El presidente y el cardenal
Su¨¢rez y Taranc¨®n reconoc¨ªan la gran capacidad de di¨¢logo del otro
Por fin hemos disfrutado estos d¨ªas de un consenso nacional en torno a la figura, hoy plenamente reconocida, de Adolfo Su¨¢rez. Los que hoy se identifican con los principios fundamentales de Adolfo Su¨¢rez pudieran convertirse en los constructores del consenso que hoy necesitamos. Esta nueva actitud bastar¨ªa para sacarnos del atasco actual. El fen¨®meno social ha sido sorprendente. Yo, al menos, no esperaba tanta coincidencia y tanto inter¨¦s en demostrarla. Claro que el recuerdo vivo de una personalidad tan desbordante ha calentado el recuerdo y ha iluminado el contraste entre aquellas promesas y los desv¨ªos a los que podemos haber llegado v¨ªctimas de una crisis econ¨®mica implacable. Con Su¨¢rez de presidente no hubi¨¦ramos llegado a esta quiebra de la clase media y al actual desprestigio de la pol¨ªtica.
Estrech¨¦ la mano de Su¨¢rez por primera vez en junio de 1975, unos meses antes de la muerte de Franco. La revista Blanco y Negro le rend¨ªa un homenaje como ¡°Hombre del mes¡±. El declive de Franco era evidente. Se habl¨® ya bastante de esto en los grupos previos a la cena. Una vez sentado a su lado en la cena no ten¨ªa por qu¨¦ sorprenderle mi pregunta; respondi¨® con firmeza: ¡°Despu¨¦s de Franco, el sentido com¨²n de los espa?oles¡±. Y ese sentido com¨²n estaba en la calle; hab¨ªa que ir a la calle para conocer la opini¨®n de los espa?oles. Not¨¦ que no improvisaba y me atrev¨ª a seguir hablando sobre la libertad de expresi¨®n. Lo ten¨ªa muy claro, no en vano hab¨ªa sido director general de TVE.
Pero a ¨¦l le interesaba mucho m¨¢s que le hablara del cardenal Taranc¨®n. Quer¨ªa conocerle, incluso almorzar con ¨¦l para hablar de la Iglesia y de Espa?a. No llegamos a concretar nada, pero le promet¨ª que el encuentro con Taranc¨®n se realizar¨ªa pronto. Cinco meses m¨¢s tarde fallec¨ªa Franco. El 27 de noviembre el cardenal de Madrid presid¨ªa en los Jer¨®nimos una Eucarist¨ªa a la que asist¨ªa el primer Rey de la democracia y muchas delegaciones extranjeras. Aquel discurso del presidente de la Conferencia Episcopal Espa?ola, mereci¨® los titulares de primera p¨¢gina en todos los peri¨®dicos de Europa y de EE UU. Esta vez el consenso, casi universal, fue clamoroso. Adolfo Su¨¢rez quer¨ªa comentarlo. No era todav¨ªa presidente. Me invit¨® a comer y pude presentarle un an¨¢lisis de aquel escrito que ha pasado a los anales de los grandes discursos del poder en la historia espa?ola. Su¨¢rez lo entendi¨® as¨ª y me record¨® que le deb¨ªa una comida.
El s¨¢bado 26 de julio de 1976, pasadas las cuatro de la tarde, me llam¨® por tel¨¦fono P¨ªo Cabanillas: el Consejo del Reino hab¨ªa incluido a Su¨¢rez en la terna presentada al Rey. El comentario del exministro de Franco fue aterrador: ¡°Estamos en v¨ªsperas de la Tercera Rep¨²blica¡±. Todo lo dem¨¢s es conocido.
Con Su¨¢rez de presidente no hubi¨¦ramos llegado a esta quiebra de la clase media y al actual desprestigio de la pol¨ªtica
El lunes siguiente, Su¨¢rez me llam¨® a la oficina y me record¨® lo de la comida. Le advert¨ª que el cardenal iba a estar todo el verano en Villarreal. Le propuse la fecha del 25 de septiembre, despu¨¦s del verano. Quedamos en eso y as¨ª se realiz¨® en el reci¨¦n creado monasterio de las madres benedictinas. Lleg¨® en un Seat peque?o acompa?ado de un escolta. Le recib¨ª en la verja del jard¨ªn y sub¨ª con ¨¦l hasta el comedor donde le esperaba el cardenal. Les dej¨¦ solos y esper¨¦ cuatro horas. A la salida, despu¨¦s de saludar a las monjas, me dijo que quer¨ªa hablar conmigo. Estuvimos todav¨ªa m¨¢s de una hora andando por la calle Asensio Cabanillas, calle arriba calle abajo. Pr¨¢cticamente, la conversaci¨®n hab¨ªa girado en torno a las relaciones Iglesia-Estado.
Me hizo grandes elogios del cardenal y subray¨® varias veces la capacidad que ten¨ªa para escuchar al otro. Era un formidable dialogante, porque captaba exactamente las palabras del otro. Luego el cardenal subray¨® la capacidad de escuchar que ten¨ªa el mismo Su¨¢rez. A los dos personajes les caracterizaba el tremendo respeto que profesaban a la palabra. Aquella notable sinton¨ªa signific¨® el comienzo de un consenso. Naci¨® una amistad profunda y las conexiones fueron frecuentes. El discurso del cardenal en la iglesia de los Jer¨®nimos serv¨ªa como punto de referencia. A la Iglesia no se le pod¨ªa pedir lo que ella no pod¨ªa dar. Por su parte la Iglesia ¡°no patrocina ning¨²n determinado modelo de sociedad. La fe cristiana no es una ideolog¨ªa pol¨ªtica¡±. ¡°Ni pertenece a la misi¨®n de la Iglesia presentar opciones concretas de Gobierno¡±. ¡°La Iglesia nunca determinar¨¢ qu¨¦ autoridades deben gobernarnos, pero exigir¨¢ a todas que est¨¦n al servicio de la comunidad¡±. ¡°Y la Iglesia no puede pedir ning¨²n privilegio por cumplir su misi¨®n de predicar el Evangelio¡±. Afirmaciones como estas estuvieron presentes en las decisiones del Gobierno presidido por Su¨¢rez. Se hab¨ªa llegado a un aut¨¦ntico consenso.
Ambos personajes hab¨ªan llegado a conocer la manera de pensar del otro. Y en esto consiste el consenso que tanto buscamos en nuestra vida p¨²blica. No se trata de vencer, sino de convencer; m¨¢s a¨²n: el empe?o de dominar el pensamiento del otro lleva directamente a la pol¨¦mica, que resulta est¨¦ril y ofrece, con frecuencia, en nuestro Parlamento un espect¨¢culo bochornoso. Hay consenso cuando se toleran y se convive con las ideas del otro, aunque sean discordantes.
Jos¨¦ M. Mart¨ªn Patino es sacerdote jesuita.
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