Grandeza y descr¨¦dito de la pol¨ªtica
El contrato b¨¢sico entre gobernantes y ciudadanos se ha roto con la crisis
Seg¨²n los ¨²ltimos bar¨®metros del CIS, uno de los problemas que m¨¢s nos preocupan hoy a los ciudadanos, tras el paro, la corrupci¨®n y la crisis econ¨®mica, es el de la pol¨ªtica y los pol¨ªticos. Nos preocupa m¨¢s que el terrorismo, que la inseguridad ciudadana, que nuestro deficiente sistema educativo, que la sanidad, cada d¨ªa m¨¢s diezmada por los recortes. ?Por qu¨¦ est¨¢ sucediendo esto?
La pol¨ªtica exige a los que hacen de ella su modo de vida no pocos sacrificios. Muchos de nuestros pol¨ªticos cobran sueldos demag¨®gicamente bajos (un ministro gana poco m¨¢s que un directivo medio en una gran empresa), trabajan muchas horas y est¨¢n sometidos a un permanente escrutinio p¨²blico y a las cr¨ªticas m¨¢s feroces, con frecuencia totalmente inmerecidas. ?Por qu¨¦ les estamos perdiendo el respeto, justo ahora que la crisis econ¨®mica est¨¢ agudizando las tensiones sociales y m¨¢s les necesitamos para mediar y resolver los conflictos que surgen?
La respuesta obvia es que les estamos perdiendo el respeto porque primero se lo han perdido muchos de ellos (no todos, por supuesto). Que les vemos como un problema porque con su incapacidad para sacarnos de verdad de la crisis, con los esc¨¢ndalos en los que est¨¢n implicados y con sus acusaciones cruzadas de financiarse ilegalmente y de amparar en sus filas a granujas y delincuentes, se han convertido en un problema. Hay buenas razones para sospechar que el partido que gobierna ha vivido instalado durante muchos a?os en la mentira de la financiaci¨®n ilegal. ?C¨®mo no les vamos a ver como un problema?
Les estamos perdiendo el respeto porque ellos mismos se lo pierden cada vez que, para no tener que asumir responsabilidades, se esconden en los m¨²ltiples recovecos de nuestro deficiente sistema judicial, cuando ponen en entredicho a toda la clase pol¨ªtica con el no es verdad, pero t¨² m¨¢s con el que suelen reaccionar cuando son acusados de corrupci¨®n (sin darse cuenta de que, como cualquier ni?o m¨ªnimamente avispado aprende enseguida, dos excusas son siempre menos convincentes que una sola); cuando se cambian cromos para cubrirse, cuando se valen de los privilegios de su posici¨®n ¡ªaforamiento, etc¨¦tera¡ª para no responder por sus actos. Deber¨ªa ocurrir lo contrario. Deber¨ªan ser ellos mismos los que mostraran con orgullo que una de las grandezas de su profesi¨®n es la responsabilidad que deben asumir no solo por sus actos criminales cuando los cometen, como cualquier hijo de vecino, sino por todos los actos propios o de sus subordinados susceptibles de poner en tela de juicio su competencia, su credibilidad o su honorabilidad. Pero muchos solo se acuerdan de esta responsabilidad cuando se trata del adversario.
Muchos de nuestros cargos institucionales cobran sueldos demag¨®gicamente bajos
Los diputados al Congreso ¡ªla encarnaci¨®n de la soberan¨ªa, los pol¨ªticos por antonomasia¡ª se pierden el respeto a s¨ª mismos cada vez que ocupan su esca?o sin reclamar que lo abandone la diputada Andrea Fabra, que alcanz¨® fama merced a aquel edificante ¡°que se jodan¡± dirigido a los parados. ?C¨®mo no advierten que la presencia de esta se?ora en el hemiciclo empa?a toda su labor? Es algo que deber¨ªa ofender a todos, pero sobre todo a los miembros de su partido.
El descr¨¦dito de los pol¨ªticos es muy peligroso. Como escribi¨® Jaume Perich, los que creen que todos los pol¨ªticos son iguales acaban conform¨¢ndose con los peores. No hace falta recordar lo que ocurri¨® en Italia tras la profunda crisis de confianza en los pol¨ªticos de los a?os noventa: 20 a?os de berlusconismo. Adem¨¢s, es tremendamente injusto para muchos que, d¨ªa tras d¨ªa, dan lo mejor de s¨ª mismos sin apenas compensaciones.
Posiblemente, sin la crisis econ¨®mica nuestros pol¨ªticos no estar¨ªan tan desacreditados. La crisis ha roto un contrato b¨¢sico entre gobernantes y ciudadanos: a cambio de los privilegios del poder, los gobernantes deben proporcionarnos seguridad y prosperidad. Si cumplen con su parte, estamos dispuestos a perdonarles muchas cosas, como se ha visto en pasadas elecciones. Pero hoy que la prosperidad brilla por su ausencia, no les perdonamos nada. Adem¨¢s, la globalizaci¨®n de la econom¨ªa ha dejado a los gobernantes poco menos que inermes ante la crisis. Para rematar, los pol¨ªticos son el ¨²nico colectivo que se autorregula, con unas reglas del juego que, en los partidos, protegen demasiado a las c¨²pulas y, en el Congreso, protegen demasiado al Gobierno. El resultado es que, en el seno de los partidos, hay muy poco debate; y el que hay en el Congreso suena a menudo a tongo.
Sin duda, en este descr¨¦dito de la pol¨ªtica hay un poco de ingenuidad por nuestra parte. A menudo, esperamos demasiado de ellos. Muchos pol¨ªticos van a lo suyo, como casi todo el mundo. Cuando sus intereses personales coinciden con los de su partido, defienden los de su partido, y cuando los de su partido coinciden con los generales, defienden los intereses generales. Con encomiables excepciones ¡ªy las hay en abundancia¡ª, esto es as¨ª y es humano que as¨ª sea. Lo que hay que hacer es asumirlo y establecer normas y crear instituciones que impidan que sus intereses personales prevalezcan sobre los generales. Es una cuesti¨®n de vigilancia y de transparencia, de limitaciones y de contrapesos. Tambi¨¦n los empresarios van a lo suyo, por ejemplo, y ello no obsta para que, en una econom¨ªa bien regulada, cumplan una funci¨®n social ejemplar.
En los partidos hay muy poco debate; y el del Congreso suena a tongo?
Con frecuencia creemos que los pol¨ªticos, y en particular los gobernantes, est¨¢n m¨¢s capacitados que el resto de los ciudadanos para ejercer el poder. Ello puede ser cierto, si hay suerte ¡ªy a veces la hay¡ª, o no serlo. Para lo que sin duda est¨¢n m¨¢s capacitados que el resto de los ciudadanos es para alcanzar el poder y conservarlo, y por eso est¨¢n ah¨ª. Pero no es lo mismo, l¨®gicamente. Les debemos respeto por raz¨®n de sus cargos ¡ªun respeto que a veces aqu¨ª se les regatea, en detrimento de las instituciones¡ª, pero son humanos y tienen tantas limitaciones como todos nosotros, y pensar lo contrario es m¨¢s propio de una dictadura que de una democracia. Como escribi¨® Montaigne hace m¨¢s de cinco siglos, en vano se encaraman sobre unos zancos, pues aun con zancos tienen que andar sobre sus propias piernas, y en el trono m¨¢s elevado del mundo siguen estando sentados sobre sus posaderas. Tenerlo presente nos puede ahorrar muchos desenga?os.
En un cuento de Lydia Davies (City Employment), el narrador sostiene que el Ayuntamiento de Nueva York contrata a tipos que se comportan como locos para que los neoyorquinos puedan sentirse cuerdos. De igual modo, a veces parece que algunos pol¨ªticos solo est¨¢n ah¨ª para que los ciudadanos nos podamos sentir honrados. Sin embargo, pese a sus carencias y defectos, hoy les necesitamos m¨¢s que nunca. La erosi¨®n de las instituciones y el desgaste del sistema ¡ªen casi todos los frentes¡ª exigen pol¨ªticos de fuste, con imaginaci¨®n y valent¨ªa. Tienen ocasi¨®n de redimirse, de mostrar la grandeza de su profesi¨®n. Ojal¨¢ est¨¦n a la altura.
Carles Casajuana, escritor y diplom¨¢tico, fue embajador de Espa?a en Reino Unido.
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