Europa a los cien a?os de 1914
Hay cambios de escala entre el derecho, la pol¨ªtica y la guerra que no podemos ignorar
Gavrilo Princip, el joven serbio bosnio que a los 19 a?os de edad asesin¨® al heredero de la corona austroh¨²ngara, ofreciendo as¨ª la coartada para desencadenar la Primera Guerra Mundial, fue juzgado y condenado, pero nunca ejecutado: el derecho penal austriaco prohib¨ªa imponer la pena de muerte a personas menores de 20 a?os. Princip recibi¨® una condena a 20 a?os de prisi¨®n y muri¨® t¨ªsico en la c¨¢rcel. Conviene recordarlo, pues todav¨ªa hoy muchos dirigentes pol¨ªticos espa?oles creen que el derecho ha de ceder ante las pulsiones de la pol¨ªtica. Y algunos defienden que la pol¨ªtica ha de deferir a las emociones ¨¦picas, a la contingencia de un conflicto civil. No es as¨ª: el derecho no es el desarrollo de la pol¨ªtica, sino su contenci¨®n objetiva. La guerra no es la continuaci¨®n de la pol¨ªtica por otros medios, sino su fracaso catastr¨®fico. Hay cambios de escala entre el derecho y la pol¨ªtica y entre esta y la guerra, cambios que no podemos permitirnos ignorar.
Al filo de 2014, Europa ha vuelto a preguntarse por la g¨¦nesis de su decadencia con la Gran Guerra de 1914, cuyas consecuencias marcar¨ªan el siglo XX hasta la ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn en 1989, hace 25 a?os. Vale la pena volver a preguntar: ?por qu¨¦ cometer¨ªa suicidio el continente que pose¨ªa el mundo? Quiz¨¢s por eso mismo, porque cada uno de los grandes Estados que lo conformaban ¡ªlas naciones civilizadas, dec¨ªan llamarse¡ª ansiaron poseerlo en exclusiva, pero solo consiguieron perder su dominio con una guerra tras otra, las dos mundiales y la Guerra Fr¨ªa.
En 1914 Europa hab¨ªa conocido un siglo de paz global, desde el final de las Guerras Napole¨®nicas. La Primera Guerra Mundial inici¨® un periodo de convulsiones que destruy¨® a Europa como gestor mundial, desangr¨® a su poblaci¨®n, y sumi¨® a cientos de millones de personas en locuras totalitarias, en el Holocausto, en la distop¨ªa comunista, en deportaciones masivas, o en guerras civiles marginales y atroces, como la espa?ola, la griega o la yugoeslava. ?Pero por qu¨¦?
Margaret MacMillan, de Oxford (The War That Ended Peace), Christopher Clark, su colega de Cambridge (The Sleepwalkers), el periodista Max Hastings, narrador prodigioso de las guerras del siglo XX (Catastrophe 1914) nos ofrecen respuestas meditadas y documentadas. Hoy la Europa de la Uni¨®n sigue siendo un invento institucional para evitar que la historia se repita. Aunque las opciones europeas del siglo XXI no pasan por la guerra, uno no puede dejar de recomendar que se hagan con uno de estos libros o con otro de parecido buen nivel, como el de Sean McMeekin (July 1914) y que se pregunten c¨®mo fue posible que los dirigentes de hace un siglo oficiaran la hecatombe europea.
Los dirigentes de la ¨¦poca ignoraron la cat¨¢strofe que se les ven¨ªa encima porque nunca creyeron que caer¨ªa sobre ellos
MacMillan, la ¨²nica mujer del grupo de autores citados, responde en t¨¦rminos de decisiones individuales, sesgadas por una crisis de masculinidad y por un darwinismo social explosivo. Escribe que los hombres que mandaron a nueve millones de hombres a la muerte coincidieron en un doble error: en la delet¨¦rea incapacidad de imaginar cu¨¢n destructivo iba a ser el conflicto y en la falta del coraje preciso para plantarse ante quienes sosten¨ªan que la guerra es la ¨²nica alternativa. No es as¨ª, concluye, siempre hay otras.
El primer error de c¨¢lculo fue descomunal: todos los dirigentes de la ¨¦poca subestimaron el poder destructivo de la tecnolog¨ªa militar. Movilizaron a millones de hombres, se declararon mutuamente la guerra en pleno verano, creyendo que sus soldados estar¨ªan de vuelta para Navidad, pero solo para comprobar a fin de a?o que la artiller¨ªa, las alambradas y las ametralladoras hab¨ªan paralizado a sus ej¨¦rcitos en las trincheras.
El error fue facilitado por la distancia mental entre las ¨¦lites y la tecnolog¨ªa, por su desconocimiento del cambio de escala que media entre gestionar fincas de ganado con alambre de espino y Estados en guerra con alambradas. No supieron ver c¨®mo la ciencia y la tecnolog¨ªa desatadas en contra de sus creadores les aniquilar¨ªan. Hoy, todo dirigente europeo que se precie ha de saber que el desarrollo del conocimiento durante los pr¨®ximos diez a?os va a ser superior al que se ha producido en veinte siglos, pero que ha de ser para bien de todos, no solo para el de nosotros o para el de los nuestros. Y es que el desarrollo tecnol¨®gico, adem¨¢s de inteligente y sostenible, ha de ser inclusivo, ha de acogernos a todos. Y esto nos lleva al segundo error.
Hab¨ªa tambi¨¦n en 1914 una enorme distancia social entre las ¨¦lites y la gente: entre hombres que mandaban y mujeres sin voto, entre ricos que lo ten¨ªan casi todo y proletarios despose¨ªdos, entre anticuados terratenientes y campesinos que eran carne de ca?¨®n. Casi todos los dirigentes de la ¨¦poca ignoraron la cat¨¢strofe que se les ven¨ªa encima porque nunca creyeron que caer¨ªa sobre ellos. Una de las ¨²nicas cualidades incontestables de la democracia es que nos fuerza a todos a sentirnos concernidos, es el barco en el que navegamos todos. No puede ser el de los locos.
Pablo Salvador Coderch es catedr¨¢tico de derecho civil en la Universitat Pompeu Fabra.
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