Un planeta de gordos pobres
"Te dije que era mucha merienda".
El tiempo en el que las consecuencias alimentarias de la pobreza se limitaban al hambre parece haber quedado atr¨¢s. De acuerdo con un ambicioso informe publicado hace algunas semanas por el think-tank brit¨¢nico Overseas Development Institute, seis de cada diez personas obesas o con sobrepeso del planeta viven en pa¨ªses en desarrollo. En algunos casos, como el de India, el incremento aceleradode la obesidad en las rentas medias y bajas se ha producido en paralelo con un estancamiento de las cifras de malnutrici¨®n infantil. Dos maneras contrapuestas pero igualmente eficaces de minar la salud de los pobres.
El primer problema es de salud p¨²blica. La evoluci¨®n cuantitativa y cualitativa de estas dietas est¨¢ directamente relacionada con la proliferaci¨®n de las llamadas ¡®enfermedades no transmisibles¡¯ como la diabetes, las patolog¨ªas cardiovasculares o el c¨¢ncer. The Economist recordaba hace unos d¨ªas que en 2012 el 57% de los diagn¨®sticos oncol¨®gicos se produjo en el mundo en desarrollo, donde hoy se producen dos de cada tres fallecimientos derivados de las patolog¨ªas cancer¨ªgenas (m¨¢s v¨ªctimas de las que provocan el SIDA, la malaria y la tuberculosis juntos). Cuando todav¨ªa no se ha cerrado la herida abierta por las consecuencias de las reglas de propiedad intelectual en el acceso a medicamentos contra el VIH-SIDA, la posibilidad de extender este conflicto a las enfermedades no transmisibles es la pesadilla de muchos. El derecho a la salud de los nuevos pobres exige tratamientos que, de acuerdo al modelo actual de innovaci¨®n y acceso a medicamentos, resultan simplemente inalcanzables.
La otra perspectiva que aborda el informe es la de los efectos de este proceso sobre la evoluci¨®n de la demanda agraria y los precios de los alimentos. Al fin y al cabo, se ha establecido entre acad¨¦micos y pol¨ªticos la idea de que las crisis alcistas de precios de 2008 y 2011 se debieron tanto al incremento lento de la demanda en las grandes econom¨ªas emergentes como a la presi¨®n ejercida por las pol¨ªticas energ¨¦ticas (producci¨®n de biocombustibles) y la alteraci¨®n de la producci¨®n media como consecuencia del clima y los desastres naturales. Pues bien, de acuerdo con la investigaci¨®n encargada por el ODI a los expertos de IFPRI (un centro de referencia mundial en este ¨¢mbito), el aumento de la demanda de productos ricos en grasa incrementar¨¢ el precio mundial de la carne, pero no necesariamente el del grano o el de otros alimentos b¨¢sicos. La raz¨®n est¨¢ en que ¨Cincluso considerando la evoluci¨®n de la poblaci¨®n- prev¨¦n una transformaci¨®n en la dieta de los pa¨ªses de ingreso alto (incluyendo a grandes econom¨ªas como China en este ecuaci¨®n) que reduzca los niveles de consumo de carne por debajo incluso de los actuales. Una revoluci¨®n similar a la que se ha logrado en el campo del tabaquismo.
Las implicaciones de cada una de las cuestiones planteadas arriba son extraordinarias. El incremento del sobrepeso y la obesidad entre las poblaciones m¨¢s pobres del planeta nos obligar¨¢ a enfrentarnos a complejos dilemas pol¨ªticos que afectan a la salud p¨²blica, la estructura de los mercados agrarios y la capacidad de las instituciones para influir ambos. Y lo haremos al mismo tiempo que luchamos contra una inseguridad alimentaria que en este momento determina la vida de cerca de 850 millones de personas. Como recuerda el informe de ODI, tenemos razones m¨¢s que suficientes para reconsiderar los patrones de consumo y producci¨®n en este sistema alimentario roto.
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