La gran tarea del nacionalismo
El prop¨®sito central de los nacionalismos es, antes que nada, conformar una sociedad como un todo, disolver las expresiones de la propia diferencia y atrapar las tensiones internas para proyectarlas hacia el otro
En una reuni¨®n de peque?o formato, ambiente g¨¦lido y ausencia de moquetas, un conocido polit¨®logo barcelon¨¦s calific¨® al reci¨¦n elegido presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, de pol¨ªtico popular¡ en raz¨®n del arraigo electoral de su partido entre las clases medias. Consternaci¨®n entre la concurrencia: por ¡°popular¡± los all¨ª reunidos entend¨ªan otra cosa. La an¨¦cdota tiene escasa importancia, pero indica algo que ya no sorprende a nadie en estos momentos. El nacionalismo independentista es valorado por su acrecentado arraigo social y capacidad de movilizaci¨®n; raramente es enjuiciado por los valores que defiende y le dan sentido. Este punto de vista ¡ªque hubiese permitido considerar por la misma ¨¦poca a Franz-Joseph Strauss como el pol¨ªtico europeo popular por excelencia¡ª forma parte de una perspectiva cultural muy extendida sobre el nacionalismo; identificada no tanto con la palabra, el concepto, como por la resoluci¨®n con que se defienden los intereses generales de los ¡°nuestros¡±. El problema est¨¢ ah¨ª precisamente, en saber qui¨¦nes son los nuestros, un discernimiento que no es un objetivo f¨¢cil, sin costes para quienes lo practican.
En este art¨ªculo se defiende una tesis que no es muy com¨²n en el debate sobre Catalu?a. Podr¨ªa formularse as¨ª: el nacionalismo en cualquiera de sus formas incluye por definici¨®n dos caras, como Jano. La primera es m¨¢s que obvia. Puede resumirse del modo siguiente: el nacionalismo aspira a modificar los t¨¦rminos de relaci¨®n entre una sociedad y otra (u otras) con las que sostiene antagonismos de orden diverso, bien identificados por las ciencias sociales contempor¨¢neas. La novedad en este caso ¡ªla reclamaci¨®n de independencia por parte de una gran cantidad de catalanes¡ª no afecta al fondo del argumento. La segunda de las caras ya no es tan obvia. El nacionalismo consiste tambi¨¦n en un esfuerzo por definir la naturaleza del propio grupo, consecuentemente para modificar el contexto externo que puede y debe garantizar este fin. Vistas as¨ª las cosas, se disuelve como azucarillo la tendencia frecuente a considerar que ¡°nacionalistas¡± son los dem¨¢s, mientras que la afirmaci¨®n de id¨¦nticas ideas y emociones es parte de un orden natural de las cosas cuando se refiere a uno mismo. Yendo un poco m¨¢s al contexto que ahora importa: que las naciones fuertes, establecidas y naturales no lo practican; las otras, menores, perif¨¦ricas, emergentes o latentes, lo practican en demas¨ªa.
?Es esto as¨ª? Parece dudoso. Basta ojear los libros de historia, su organizaci¨®n: la Historia de Espa?a e Historia de Catalu?a se solapan sin condicionarse. No es necesario invocar antiguas vendettas, aunque acabaremos probablemente en este punto. Aquel horizonte m¨ªtico y esencialista en el que algunos fuimos educados (es un decir) no tardar¨¢ en asentarse glorioso en los libros de texto que se revisan con frecuencia para no moverse de lugar. Tampoco tiene mucho sentido lo que cualquiera sabe de sobra: que la organizaci¨®n del espacio cultural com¨²n puede manipularse a placer sin que esto altere el discurso de los dem¨¢s, considerado irrelevante desde la propia realidad. Mientras se afirme la reclamaci¨®n de universalidad de lo propio en detrimento de lo parroquial del adversario, lo mismo da qu¨¦ p¨¢tina se le d¨¦ a la historia que se ense?a. Pero que nadie reclame luego el car¨¢cter inclusivo de la naci¨®n grande, del ¡°nos anc¨ºtres les gaulois¡± que empollaban los ni?os senegaleses sin piedad.
Es admirable el esfuerzo del nacionalismo catal¨¢n por reescribir una historia igual a s¨ª misma
Conviene desarrollar algo m¨¢s el argumento. Es de admirar el esfuerzo enorme del nacionalismo catal¨¢n, en sus m¨²ltiples expresiones, por reescribir una historia del pa¨ªs siempre igual a s¨ª misma. Las piedras del Borne, la presentaci¨®n de la Guerra de Sucesi¨®n y la Guerra Civil en t¨¦rminos casi id¨¦nticos de Espa?a contra Catalu?a, la reescritura entera de la transici¨®n posfranquista, constituyen episodios de un continuo siempre igual de un conflicto entre sociedades que formaron parte de los reinos cristianos, de la monarqu¨ªa hisp¨¢nica, el Estado liberal y los experimentos de extrema derecha en el siglo<TH>XX. Una secuencia (limpieza cristiana, lenguas trituradas en el solar peninsular y por toda Am¨¦rica, ¡ªalgunas francamente prestigiosas pero todas ellas necesarias para los suyos¡ª, etc¨¦tera) que puede explicarse en t¨¦rminos comunes a las historiograf¨ªas europeas. ?S¨ªmbolo esto de la modernidad catalana, espa?ola o hisp¨¢nica? S¨ªmbolo en todo caso del car¨¢cter t¨¦trico de la historia, dicho con Juan Benet.
El combate insensato entre nacionalismos hisp¨¢nicos ¡ªnacionalistas ya sabemos que no hay, tampoco en Francia puesto que todos son republicanos¡ª es en esencia un combate por la definici¨®n de sus respectivas sociedades y solo despu¨¦s un pleito externo. Por este motivo el antagonismo tiene una salida problem¨¢tica y una duraci¨®n incierta, mientras la mediocridad de la pol¨ªtica y las servidumbres de la academia sigan por los derroteros mencionados. El viejo corral hisp¨¢nico sigue siendo eso, un corral; muy moderno para ciertas cosas, muy arcaico para otras que afectan a la vida civil y al desarrollo colectivo.
El combate insensato entre nacionalismos hisp¨¢nicos es en esencia un combate por la definici¨®n de sus respectivas sociedades y solo despu¨¦s un pleito externo
Aun as¨ª, nada sustancial va a resolverse a pesar del previsible arreglo por arriba en el ¨²ltimo suspiro, porque este no es el prop¨®sito esencial de los actores en escena. La nacionalizaci¨®n de unos y otros seguir¨¢, implacable y ciega, colonizando el pasado y condicionando el futuro. Convulsa en la Catalu?a de ahora; por los caminos cansinos de la vida institucional, de la ¡°Roja¡±, la Reconquista y la misi¨®n en Am¨¦rica, de la preeminencia de la lengua grande, del ¨¦xito de la transici¨®n y otros asuntos cuyo com¨²n denominador es la educaci¨®n y el reconocimiento del propio grupo en su pasado y en su supuesto destino colectivo en el presente y futuro. Uno puede esperar esto de los nacionalistas de siempre, pero podr¨ªa esperar otra cosa de una izquierda que deber¨ªa haber aprendido algo de la historia del siglo<TH>XX y del debate en las ciencias sociales acerca del nacionalismo en sus m¨²ltiples variaciones. Haber aprendido, sobre todo, que el prop¨®sito central del nacionalismo es, primero y antes que nada, conformar una sociedad como un todo, disolver las expresiones de la propia diferencia, atrapar las tensiones internas para proyectarlas finalmente hacia otro lugar: ?Alsacia y Lorena?, ?los ¨¢rabes?, ?los jud¨ªos?, ?los chechenos?, ?Al Qaeda?, para qu¨¦ insistir.
Estas consideraciones nos conducen al meollo del asunto. Mientras el nacionalismo en Catalu?a persigue con perseverancia sus objetivos, aquellos que no lo somos (por razones ideol¨®gicas de orden universalista) hemos visto desaparecer de escena a los que proced¨ªan de otras tradiciones culturales. No seamos ingenuos, la trama de solidaridades populares forjada en el crep¨²sculo del franquismo no ha resistido el impacto de la desindustrializaci¨®n y el paro masivo, la p¨¦rdida de referencias basadas en ideas de igualdad, del trabajo y la solidaridad como cultura, cruzando la divisoria entre personas con or¨ªgenes diversos. De todo esto queda poco. Levantar algo nuevo a partir de las ruinas del presente es tarea de titanes. Lo es todav¨ªa m¨¢s en el p¨¢ramo de incomprensi¨®n de lo que el nacionalismo en esencia es, de la gran tarea siempre pendiente.
La trama de solidaridades populares forjada al final del franquismo ha sido barrida del escenario
De entenderlo as¨ª, lo que queda de la izquierda perder¨ªa menos tiempo en defender a Espa?a o a Catalu?a, en defender recetas estrictamente pol¨ªticas de recorrido limitado. Uno puede ser dignamente autonomista, federalista asim¨¦trico o sim¨¦trico, monoling¨¹e o pluriling¨¹e, y aspirar en pro de la concordia y mejora colectiva a encontrar soluciones para los problemas de distribuci¨®n de recursos financieros, culturales o simb¨®licos. Estas recetas no agotan, sin embargo, lo que constituye el coraz¨®n del problema, sus causas y ra¨ªces profundas. Adem¨¢s, el problema est¨¢ tanto en Madrid como en Barcelona, en Catalu?a como en Espa?a ¡ªuna simplificaci¨®n finalmente abusiva¡ª. Como dijo Josep Pla en cierta ocasi¨®n (cito de memoria): una cultura debe preceder a una pol¨ªtica. En el fondo de la erosi¨®n de la Catalu?a orwelliana, de la Catalu?a solidaria (con quienes uno se relaciona), reivindicativa, republicana y federal, orwelliana, anarquista y comunista, tierra de acogida y explotaci¨®n de gentes del sur, est¨¢ la aceptaci¨®n y aparente ¨¦xito de la idea de que lo social e individual es la parte y la naci¨®n el todo. La fabricaci¨®n e imposici¨®n de una premisa de este estilo es el gran logro del nacionalismo(s), aquello por y para lo que precisa dominar su propio espacio: su raz¨®n de ser.
Josep M. Fradera es catedr¨¢tico de Historia de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.
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