Balada triste de una Constituci¨®n
No es evidente que los cambios en la Carta Magna vayan a resolver los problemas
Decepcionante ha sido o¨ªr en las ¨²ltimas semanas las declaraciones de algunos de los antiguos padres de la patria que hace a?os nos gobernaron y redactaron la Constituci¨®n. Uno recuerda c¨®mo los admir¨¢bamos en aquella ¨¦poca en la que parec¨ªa que la dictadura era el ¨²nico mal que nos aflig¨ªa, el ¨²nico problema ¡ªy en parte lo era¡ª para construir un pa¨ªs unido, solidario y democr¨¢tico que caminara hacia el progreso econ¨®mico y social, eliminando los fantasmas del pasado y aminorando las desigualdades entre las personas y las regiones.
Mal sabor nos dejaron las ambiguas declaraciones de Miguel Roca, tratando de justificar lo injustificable y acusando al Tribunal Constitucional de destruir el Estado de las Autonom¨ªas. Su discurso carec¨ªa de autocr¨ªtica y obviaba los problemas con esa frase: ¡°yo ya estoy en la arqueolog¨ªa¡±, pobre f¨®rmula para nadar y guardar la ropa.
Algo parecido, aunque a distancia dado que fueron mucho m¨¢s coherentes, se puede decir de las declaraciones de Alfonso Guerra cuando afirmaba: ¡°es que fuimos muy ingenuos¡±, lo que no concuerda con el hecho de que fuera uno de los pol¨ªticos que m¨¢s poder ejerci¨® en su d¨ªa, implacable con sus adversarios y en especial con la UCD y Adolfo Su¨¢rez, a los que en alguna medida arrincon¨® con su brillante verbo y acerada lengua.
Extra?as las manifestaciones de Felipe Gonz¨¢lez, posiblemente el m¨¢s dotado de cuantos presidentes de Gobierno ha habido en la democracia, cuando afirma que ¡°si no se reforma la Constituci¨®n se puede derrumbar todo lo conseguido. Solo su cambio garantiza su futuro¡±.
De lo que se trata es de saber si existe voluntad de que sigamos juntos
No es tan evidente que los cambios en la Constituci¨®n sean la soluci¨®n, sin perjuicio de que se hagan los cambios imprescindibles, cuantos menos mejor, como ha dicho Francesc de Carreras en este peri¨®dico; y en ning¨²n caso fuisteis, estimados l¨ªderes, ingenuos o no sab¨ªais lo que estabais aprobando. Ejercisteis el poder con apoyo mayoritario y con toda la fuerza que se posee cuando se tienen 30 a?os y se est¨¢ convencido, adem¨¢s, de poseer la soluci¨®n a los males que nos aquejaban.
Hicisteis muchas cosas positivas y liderasteis una dif¨ªcil y mod¨¦lica Transici¨®n a la democracia. No solo vosotros elaborasteis la Constituci¨®n, la votamos tambi¨¦n muchos de nosotros, y embriagados por el vendaval rom¨¢ntico de la ¨¦poca, votamos el caf¨¦ para todos, que puede que no fuera la mejor de las soluciones; por otra parte, comprensible decisi¨®n, ya que los que viv¨ªamos en las regiones menos desarrolladas no quer¨ªamos, ni ten¨ªamos por qu¨¦, y tampoco queremos ahora, ser menos que catalanes y vascos.
El grave problema fue que olvidasteis y olvidamos la historia, que nos ense?aba que en nuestra querida patria las fuerzas centr¨ªfugas, aunque estuvieran adormecidas, han sido siempre casi tan poderosas como las centr¨ªpetas; que Espa?a es un extra?o y creativo mosaico de individualidades, fueros, identidades culturales e idiomas distintos, nunca soldados del todo. La historia a veces nos ayuda, pero tambi¨¦n es peligrosa si ha dejado heridas o resentimientos que no han cicatrizado con los a?os. Nuestras divisiones hunden sus ra¨ªces nada menos que en el siglo?XIII cuando se form¨® la Confederaci¨®n Aragonesa que surgi¨® de la uni¨®n del Reino de Arag¨®n y el condado de Catalu?a que, a diferencia?de Castilla, nunca tuvo un ¨®rgano legislativo com¨²n con un solo idioma, toda vez que subsistieron los Parlamentos de cada reino, Catalu?a, Arag¨®n y Valencia, y tambi¨¦n dos idiomas, el castellano y el catal¨¢n.
En este sentido, podemos leer en la Historia de Espa?a, de Ferran Soldevila, uno de los mayores exponentes del nacionalismo catal¨¢n, que Catalu?a a partir del reinado de Pedro el Grande (finales del siglo?XIII) se diferenci¨® de Castilla creando un imperio mediterr¨¢neo, y otra serie de afirmaciones de igual o superior calibre. Posteriormente estas divisiones se agravaron, sobre todo en los siglos?XVII y?XVIII.
En el sugestivo libro que sobre Francisco?I ha escrito Jack Lang, antiguo ministro de Cultura franc¨¦s, podemos leer: ¡°Busco comprender en su reinado la alquimia gracias a la cual Francia es una idea tan fuerte como para trabar personas o provincias tan dispares. ?Qu¨¦ hay entre nosotros, me pregunto, para que esto sea posible? Anticipo mi respuesta, la voluntad de estar unidos, voluntad que es fruto de un trabajo emprendido hace generaciones¡±.
De ah¨ª, que el problema que nos acucia no sea la reforma de la Constituci¨®n ni la creaci¨®n de un Estado federal que poco o nada se diferencia del de las autonom¨ªas. El problema radica realmente en saber ¡°si existe, si tenemos o no, voluntad de seguir unidos¡±.
Jer¨®nimo P¨¢ez es abogado.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.