C¨®mo llegar a ser un pol¨ªtico de rompe y rasga
La autoridad tira de cuchillas para contener a los subsaharianos en la frontera de Melilla. Es escandaloso utilizar las armas de los cazadores de Atapuerca en pleno siglo XXI, el de la ciencia y la inform¨¢tica
A Jos¨¦ K., pobre, le duelen todas las falangetas, falanginas y falanges de todos los dedos de las dos manos. Advierte, en este agitado despertar, que el tormento, adem¨¢s, se transmite a los cinco huesos del metacarpo e incluso a los ocho del carpo ¡ªo mu?eca¡ª de cada una de ellas. En total, 54 huesecillos, que no son pocos. Pero a?adan, por favor, las l¨¢minas ungueales, las l¨²nulas y hasta los hiponiquios, que tambi¨¦n le tienen en un ay. Quejido metaf¨®rico, afortunadamente, porque nuestro hombre vuelve a mirarse las sarmentosas y manchadas ¡ªcosas de la edad¡ª extremidades superiores, y por mucho que se fija, no observa herida, tajo o brecha escandalosa, pero tampoco corte ni incisi¨®n ligera. No hay, por tanto, rastro de sangre o cualquier otro l¨ªquido org¨¢nico. Ser¨¢ entonces un sufrimiento solo psicol¨®gico, se dice, producto de un mal sue?o, unas punzadas de angustia de esa pesadilla que poco antes le hab¨ªa hecho despertarse cubierto de sudor fr¨ªo.
Porque Jos¨¦ K. hab¨ªa le¨ªdo al caer la tarde, en su peri¨®dico de siempre, la siguiente noticia: ¡°El Ministerio del Interior espa?ol vuelve a colocar cuchillas en la verja de Melilla¡±. Necesit¨® una segunda lectura para aceptar lo que estaba ante sus ojos. Y s¨ª, claro que era as¨ª: en lo alto de la doble verja que rodea Melilla, 12 kil¨®metros de sofisticada valla de entre tres y seis metros, la polic¨ªa ¡ªespa?ola¡ª ha vuelto a colocar miles de afiladas cuchillas, entremezcladas con los alambres, artilugios salvajes que ya se quitaron en 2007. Jos¨¦ K. ha so?ado que esas malhadadas concertinas, as¨ª las llaman, han vuelto a sajar manos y piernas, a destrozar cart¨ªlagos, seccionar venas o arterias, desgarrar m¨²sculos, romper huesos. Ha visto en el sue?o, aterrorizado, c¨®mo el senegal¨¦s Abdoulaye sangraba por ese tajo que se ha hecho en el antebrazo, una herida de m¨¢s de cinco cent¨ªmetros de largo y dos de ancho, una boca que no para de manar sangre. O la pierna de Kimbu, camerun¨¦s, seccionado el tend¨®n de Aquiles: nunca m¨¢s volver¨¢ a andar normalmente. Y, por ¨²ltimo, ha visto la mano derecha destrozada, amputados tres dedos, del nigeriano Okwonkwo. Qu¨¦ horror. Qu¨¦ terrible atrocidad.
Esa cuchilla ha sido el punto de no retorno para Jos¨¦ K., ya amargado desde aquel 3 de octubre en el que murieron ahogados m¨¢s de 300 inmigrantes a las puertas de Lampedusa. Ignominia que sumar a la ignominia, salvajada ¡ª?tiene otro nombre la sangrienta maniobra de la polic¨ªa espa?ola?¡ª tras salvajada. Ha dicho el delegado del Gobierno de Mariano Rajoy, de nombre Abdelmalik El Barkani, que ¡°lo que est¨¢ claro es que hay un mandato que hay que cumplir por parte de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que es que los subsaharianos no consigan entrar¡±. Bien, bien¡ A Jos¨¦ K. le ha gustado mucho saber que este melillense es neurocirujano: poco le asustan, pues, los instrumentos filosos entrando en la carne viva. Est¨¢ muy bien que tan insigne profesional se acoja a la obediencia debida que en su descargo ofrecieron los torturadores argentinos o chilenos para arrojar a sus v¨ªctimas al mar despu¨¦s de haberles arrancado los test¨ªculos. Nuestra misi¨®n es impedir que los inmigrantes pasen, dice nuestro galeno pol¨ªtico. Y as¨ª lo haremos, por supuesto, asegura. ?Cuchillas, navajas, espadas, tajaderas, pericas, verduguillos? ?O quiz¨¢, en honor de nuestro obediente El Barkani, bistur¨ªes y escalpelos? Cualquier cosa. Las ¨®rdenes son las ¨®rdenes. Misi¨®n cumplida. Nuestra conciencia est¨¢ a salvo, que no es cosa que nos afecte que Abdoulaye, Kimbu u Okwonkwo deambulen como zombis magullados por el monte Gurug¨². A nuestra Espa?a no han pasado. La condecoraci¨®n es m¨ªa.
El delegado del Gobierno recibe ¨®rdenes de parar el paso a Espa?a y lo hace con cualquier cosa
Piensa, repiensa y vuelve a repensar nuestro hombre en c¨®mo es posible que semejante cosa est¨¦ pasando. Por qu¨¦ tanta brutalidad. No encuentra respuesta alguna a las preguntas bastante sencillas ¡ªno sabe plantearse otras¡ª que se hace a s¨ª mismo. ?C¨®mo es posible, se escandaliza, que en pleno siglo XXI, con millones y millones de ingenieros, de inform¨¢ticos, de cient¨ªficos de toda laya y condici¨®n, cuando se produce la trasmisi¨®n en menos de nanosegundos de todos los conocimientos humanos posibles de un lado a otro del universo, solo sepamos solucionar algo que consideramos un problema con la instalaci¨®n de estas armas tan crueles que ya utilizaban los cazadores de Atapuerca? ?Qu¨¦ pol¨ªticos ordenan a sus departamentos de compras, con la frialdad del gerente que adquiere rodamientos para sus maquinarias, que se adquieran millones de cuchillas? ?C¨®mo se dota ese presupuesto? ?Qu¨¦ dice el papel que han firmado esos educados altos cargos? ?Y c¨®mo se da la orden a la Guardia Civil de que se coloquen esos jamoneros en la valla, con el fin de que unos seres humanos sufran atroces heridas si osan agarrar all¨¢ arriba, a seis metros de altura en mitad de cualquier noche de invierno, ese hipot¨¦tico pase a una vida que se les niega? Porque, ahora, el mundo ha cambiado tras la devastadora crisis; ya no les necesitamos para levantar ladrillo a ladrillo nuestro confortable chal¨¦ adosado ni para recoger en invernaderos a temperaturas infernales esas fresitas que tanto lucen en los manteles de los mejores restaurantes.
A ra¨ªz de la tragedia de Lampedusa, ley¨® Jos¨¦ K. ¡ªvicioso de muchos desenfrenos¡ª en esos medios de la caverna que fungen de derechas, cuando lo son de extrema derecha, que en realidad a quien deb¨ªamos culpar de esas terribles situaciones es a los s¨¢trapas africanos, y dejar de exigir heroicidades a Europa. Bien, sea. Paguemos ese peaje. Hay dirigentes africanos corruptos y miserables. ?Nos basta con citar a nuestro Teodoro Obiang? Adem¨¢s de mafiosos que enga?an a los pobres inmigrantes ofreci¨¦ndoles unos s¨®rdidos barcos con destino al infierno. Pues ya est¨¢ dicho, s¨ª. Pero sigamos el mismo camino que sufren tantos y tantos subsaharianos despu¨¦s de sufrir a unos y otros. ?C¨®mo calificamos a Silvio Berlusconi, presidente que era del Gobierno italiano en aquel 2002, cuando se proclam¨® la famosa ley Bossi-Fini que imped¨ªa atender a los n¨¢ufragos en alta mar? ?Qu¨¦ nos parece obligar a unos pescadores a permanecer de brazos cruzados y ver morir ante sus ojos a hombres, mujeres y ni?os, porque tirarles un salvavidas o darles una mano se considera un delito por parte de aquellos pol¨ªticos tan ricamente alejados de esas peque?as miserias? A Jos¨¦ K. no le resulta excesivo, por qu¨¦ iba a serlo, llamar canallas ¨Cdespu¨¦s de hacerlo a tiranos y bandidos africanos si as¨ª gustan¡ª a esos civilizad¨ªsimos integrantes de partidos que a s¨ª mismos se llaman humanistas, perdonen la risa sard¨®nica de nuestro hombre que oyen de fondo, que ya se le ha puesto la vena de lo que alguien considerar¨ªa ira santa.
A un ministro cat¨®lico hay que preguntarle qu¨¦ mandamiento se?ala las? navajas cabriteras
Y como estamos de santos, permitan a nuestro muy encendido amigo que dedique una peque?a coda al se?or ministro del Interior, don Jorge Fern¨¢ndez D¨ªaz. ?l es el m¨¢ximo responsable, despu¨¦s del presidente del Gobierno, claro, del regreso de estos instrumentos de tortura a la verja melillense. Conocido Jos¨¦ K. por su condici¨®n de ateo militante y furioso comecuras ¡ªaqu¨ª mismo lo ha reconocido en otras ocasiones¡ª le hace mucha gracia preguntarle a quien tanto presume de su acendrado catolicismo ¡ªamar al pr¨®jimo, proclaman¡ª qu¨¦ mandamiento se?ala la conveniencia de utilizar como arma de persuasi¨®n las navajas cabriteras. A su papa Francisco le pareci¨® una verg¨¹enza el tr¨¢gico naufragio de Lampedusa. Pod¨ªan preguntarle ahora qu¨¦ opina de ese brazo de Abdoulaye, de la pierna de Kimbu o la mano de Okwonkwo.
Recuerda nuestro hombre que Joseph Conrad o Roger Casement ¡ªeste ¨²ltimo con voz propia o prestada a Mario Vargas Llosa¡ª ya nos han contado que en tiempos de aquel infame y ruin Leopoldo III de B¨¦lgica, se cortaban las manos a los congoleses ¡ªni?os, hombres y mujeres¡ª que hubieran cometido alguna falta, a juicio de sus negreros, para ense?¨¢rselas a sus amos como muestra del cumplimiento del castigo. Ya ven: hemos avanzado mucho en dos siglos.
A Jos¨¦ K. se le ocurren algunas cosas m¨¢s para gritarles a nuestros gobernantes al hilo de tantas manos destrozadas, laceradas o arrancadas. Sobra, cree, enunciarlas.
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