza rapada al cero para evitar los piojos y, de paso, fortalecer el pelo para el futuro. La imagen se hizo en San Miguel, cerca de la iglesia del pueblo en el curso de un reportaje para La Vanguardia que firmar¨ªa Baltasar Porcel, y no puede ser m¨¢s estupenda y sencilla. El nin jugaba en la calle vigilado por la abuela y la bisabuela, que pasaba de los 100 a?os, cuando Catany reclam¨® su atenci¨®n. Apenas un instante, y desapareci¨® de su vida.
Ahora la vemos como un documento de una ¨¦poca que en la memoria ten¨ªa esos colores. Con el tiempo el personaje cogi¨® una entidad propia y una dimensi¨®n que nunca so?¨® su autor, pero refleja perfectamente su carrera como fot¨®grafo, en la que ha tocado todos los temas y g¨¦neros, obsesionado por el paso del tiempo.
La imagen ha viajado tanto que a Catany le hubiera gustado entreg¨¢rsela en mano al peque?o que mira muy formal al objetivo, pero nunca volvi¨® a cruzarse con ¨¦l. Alguien le cont¨® que se hizo mayor y fue a estudiar a la Universidad de Barcelona, pero despu¨¦s perdi¨® la pista. Toni Catany Fue leer Bellas y bestias, el ensayo de Carole Jahme sobre la contribuci¨®n de la mujer al mundo de la primatolog¨ªa en los ¨²ltimos 40 a?os, y querer convertirse en una de aquellas hero¨ªnas. Amparo Garrido comenz¨® entonces a realizar expediciones diarias al zool¨®gico de Madrid, armada con su c¨¢mara y en busca del animal que nos habita. Necesit¨® una f¨¦rrea disciplina, como antes hicieran Jane Goodall y Dian Fossey. Para llevar a cabo su trabajo de campo, pas¨® tres o cuatro horas por jornada frente a la jaula de Malabo y se dedic¨® a observarlo y registrar todos sus movimientos. D¨ªa tras d¨ªa y sin ideas preconcebidas, siguiendo sus impulsos con la mirada limpia. En los or¨ªgenes lleg¨® incluso a vestirse con la misma ropa con la fantas¨ªa de establecer cualquier tipo de contacto y saber algo m¨¢s sobre la fascinaci¨®n que ejercen gorilas, chimpanc¨¦s y orangutanes sobre las mujeres. Aquello dur¨® bastantes meses. Ten¨ªa miles de negativos en la rec¨¢mara cuando lleg¨® ¡°el regalo¡±. Malabo, en una pose totalmente humanoide, mir¨® al objetivo. A su modo, parece decir ?te gusta?, ?te va bien as¨ª?, venga dispara. No nos enga?emos, el retrato es un trabajo a medias, si el otro no se presta a dar, el fot¨®grafo no tendr¨¢ nada. Ahora, con la distancia, mirando de frente a Malabo se entiende bien a Lewis Hine cuando resum¨ªa su profesi¨®n con una frase: ¡°Si pudiera contarlo con palabras, no ser¨ªa necesario cargar con una c¨¢mara¡±. La imagen nos remite a la comunicaci¨®n no verbal. Un tanto por ciento elevado del lenguaje humano no necesita palabras. La mayor parte del tiempo nos comunicamos instintivamente, haciendo uso de miradas, expresiones faciales o gesticulaciones. Como Malabo. La fotograf¨ªa fue exhibida en la muestra: De lo que no puedo hablar. Amparo Garrido En el recuerdo de la fot¨®grafa Sylvia Polakov, sucedi¨® una madrugada a la salida de una discoteca. No conoc¨ªa a Amparo Mu?oz pero acabaron compartiendo taxi. Fue entonces cuando repar¨® en la mujer que se sentaba a su lado: "?Que belleza? ?Eres la mujer m¨¢s guapa que he visto en mi vida?". Amparo la escuch¨® con una sonrisa, ya se hab¨ªa acostumbrado a las lisonjas. El piropo qued¨® en el aire cuando la fot¨®grafa se baj¨® del veh¨ªculo, en la puerta de su casa. No fue hasta a?os despu¨¦s, cuando Madrid ya estaba inmersa en los a?os de desenfreno y libertad que precedieron a la movida, que volvieron a encontrarse, esta vez en un estudio de fotograf¨ªa. Le prest¨® el cintur¨®n, que oculta el pecho, y la pulsera de marfil. Hay complementos que resultan tremendamente atractivos en las fotos. Amparo no necesit¨® nada m¨¢s, bast¨® el color de sus ojos ("semiverdes"), el pelo lustroso, la perfecci¨®n de sus facciones, la piel, la mirada¡ Todo en ella rezuma sensualidad. Ya pose¨ªa todos los t¨ªtulos: Miss Costa del Sol, Miss Espa?a y Miss Universo. Fue una sesi¨®n f¨¢cil y r¨¢pida. Sin necesidad de muchas palabras. Polakov no acostumbra jalear a sus modelos. Sencillamente los coge y los hace posar. No necesita que funcione la qu¨ªmica entre iguales, se mueve guiada por el oficio y la intuici¨®n. Estos d¨ªas repasa los miles de negativos que guarda en su casa para enmarcarlos en un libro. La far¨¢ndula se mezcla con la gauche divine,la noche, la moda, Ibiza o la alta pol¨ªtica. No debe resultar sencillo resumir tres d¨¦cadas de intenso trabajo, pero a¨²n mantiene el requiebro de aquella madrugada. La ¨²ltima vez que se cruz¨® con ella ya era otra persona. Sylvia Polakov Hay fotos que no envejecen. Las guardas en un caj¨®n y cuando vuelves a mirarlas cobran nueva vida. La imagen que reposa sobre estas palabras se realiz¨®, en 1981 poco despu¨¦s de aprobarse la Ley de Divorcio, pero bien mirada sigue teniendo su punto de actualidad. C¨¦sar Lucas (1941, Cantiveros, ?vila) ya era director de fotograf¨ªa de Intervi¨² y pasaba muchas horas editando las fotos de los dem¨¢s pero segu¨ªa saliendo a la calle a la caza de noticias. Para ilustrar el malestar que hab¨ªa dejado en la curia episcopal la pol¨¦mica ley se traslad¨® a Toledo. Eligi¨® la procesi¨®n del Corpus Christi, con el ambiente propio de la celebraci¨®n y la est¨¦tica religiosa, para reflejar ese descontento gr¨¢ficamente. Lucas sol¨ªa confundirse entre la gente ¡ªen todas sus fotos los protagonistas son personas¡ª y desde ese anonimato disparaba sobre su objetivo. La foto elegida no lleg¨® a publicarse, tampoco el reportaje, pero conten¨ªa todos los elementos que buscaba: los tres sacerdotes con las casullas doradas, las velas encendidas, el escaparate de la tienda de fondo, donde solo falta un sost¨¦n o unas bragas, y los flecos del mant¨®n que acarician el cartel con el r¨®tulo: liquidaci¨®n por reforma. Vista ahora, la foto da para m¨¢s de los que realmente es. Llaman la atenci¨®n dos cosas. Por un lado, que no es tan corriente cruzarse con sacerdotes ataviados con toda la parafernalia fuera de los templos y, por otra, el cartel que lo enmarca todo. Si dejamos de lado por un momento la distancia que nos separa de la fotograf¨ªa, la escena podr¨ªa servir para ilustrar la situaci¨®n actual de la Iglesia Cat¨®lica, en pleno cambio tras la llegada del papa Francisco. C¨¦sar Lucas El retrato de Rogiero que hizo Pierre Gonnord en ?vora. Pierre Gonnord