Elogio del t¨®pico
La socialdemocracia parece hoy noqueada por la evidencia del fin del sue?o conquistado
La opulencia social y econ¨®mica es elegantemente displicente con los t¨®picos: nos sobra tanto de todo que los deploramos con el gesto altivo y deportivo de quien tiene mucho de mucho. Pero la opulencia econ¨®mica y social se ha acabado y no he podido evitar acordarme de Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n. Peor a¨²n: no he podido evitar acordarme de algunos de sus t¨®picos fetiches, sus f¨®siles verbales, sus latiguillos ideol¨®gicos malsanamente repetidos una y otra vez. E incre¨ªblemente, con lo mucho que lamentamos tantos sus tantos t¨®picos, he echado de menos a alguien cuya sobrecarga de t¨®picos hoy tendr¨ªa un aire oxigenante y una frescura ins¨®lita, retadora.
Uno de los que m¨¢s le gustaban era que veces es necesario luchar por lo evidente. En su ¨²ltimo art¨ªculo, J¨¹rgen Habermas describ¨ªa con libertad la cicater¨ªa pol¨ªtica de Angela Merkel en relaci¨®n con la Europa de los pobres (o m¨¢s pobres que Alemania) y en el fondo en relaci¨®n con Alemania misma como naci¨®n de ciudadanos. No s¨¦ si tiene raz¨®n, la verdad, pero el argumento sonaba muy bien: reclamaba el regreso a un programa pol¨ªtico m¨¢s justo y respetuoso con los ciudadanos de Europa y menos s¨²bdito de los intereses del partido en el poder en Alemania, y lo hac¨ªa apelando a una situaci¨®n de emergencia social, evident¨ªsima, como m¨ªnimo, fuera de Alemania.
Pero suscrib¨ªa la prevenci¨®n que todo heredero activo del pensamiento ilustrado asume sin vacilar. ?l se alegra, y nos alegramos los dem¨¢s, de ¡°vivir desde 1945 en un pa¨ªs que no necesita h¨¦roes¡±. La ilustraci¨®n repudia los h¨¦roes, y nosotros tambi¨¦n. De hecho, podemos alegrarnos de algunas otras cosas, como nos alegramos de vivir desde hace m¨¢s de 70 a?os (y algunos solo la mitad) en Estados que entendieron que la socialdemocracia era una victoria relativa y muy poco heroica, s¨ª, pero insustituible (adem¨¢s de heroica). Atenuaba en algunos casos, o desarbolaba en otros, las diferencias econ¨®micas y educativas, sociales y laborales heredadas.
Ser ciudadano europeo todav¨ªa significa vivir protegido como ning¨²n otro ciudadano
Aunque el ascensor social funcione mejor que nunca en cualquier pa¨ªs europeo, sigue siendo verdad inconcusa que la posici¨®n econ¨®mica asociada gen¨¦tica y culturalmente a la familia nativa es determinante como ninguna otra, en t¨¦rminos estad¨ªsticos, para prefigurar la calidad de vida que le espera a un ciudadano de Europa, haga la vida que haga y se dedique a lo que se dedique. Las clases sociales no han desaparecido ni cabe prever que vayan a desaparecer, tanto si la lucha de clases ha desaparecido como si no.
Ser ciudadano europeo todav¨ªa significa vivir protegido como ning¨²n otro ciudadano de la historia de los avatares imprevisibles de las sociedades y los poderes econ¨®micos, las guerras, los odios tribales y nacionales y el puro azar. El Estado es una instituci¨®n pensada precisamente para garantizar formas de estabilidad social a trav¨¦s de la continuidad hist¨®rica. La primera v¨ªa de acceso a la felicidad normal es la capacidad de prever y confiar en un futuro rutinario y no incierto o esclavo de la pura fortuna. Por eso la ausencia de h¨¦roes es una bendici¨®n de la modernidad (y de la posmodernidad).
Pero el art¨ªculo de Habermas dice otra cosa m¨¢s. Aunque los individuos no hacen la historia, al menos no en circunstancias normales, ¡°hay situaciones extraordinarias en las que la capacidad perceptiva y la fantas¨ªa, el valor y la disposici¨®n a asumir responsabilidades de los individuos marcan la diferencia en el curso de los acontecimientos¡±. Ya s¨¦ que es evidente, pero a veces da gusto repetir lo evidente para salir de la nube narc¨®tica de impotencia y resignaci¨®n. La socialdemocracia naci¨® para mitigar sin rupturas ni traumatismos sociales la evidencia asumida desde el marxismo, sin que sea necesario ser marxista, de las desigualdades profundas en las que nacen los sujetos.
Nada de h¨¦roes: ide¨®logos, e ide¨®logos
sin miedo a la palabra
Y esa es una diferencia de clase en el sentido duro, fuerte, de la palabra. La socialdemocracia ha perdido empuje y convicci¨®n en buena parte por ser v¨ªctima de la misma opulencia que hoy se volatiliza a marchas forzadas en los pa¨ªses no s¨¦ si latinos o mediterr¨¢neos, pero desde luego m¨¢s pobres. Hoy parece noqueada por la evidencia del fin del sue?o conquistado y casi parece dudar de la misma conquista de aquel sue?o, que fue un Estado de bienestar capaz de contener a los poderes econ¨®micos y de clase.
Las clases existen, y existen de forma hoy, de nuevo, violenta, coercitiva, restrictiva y por tanto hoy de nuevo el Estado es la ¨²nica y mejor garant¨ªa de contenci¨®n de la desigualdad de la naturaleza (en la cual incluyo como predador mayor al propio hombre, como es natural). Nada de h¨¦roes: ide¨®logos, e ide¨®logos sin miedo a la palabra ni a la asociaci¨®n turbia y derogatoria que se han ganado a pulso a lo largo del siglo XX. El ide¨®logo no es necesaria y fatalmente un villano incendiario ni un enloquecido dogm¨¢tico y desp¨®tico, sino alguien que aporta an¨¢lisis de fondo a problemas de fondo y respuestas de forma a problemas de forma. Y el escarmiento salvaje del siglo XX aporta lo suyo, por fortuna, que es no estar demasiado seguro ni de sus respuestas ni de sus preguntas, pero a cambio de que no se las calle por verg¨¹enza, por conveniencia o por faltar al buen tono del-fin-de-las-ideolog¨ªas.
La socialdemocracia tiene respuestas cl¨¢sicas a problemas cl¨¢sicos, y elevar a categor¨ªa de cl¨¢sica una respuesta y una pregunta no es hacerlas ineficientes o rancias, sino todo lo contrario: es hacerlas vivas y actuales para otros tiempos y otras gentes. Contra la mala conciencia de los t¨®picos, albricias, volvamos a los t¨®picos y uno rotundo: el Estado como instituci¨®n equilibradora es el instrumento m¨¢s poderoso de los pobres de nacimiento y desde el nacimiento frente al uso del Estado como explotaci¨®n intensiva de los ricos de nacimiento y desde el nacimiento. No todos ni en todos los casos, desde luego, pero eso ya escapa al t¨®pico y, de momento, por mi parte, me basta con el tont¨ªsimo t¨®pico de que s¨ª, existen las derechas y las izquierdas.
Jordi Gracia es profesor y ensayista.
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