?Ha muerto el partido?
Las viejas organizaciones centralizadas necesitan transformarse en estructuras vivas y flexibles, capaces de imprimir dinamismo a una pol¨ªtica que puede morir de ineficacia porque ya no responde a los electores
En 1908, en la madrile?a calle del Piamonte, el PSOE y la UGT abrieron la primera Casa del Pueblo, con m¨¢s de 35.000 afiliados. Pocos saben que esta impresionante afiliaci¨®n se debi¨® a que el incipiente socialismo espa?ol tuvo la capacidad de incorporar a un nuevo tipo de formaci¨®n pol¨ªtica a 103 sociedades y organizaciones obreras, casi todas clandestinas.
Los partidos obreros estaban ampliamente cuestionados por imitar a las formaciones burguesas, pero con el tiempo resultaron estructuras pol¨ªticas eficaces, no solo para sacar a las multitudes a la calle, actividad en la que compet¨ªan con sindicatos y otras organizaciones, sino tambi¨¦n para llevar las primeras reivindicaciones obreras a las Cortes Generales y convertirlas en ley.
Para los fundadores del PSOE, la idea de un partido ¡°de arriba abajo¡± no ten¨ªa mucho sentido, las Casas del Pueblo estaban compuestas por una multitud de peque?os grupos organizados en torno a centros de trabajo, asociaciones de ayuda a las viudas y cajas de resistencia para las largas huelgas de la ¨¦poca. De hecho, muchos de los primeros l¨ªderes socialistas lucharon contra formas monol¨ªticas de organizaci¨®n pol¨ªtica como las que, pocos a?os despu¨¦s, impondr¨ªa la Internacional Comunista con la creaci¨®n del primer partido realmente centralizado, el PCE.
Entre tanto, los partidos socialdem¨®cratas europeos accedieron a sus Parlamentos nacionales y ganaron peso pol¨ªtico gracias a la implicaci¨®n de la clase obrera en las dos guerras mundiales. Los partidos evolucionaron. Los socialdem¨®cratas fueron capaces de convertir en l¨ªderes parlamentarios a antiguos l¨ªderes revolucionarios y de lograr mejoras efectivas de las condiciones laborales en las f¨¢bricas. Los partidos conservadores, inicialmente clubes de arist¨®cratas y alta burgues¨ªa, incorporaron a amplias capas de peque?os propietarios a sus filas, sin los cuales, con la extensi¨®n del sufragio, era imposible ganar las elecciones. Con el desarrollo del parlamentarismo, se puso en pie un incipiente Estado de bienestar y, con este, creci¨® la clase media. Los partidos que hoy conocemos son fruto de esta historia.
Pero en la d¨¦cada de los sesenta la historia ya era otra. La mayor¨ªa de las leyes electorales europeas (la espa?ola, m¨¢s tarde, tambi¨¦n) primaban deliberadamente la representaci¨®n de las zonas rurales, donde los partidos conservadores ten¨ªan m¨¢s peso. Los partidos socialdem¨®cratas comprendieron que solo aglutinando a fuerzas electorales minoritarias pod¨ªan arrebatar el Gobierno a los conservadores. Adem¨¢s, hab¨ªa que centralizar los partidos para evitar disputas internas que los electores entend¨ªan como muestras de debilidad. Tambi¨¦n hubo una innovaci¨®n tecnol¨®gica fundamental que cambi¨® la forma de ganar campa?as electorales, y que aceler¨® el proceso de transformaci¨®n de las organizaciones pol¨ªticas: la televisi¨®n.
Las grandes formaciones no pueden escudarse en las leyes para protegerse mediante su aislamiento
A finales de los setenta, el PSOE que sal¨ªa de clandestinidad hab¨ªa aprendido muchas de estas lecciones: proclam¨® la ¡°unidad de la izquierda¡± para hacer frente a la sopa de letras de las primeras elecciones generales, centraliz¨® fuertemente el partido para evitar espect¨¢culos como el protagonizado por la UCD y, por ¨²ltimo, hizo frente al reto electoral presentando a un candidato teleg¨¦nico y carism¨¢tico, Felipe Gonz¨¢lez, quien ya como presidente del Gobierno impuls¨® la mayor modernizaci¨®n social y econ¨®mica de la historia de Espa?a. Una historia de ¨¦xito.
Durante los ¨²ltimos 30 a?os, hemos experimentado una espectacular transformaci¨®n social y econ¨®mica y otra revoluci¨®n tecnol¨®gica: Internet. Los partidos se han mantenido aislados de estos cambios por la combinaci¨®n de dos causas. Por un lado, una ley de partidos que ha permitido que estos se organicen ¡°libremente¡±, es decir, en funci¨®n de las prioridades de sus dirigentes. Y, por otro, un sistema electoral orientado hacia la formaci¨®n de mayor¨ªas parlamentarias estables que garanticen gobernabilidad y alternancia; es decir, hacia el bipartidismo.
Un ciudadano o ciudadana que quiera ejercer su derecho constitucional a la participaci¨®n pol¨ªtica solo tiene dos posibilidades: someterse a las normas de partidos fuertemente centralizados para garantizar el apoyo a sus cargos electos, y elegir entre las listas cerradas y bloqueadas que esos mismos partidos ofrecen a los electores. Mientras la econom¨ªa crec¨ªa y los Gobiernos se alternaban, quedaba el recurso al voto de castigo para expresar el malestar difuso con el que los espa?oles siempre nos hemos relacionado con nuestro sistema pol¨ªtico.
La crisis lo ha cambiado todo. Pero ha habido otras crisis antes que, lejos de debilitar la pol¨ªtica, la han fortalecido. Esta es la primera crisis en que los pol¨ªticos responsabilizan de la situaci¨®n a un ¡°mercado¡± a quien no podemos votar ni castigar. Proclamar la incapacidad de la pol¨ªtica para regular la econom¨ªa es una estrategia con premisas falsas y con resultados suicidas, cuya primera v¨ªctima puede ser el bipartidismo.
Pese a lo que dice el discurso oficial, no fue en torno a la Monarqu¨ªa como se construy¨® el consenso constitucional; fue en torno a un cierto bipartidismo imperfecto, a la posibilidad de que la UCD y el PSOE se alternaran democr¨¢ticamente en el Gobierno. Y funcion¨®, porque la descomposici¨®n de la UCD dio paso de forma natural al PP, y adem¨¢s CiU y PNV se han sentido c¨®modos y, hasta fechas recientes, han contribuido de forma notable a la estabilidad democr¨¢tica.
Los pol¨ªticos hacen responsables a un "mercado" al que no se puede votar ni castigar
El pluripartidismo al que apuntan las encuestas, y del que tenemos amplia experiencia en el gobierno de comunidades aut¨®nomas, no es bueno ni malo, pero lo cambia todo. No solo cambia el funcionamiento del Gobierno, exigiendo una cultura del pacto extra?a en una sociedad altamente polarizada como la espa?ola, sino que exige cambios en la propia organizaci¨®n de las formaciones pol¨ªticas, porque votar a formaciones minoritarias ya no ser¨¢ una excentricidad reservada a las elecciones al Parlamento Europeo.
El PSOE, que tiene ante s¨ª una importante cita este mes de noviembre, har¨ªa bien en revisar su propia historia y calcular cu¨¢ntas de aquellas 103 sociedades obreras de 1908 estar¨ªan hoy fuera de la Casa del Pueblo, organizadas en Internet o encabezando mareas y movimientos sociales, porque encontrar¨ªan cauces de expresi¨®n pol¨ªtica muy distintos a los partidos obreros de principio del siglo XX. La ley electoral y la ley de partidos ya no van a proteger a las grandes formaciones pol¨ªticas mediante su aislamiento. Estas se enfrentan ahora al reto de volver a ser estructuras pol¨ªticas eficaces si quieren conservar sus electores.
John H. Aldrich relata con maestr¨ªa en Why parties? A second look una de las mayores transformaciones del sistema de partidos en Estados Unidos. En 1960, J. F. Kennedy, de familia cat¨®lica, ten¨ªa pocas posibilidades de ser nominado a la Casa Blanca y lo logr¨® solo porque la televisi¨®n impuso una competici¨®n basada en campa?as centradas en el candidato, y la familia Kennedy dispon¨ªa de recursos econ¨®micos y pol¨ªticos suficientes para crear la primera red de apoyo personal a la nominaci¨®n, al margen de los comit¨¦s del Partido Dem¨®crata. Muchos declararon: ¡°The party¡¯s over¡± (el partido ha muerto). Pero pocos a?os despu¨¦s el Partido Dem¨®crata se transform¨® gracias a los cambios internos introducidos por la Comisi¨®n McGovern-Fraser que, entre otras normas, generaliz¨® las primarias abiertas para la elecci¨®n de los principales candidatos electorales, sustituyendo el ¡°tradicional sistema de coalici¨®n entre bastidores¡±.
Los partidos son organizaciones de ¨¦xito que se han ido adaptando a lo largo de su historia a los cambios de su entorno. Necesitamos transformar nuestros viejos partidos centralizados en estructuras flexibles, inclusivas, diversas pero vivas, que impriman dinamismo a una pol¨ªtica que est¨¢ a punto de morir de ineficacia, pero no por culpa de la crisis, sino porque a base de tanta estabilidad, al servicio de los cargos electos, han dejado de responder a las necesidades de los electores.
Joan Navarro es soci¨®logo, vicepresidente de Asuntos P¨²blicos de Llorente & Cuenca y miembro del equipo promotor del foro masdemocracia.com
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