Los malos usos de la Historia
Una guerra din¨¢stica, t¨ªpica del Antiguo R¨¦gimen, no se puede explicar como un conflicto nacional entre Espa?a y Catalu?a.Tampoco la uni¨®n de reinos bajo los Reyes Cat¨®licos fue el nacimiento de una naci¨®n
Puede que alguien que no haya dedicado mucho tiempo a pensar sobre estas cosas crea que la Historia es un saber m¨¢s o menos cient¨ªfico u objetivo sobre el pasado, algo as¨ª como la Medicina lo es sobre las enfermedades o la Qu¨ªmica sobre las propiedades y combinaciones de los elementos naturales. A poco que haya reparado en la diversidad de opiniones entre los historiadores, sabr¨¢ sin embargo que hay diferentes versiones y supondr¨¢ que existen, en algunos casos, manipulaciones intencionadas.
Existe, por supuesto, la historia, con min¨²scula, entendiendo por este t¨¦rmino la sucesi¨®n de acontecimientos humanos ocurridos en el pasado. Pero esa misma palabra con la que designamos a los hechos pret¨¦ritos se usa tambi¨¦n ¡ªnormalmente con may¨²scula¡ª para referirse a la construcci¨®n intelectual escrita sobre esos hechos. Es la Historia acad¨¦mica, una actividad que algunos de sus practicantes defienden como cient¨ªfica. No lo es, desde luego, en el mismo sentido en que puedan serlo las ciencias duras, en primer lugar porque el n¨²mero de variables que entran en cada fen¨®meno es poco menos que infinito; es decir, que las ¡°causas¡± de los hechos hist¨®ricos no son ¨²nicas, ni en general claras. A estos asuntos se les puede aplicar aquello que dijo Oscar Wilde sobre la verdad: que raras veces es simple y nunca es pura.
Tampoco es la Historia un conocimiento as¨¦ptico u objetivo porque los datos que nos llegan sobre el pasado (documentos, ante todo) son parciales, muchas veces escasos y, sobre todo, subjetivos, emitidos por alguien que estaba implicado en la situaci¨®n que describ¨ªa. Una distorsi¨®n a la que se a?ade la que introducimos nosotros mismos, quienes recogemos e interpretamos esos datos, que tambi¨¦n somos parciales y subjetivos, ya que anotamos unos hechos y descartamos otros seg¨²n que nuestra visi¨®n del mundo los considere o no significativos. Dentro de estas limitaciones, sin embargo, la Historia aspira a un status de ciencia social, un tipo de conocimiento que no admite la arbitrariedad, el ocultamiento o el falseamiento de fuentes. Y esto es lo malo: que muy buena parte de la Historia que se escribe cae en este tipo de deformaci¨®n porque tiene una finalidad pol¨ªtica: es decir, que se usa como argumento al servicio de una causa; normalmente, a justificar la existencia de la organizaci¨®n pol¨ªtica en la que habitamos (o la de otra organizaci¨®n alternativa que pretendemos crear).
La Historia justifica realidades actuales porque el mero hecho de que hayan existido desde hace mucho tiempo induce a suponer su car¨¢cter ¡°natural¡±. De ah¨ª que siempre haya habido cronistas e historiadores pagados por los poderes p¨²blicos para narrar los or¨ªgenes de esos mismos poderes, lo que les llevaba a inventarse antecedentes e incluso a falsificar documentos para avalar la autenticidad de sus tesis. Hubo momentos, sobre todo en la Edad Media y durante el barroco, en que este tipo de invenciones fueron una pr¨¢ctica habitual. Emperadores, papas, reyes, nobles, ¨®rdenes religiosas, obispados, universidades o Ayuntamientos, cada cual ten¨ªa a su historiador a sueldo. A veces tipos muy cultos, grandes eruditos y ling¨¹istas, capaces de fabricar textos muy sofisticados en las m¨¢s diversas lenguas muertas.
Emperadores, papas, reyes, cada cual ten¨ªa su historiador a sueldo en la Edad Media y el Barroco
Con las revoluciones liberales, a los grandes guerreros y las dinast¨ªas sucedi¨® un nuevo sujeto pol¨ªtico, el conjunto de los ciudadanos, un colectivo que reclamaba la soberan¨ªa frente al monarca absoluto. En la revoluci¨®n inglesa del?XVII fue llamado the Country, the People, the Commonwealth. En la francesa del XVIII pas¨® a llamarse la nation. Como nueva portadora de la soberan¨ªa, la naci¨®n adquirir¨ªa una enorme fuerza. Y la Historia fue reformulada para hacer de ella su protagonista. La naci¨®n result¨® ser, adem¨¢s, un vers¨¢til instrumento pol¨ªtico, capaz de legitimar autocracias o de propugnar la democratizaci¨®n del poder, de defender procesos de modernizaci¨®n o el m¨¢s cerrado tradicionalismo, de unir grandes espacios pol¨ªticos o exigir la fragmentaci¨®n del territorio en unidades menores. Tanta era su fuerza que compiti¨® con religiones o clases sociales, las otras dos grandes fuentes de la legitimidad pol¨ªtica, y gan¨® la batalla.
A lo largo de los siglos XIX y XX, en definitiva, la naci¨®n ha sido la gran protagonista de la Historia, al servicio de la forma pol¨ªtica dominante, el Estado-naci¨®n. Frente a esos Estados-naci¨®n se han alzado en algunos pa¨ªses ¨¦lites de minor¨ªas culturales que se consideran naci¨®n y reclaman su propio Estado. Y de ah¨ª la pugna por el control de la Historia?/ relato, en especial en el sistema educativo; porque seg¨²n formemos la mente de los ni?os, as¨ª ser¨¢n sus exigencias futuras como ciudadanos.
Lo cierto, sin embargo, es que en el siglo?XXI la naci¨®n no solo no refleja ya de manera adecuada la complejidad de las sociedades en las que vivimos, sino que es, adem¨¢s, un factor distorsionador a la hora de explicar las situaciones del pasado en las que ella no era la identidad colectiva dominante. Adem¨¢s de presentarse como existente desde hace siglos o milenios, la naci¨®n se presenta como dotada de ¡°alma¡±, de voluntad un¨¢nime, y poseedora de rasgos culturales homog¨¦neos y estables. Nada m¨¢s falso. Nuestros antepasados se movilizaron como cristianos o musulmanes, como nobles o villanos, como pertenecientes a tal o cual gremio o ciudad, mucho m¨¢s que como ¡°espa?oles¡± o ¡°catalanes¡±.
Todo esto tiene, s¨ª, relaci¨®n con el simposio Espa?a contra Catalu?a que se acaba de celebrar en Barcelona. En ¨¦l se ha aprovechado el tercer centenario de una guerra que fue din¨¢stica, t¨ªpica del Antiguo R¨¦gimen, con aspectos de guerra civil interna y otros de contienda internacional, para presentarlo como un conflicto nacional, moderno, entre dos m¨®nadas intemporales, llamadas ¡°Espa?a¡± y ¡°Catalu?a¡±; y en el que, desde luego, a la primera le toca siempre el papel represor y a la segunda el de v¨ªctima inocente.
Los historiadores no deber¨ªamos prestarnos a avalar las propuestas de un grupo de poder
Supongo que es imposible so?ar con una situaci¨®n en la que la Historia no sea manipulada, en la que se deje de pedirnos a los historiadores que avalemos con nuestro relato las propuestas de alg¨²n grupo de poder. Pero no deber¨ªamos prestarnos. Las propuestas pol¨ªticas, por radicales que sean, son leg¨ªtimas, siempre que no se basen en la coerci¨®n sobre los dem¨¢s. Pero no lo es la deformaci¨®n del pasado. Si la naci¨®n fuera un ser vivo e individual ¡ªque no lo es¡ª, podr¨ªamos parodiar la situaci¨®n diciendo que si un d¨ªa alguien quiere separarse de su pareja, porque ha dejado de quererla o se ha enamorado de otra persona, tiene derecho a ello. Pero que no es necesario ¡ªni leg¨ªtimo¡ª que a?ada que a lo largo de todos estos a?os nunca la quiso y que solo se uni¨® a ella porque le pusieron una pistola en la espalda. Si lo que se quiere es plantear una demanda pol¨ªtica, h¨¢gase. Pero no nos obliguen a reformular la narraci¨®n hist¨®rica para adecuarla a esa demanda.
Ahora parece que el PP catal¨¢n pretende organizar un simposio alternativo, en el que se defienda el amor de Espa?a por Catalu?a, bajo el paraguas de la RAH. Detr¨¢s de ¨¦l latir¨¢ la creencia, rotundamente expresada por Rajoy, de que Espa?a es ¡°la naci¨®n m¨¢s vieja de Europa¡±. Si se refiere a la uni¨®n de reinos bajo los Reyes Cat¨®licos (aunque quiz¨¢s pensaba en Viriato o don Pelayo), es un excelente ejemplo de utilizaci¨®n pol¨ªtica de la Historia, pues presenta como el nacimiento de una naci¨®n moderna lo que no fue sino una uni¨®n din¨¢stica y acumulaci¨®n territorial t¨ªpica del siglo?XV.
Si queremos hacer de la Historia algo que se parezca a una ciencia, no pongamos nuestro trabajo al servicio de un proyecto pol¨ªtico. No simplifiquemos el pasado, no lo deformemos, sobre todo, embuti¨¦ndolo en los r¨ªgidos cors¨¦s nacionales, porque el mundo ha estado hasta hace poco entrecruzado por unas redes de lealtades e identidades colectivas que nada ten¨ªan que ver con las naciones modernas. No existe hoy un prisma distorsionador que dificulte tanto la comprensi¨®n adecuada del pasado como su interpretaci¨®n en t¨¦rminos nacionales.
Jos¨¦ ?lvarez Junco es catedr¨¢tico de Historia en la Universidad Complutense de Madrid. Su ¨²ltimo libro es Las historias de Espa?a (Pons/Cr¨ªtica).
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