Argumentos trasnochados
En el debate sobre la relaci¨®n entre Catalu?a y Espa?a, los viejos t¨®picos esencialistas no solo no aclaran el problema al que nos enfrentamos, sino que lo pueden agravar con renovadas ofensas y descalificaciones
El economista C¨¦sar Molinas, en su importante art¨ªculo Lo que no se quiere o¨ªr sobre Catalu?a (EL PA?S, 19 de enero de 2014), trata de aportar soluciones al actual conflicto territorial y pone sobre la mesa propuestas bastante sensatas. Hace, adem¨¢s, un recorrido hist¨®rico en el que se?ala, con acierto, c¨®mo los siglos XVI y XVII, pese a la conservaci¨®n de las ¡°libertades¡± medievales, representaron una fase oscura y decadente en la vida catalana, mientras que el XVIII, tras los Decretos de Nueva Planta, supuso el inicio del crecimiento industrial, mercantil y cultural de Catalu?a. Sin embargo, el autor recurre a argumentos esencialistas, tan viejos como desacreditados, que no solo no aclaran el problema al que nos enfrentamos, sino que lo agravan con renovadas ofensas y descalificaciones.
En su opini¨®n, el encaje de Catalu?a en Espa?a es el de ¡°un pueblo norte?o en un pa¨ªs sure?o¡±, juicio simplista e indemostrable que, al parecer, es la clave del asunto. El car¨¢cter nacional ¡°norte?o¡± se sustenta, nos dice, en dos factores: la europeidad ¡°pata negra¡± y una ¨¦tica del trabajo que no considera este un castigo divino sino un signo de elecci¨®n, a la manera calvinista (Max Weber mediante). Unas cuantas objeciones deber¨ªan bastar para derrumbar esta tesis: si la incorporaci¨®n al Imperio Carolingio fuera el sello de la pertenencia a Europa, eso querr¨ªa decir que los pobladores de otros territorios de la memorable Marca Hisp¨¢nica ¡ªlos de Pamplona o Jaca, pongamos¡ª ser¨ªan m¨¢s europeos que los de Lleida, fuera de sus l¨ªmites; y el resto de los espa?oles quedar¨ªan condenados a arrastrar per secula seculorum la herencia ¡ªafricana, horror¡ª de Al Andalus. Del mismo modo, los vascos o los valencianos, pese a poseer amplios tejidos empresariales y pasar por laboriosos, ser¨ªan ¡°sure?os¡±. A partir de aqu¨ª, los estereotipos se desatan: si los catalanes son trabajadores y serios, los otros espa?oles ser¨¢n perezosos, ?y tambi¨¦n alegres e irresponsables? En fin, solo faltan unos buenos chistes con los acentos adecuados.
En realidad, lejos de enriquecer el debate con reflexiones que ¡°no se quieren o¨ªr y, mucho menos, escuchar¡±, Molinas se limita a repetir t¨®picos que han sido o¨ªdos ad nauseam. Porque explicar el fen¨®meno del nacionalismo moderno a partir de la existencia de esencias nacionales, de rasgos que han caracterizado a las comunidades humanas desde tiempos remotos ¡ªen general, desde la Edad Media¡ª y que se han perpetuado a lo largo de los siglos, es lo que han hecho una y otra vez, desde que la naci¨®n se convirti¨® en el mito legitimador de la soberan¨ªa, intelectuales de las m¨¢s diversas tendencias. Muchos de ellos, sin duda, respetables e influyentes; pero empapados del clima nacionalista de su ¨¦poca. Esos rasgos pod¨ªan radicar en la lengua, la religi¨®n, la mentalidad o las costumbres, seg¨²n conviniera, pero lo decisivo era que revelaban una especie de esp¨ªritu o alma nacional, o al menos un car¨¢cter colectivo, tan indiscutible como firme y duradero. Un planteamiento alimentado por los nacionalismos, que, a partir de estos elementos culturales y del llamado principio de las nacionalidades (a cada naci¨®n corresponde un Estado), justificaron su reivindicaci¨®n de un marco pol¨ªtico propio.
La realidad social ha sido y sigue siendo compleja, y son los nacionalistas quienes la simplifican
Estas interpretaciones, de ra¨ªz rom¨¢ntica, han sido ampliamente rebatidas desde la Historia y desde otras ciencias sociales en los ¨²ltimos 30 o 40 a?os. Hoy concebimos las naciones como artefactos culturales modernos, construidos por los nacionalistas ¡ªen particular, por diversas ¨¦lites pol¨ªticas e intelectuales, de dirigentes de partidos a escritores y artistas¡ª sobre la base, eso s¨ª, de elementos culturales preexistentes. Dicho de otro modo: la realidad social ha sido y sigue siendo muy compleja, y son los nacionalistas quienes la simplifican y reordenan a partir de sus propios intereses y percepciones, dividiendo a la humanidad con fronteras culturales que aspiran a ser pol¨ªticas.
Y ahora precisamente, cuando estas nuevas visiones de la cuesti¨®n parecen estar bien asentadas entre los investigadores, resurgen en Espa?a, al calor del agudo enfrentamiento actual entre nacionalismos, los vetustos argumentos esencialistas. No es raro, por ejemplo, encontrar hoy afirmaciones sobre la extrema antig¨¹edad de la naci¨®n espa?ola, ¡°la m¨¢s vieja de Europa¡±, seg¨²n se obstina en repetir el presidente Rajoy. No sabemos por qu¨¦ los redactores de sus discursos han decidido ignorar la existencia de los reinos de Francia e Inglaterra, que se llaman ya as¨ª desde los siglos X u XI, mientras que del ¡°reino de Espa?a¡± no ser¨ªa posible hablar hasta los Reyes Cat¨®licos, a finales del XV. Y a¨²n entonces no era propiamente un reino ni, mucho menos, constitu¨ªa una naci¨®n en el sentido moderno del t¨¦rmino. Pero es que todav¨ªa siguen estando en boga ciertas ideas, comunes en el siglo XIX y en la primera mitad del XX, pero muy anticuadas hoy, como las que desarrollaron Modesto Lafuente o Ram¨®n Men¨¦ndez Pidal: que ya desde la ¨¦poca prerromana, los habitantes de la Pen¨ªnsula eran individualistas, sobrios, sencillos, religiosos, idealistas¡; es decir, que existe un ¡°car¨¢cter espa?ol¡± desde hace milenios. Establecido, en definitiva, por la divina providencia.
El feudalismo carolingio y la ¡°mentalidad¡± menestral no explican los problemas actuales
En cuanto a lo que hoy podr¨ªamos llamar el ¡°hecho diferencial¡± catal¨¢n, es algo sobre lo que se ha discutido desde la Renaixen?a de mediados del XIX. Los nacionalistas catalanes, poco m¨¢s tarde, quisieron dejar bien claras las peculiaridades que les distingu¨ªan de los dem¨¢s ciudadanos espa?oles, a partir de su lengua y sus tradiciones, incluyendo con frecuencia un toque de desprecio hacia los otros pueblos peninsulares. M¨¢s de uno lleg¨® incluso a adoptar expresiones racistas, como Narc¨ªs Verdaguer, para quien los catalanes eran arios y los castellanos ¡°africanos¡± (¡°bereberes¡±, concretar¨ªa Enric Prat de la Riba), o el lun¨¢tico Pompeu Gener, quien afirmaba que el escaso amor al trabajo de los castellanos se explicaba por su sangre semita.
Mejor ser¨¢ no recaer en estas formas de pensar, que no ayudan en absoluto a entender los fen¨®menos nacionales y mucho menos a suavizar los conflictos pol¨ªticos. Adem¨¢s de ¡ªo en vez de¡ª volver a Ortega y a Vicens, deber¨ªamos leer El mito del car¨¢cter nacional de Julio Caro Baroja, Raz¨®n del mundo de Francisco Ayala, o lo mucho y bueno que se ha escrito en la propia Catalu?a. Por ejemplo, El imperialismo catal¨¢n, de Enric Ucelay da Cal, que desmiente por completo esa supuesta ¡°falta de ambici¨®n para proponer un proyecto capaz de integrar a todos los catalanes, y tambi¨¦n a todos los espa?oles¡±. Si algo les sobraba a los primeros catalanistas era ambici¨®n. Por no hablar de la ¡°aversi¨®n (catalana) a participar en el Gobierno del Estado¡±, cuya falsedad demuestran desde Juan Prim, Manuel Duran i Bas, Francesc Camb¨® y Jaume Carner hasta Narc¨ªs Serra y Josep Piqu¨¦, pasando por Laureano L¨®pez Rod¨®.
El feudalismo carolingio y la ¡°mentalidad¡± menestral no explican, en resumen, nada o ¡ªseamos generosos¡ª casi nada de los problemas actuales. Dentro de Espa?a no hay pueblos m¨¢s europeos que otros, ni podemos hablar de norte?os y sure?os ni de caracteres permanentes que, en caso de condicionar las pugnas pol¨ªticas en curso, las convertir¨ªan en insolubles. Lo que hay es una sociedad compleja, muy dividida en torno a su ubicaci¨®n en la estructura territorial del Estado espa?ol, y un sector radicalizado de las ¨¦lites pol¨ªticas barcelonesas decidido a acabar con su dependencia de Madrid. Lo cual es leg¨ªtimo. No lo es tanto, ni nos aproxima en absoluto a una posible salida dialogada y democr¨¢tica del contencioso, invocar la historia de manera distorsionada, manipul¨¢ndola para reivindicar una arcadia que nunca existi¨® o una heroica lucha de siglos contra la opresi¨®n nacional, y tampoco para exhibir un pedigr¨ª europe¨ªsta frente a los parvenus del sur del Ebro o una divisi¨®n esencial y poco menos que eterna entre los t¨ªmidos menestrales de un lado y los ambiciosos hidalgos del otro.
Jos¨¦ ?lvarez Junco y Javier Moreno Luz¨®n son catedr¨¢ticos de Historia en la Universidad Complutense de Madrid.
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