¡°Una rutina fuera de lo normal¡±
La enfermera del hospital Don Bosco en Rep¨²blica Centroafricana cuenta lo que le sucede habitualmente pero a lo que, por su dureza, es dif¨ªcil acostumbrarse
¡°Otro d¨ªa m¨¢s en el que ocurren cosas fuera de lo normal¡±, me dice la doctora Paula con voz cansada. ¡°Bueno, m¨¢s bien querr¨¢s decir que hoy hemos tenido un d¨ªa excepcionalmente fuera de lo normal teniendo en cuenta que aqu¨ª ya ning¨²n d¨ªa es normal¡±, le respondo. ¡°En Don Bosco cada d¨ªa que pasa es un d¨ªa, cuando menos, fuera de lo normal¡±, reflexiono en voz alta.
Normal dentro de lo excepcional. Ya nos hemos acostumbrado a esperar lo inesperado. Y sin embargo, el d¨ªa de hoy ha sido un d¨ªa duro incluso para nuestros est¨¢ndares de excepcionalidad. Empez¨® mal, ya que la primera noticia que recibimos por la ma?ana fue que Mbetimale, el beb¨¦ prematuro de apenas unas horas, que hab¨ªa sido extra¨ªdo del vientre de su madre reci¨¦n fallecida a causa del VIH, no hab¨ªa logrado salir adelante. ¡°Ha muerto esta noche¡±, me dijeron mis compa?eros. Primer mazazo del d¨ªa.
Todav¨ªa est¨¢bamos tratando de asumir el duro golpe, cuando de repente entra en el hospital una mujer embarazada y que viene transportada en camilla por sus familiares, todos ellos visiblemente desesperados. Horas antes hab¨ªa empezado a sangrar abundantemente, lo cual hizo que tomaran la decisi¨®n de acudir a otra cl¨ªnica cercana. De ah¨ª la trasladaron a un hospital en Bangui y, no se sabe muy bien por qu¨¦, ahora nos la remit¨ªan a nosotros. Esta decisi¨®n no podr¨ªa haber sido m¨¢s err¨®nea, ya que aquella mujer lo ¨²nico que necesitaba era que alguien le hiciera urgentemente una ces¨¢rea. Y aqu¨ª, sin quir¨®fano ni cirujano, lo ¨²nico que pod¨ªamos hacer nosotros era remitirla, a su vez, a otro lugar. A estas alturas, despu¨¦s de deambular toda la noche por centros m¨¦dicos, la pobre mujer estaba ya en estado de shock y sin pulso, con la mirada perdida en un punto fijo y los ojos muy abiertos. Tratamos de estabilizarla, pero ya era demasiado tarde para ella. Diez minutos despu¨¦s, certificamos su muerte.
Me pregunto a m¨ª misma qu¨¦ habr¨ªa pasado si la hubieran llevado directamente al hospital de Bangui y le hubieran hecho la ces¨¢rea a tiempo. ?Se habr¨ªa salvado? Pues probablemente s¨ª, pero lo cierto es que nunca lo sabremos. Lo que s¨ª me queda claro cada vez afronto una situaci¨®n como esta es lo dura que es la vida aqu¨ª para las mujeres, especialmente durante el embarazo. En Europa ni se nos pasa ya por la cabeza que una mujer pueda morir durante el parto; aqu¨ª, en la Rep¨²blica Centroafricana, el porcentaje de mortalidad materna viene representado por un n¨²mero tan alto que prefiero ni mencionarlo.
Desde que comenz¨® el conflicto, el acceso a los servicios de salud se ha convertido en algo cada vez m¨¢s dif¨ªcil, por no decir imposible. El ¨ªndice de embarazos que no llegan a buen t¨¦rmino ha aumentado dr¨¢sticamente y muchas mujeres sufren ataques por parte de bandas de criminales que ejercen la violencia sexual como arma de guerra. Fruto de esas violaciones, muchas se quedan embarazadas. Por si fuera poco, en este clima de estr¨¦s constante los nacimientos prematuros son habituales, y la mortalidad entre los reci¨¦n nacidos tambi¨¦n aumenta. Me quedo con que al menos en Don Bosco, dentro de nuestras posibilidades, estamos haciendo un buen trabajo: ¡°Ocho partos sin complicaciones en las ¨²ltimas 24 horas, seis de ellos a lo largo de la noche¡±, explica Vittoria, nuestra matrona italiana, que est¨¢ muerta de calor y completamente desali?ada tras una larga noche de guardia. Adem¨¢s, otro motivo para el optimismo es el poder ver los bancos de la cl¨ªnica prenatal llenos cada ma?ana de mujeres que saben de la importancia de venir a las consultas previas al parto.
Pero bueno, volvamos a nuestro todav¨ªa reci¨¦n iniciado ¡°d¨ªa excepcionalmente fuera de lo normal dentro de lo que es un d¨ªa normal en la RCA¡±. Despu¨¦s de varios casos de ni?os con malaria severa a los que logramos iniciar el tratamiento de manera satisfactoria, y tras referir unos cuantos casos de ni?os con malaria agravada por anemia a otros centros donde les pudieran hacer una transfusi¨®n sangu¨ªnea, la siguiente urgencia complicada fue la llegada de dos ni?os gemelos que acababan de nacer en su casa. Ambos eran diminutos, pero uno de ellos sufr¨ªa adem¨¢s una insuficiencia respiratoria aguda. Su cuerpo se hab¨ªa puesto azul por la falta de ox¨ªgeno. Les conectamos r¨¢pidamente a los dos a la m¨¢quina de ox¨ªgeno concentrado, pero pronto vimos claro que el ni?o que peor estaba no saldr¨ªa adelante. En apenas unos minutos su peque?o cuerpecito estaba ya fl¨¢cido y sin vida.
Con la estaci¨®n lluviosa, llega tambi¨¦n el momento del a?o en el que m¨¢s casos de malaria se producen. D¨ªa tras d¨ªa, las camas de nuestra peque?a ¨¢rea de urgencias se llenan de ni?os de muy corta edad envueltos en ropa h¨²meda con la que tratan de bajarles la temperatura. Todos llevan puesto el cat¨¦ter intravenoso a trav¨¦s del que se les administra el tratamiento y a m¨ª se me cae el alma a los pies al verles tan d¨¦biles. Sin embargo, estamos esperanzados ante el nuevo enfoque que tenemos previsto poner en marcha para luchar contra esta epidemia que se lleva la vida de 600.000 personas al a?o: el de la prevenci¨®n. Ya lo hemos probado en lugares como N¨ªger y Chad y los resultados no pueden ser m¨¢s esperanzadores: hasta un 70% menos de casos con respecto al a?o anterior. Y eso s¨®lo con darles tres d¨ªas consecutivos al mes, durante cuatro meses seguidos, una combinaci¨®n de medicamentos que les proteger¨¢ de contraer la enfermedad. Y para m¨ª est¨¢ claro que mientras llega y no llega la vacuna, esta nueva estrategia supone un grand¨ªsimo avance.
Al tiempo que todo esto ocurre en el departamento de urgencias, la visi¨®n actual de la sala de espera cuenta por s¨ª misma otra historia distinta: por ejemplo, la de aquellas personas que dejaron sin tratar sus heridas hasta que estas se hab¨ªan gangrenado casi por completo. Cuando hablas con ellos, te das cuenta de que la mayor¨ªa de los heridos no hab¨ªa acudido antes al hospital por el miedo a dejar sus casas y sufrir un nuevo ataque. Mi compa?era Paula, que est¨¢ en su primera misi¨®n, me comenta que est¨¢ impactada por lo que est¨¢ viendo desde que lleg¨®. Para m¨ª, que tengo casi 65 a?os y despu¨¦s de muchas experiencias de trabajo en ?frica, este tipo de cosas ya se han convertido en ese algo que s¨ª que podr¨ªa ser definido como algo excepcional, pero que sin embargo ya ser¨ªa, casi casi, algo que tristemente est¨¢ dentro de lo normal. Aun as¨ª, a veces ocurren cosas que resultar¨ªan pr¨¢cticamente imposibles de asimilar hasta para la persona con m¨¢s experiencia en este tipo de lides. Una de ellas ocurri¨® la semana pasada, cuando un hombre lleg¨® hasta nuestro hospital con una ¨²lcera abierta y supurante que le cubr¨ªa la mitad de su antepierna izquierda. Hab¨ªa viajado cerca de 100 kil¨®metros para llegar hasta all¨ª, desesperado al ver que una peque?a herida causada por un insignificante trozo de madera se hab¨ªa convertido en algo sumamente aparatoso. De hecho, la herida ahora era tan grave que no nos qued¨® m¨¢s remedio que amputarle la pierna.
El tel¨®n de fondo de nuestro trabajo en la cl¨ªnica est¨¢ marcado por la violencia que nos rodea. Hace pocos d¨ªas, mientras llevaba las vacunas a uno de nuestros equipos, me los encontr¨¦ hablando entre ellos de manera muy agitada, con una expresi¨®n de terror en sus caras que no olvidar¨¦ jam¨¢s. ¡°Ha sido una de nuestras enfermeras¡±, me dice uno de nuestros trabajadores locales. ¡°Seguro que te acuerdas de ella, trabajasteis juntas en Castor¡±. Castor es el primer hospital en el que trabaj¨¦ cuando llegu¨¦ a la RCA, hace ya algunos meses. Y la noticia que tanto les costaba digerir y que mis compa?eros trataban de explicarme con enormes dificultades para articular siquiera una palabra, era que una de nuestras enfermeras, con la cual efectivamente yo hab¨ªa trabajado, hab¨ªa sido apaleada hasta la muerte, junto a su marido y a sus dos hijos, en el interior de su propia casa. Parece ser que un hombre hab¨ªa sido previamente asesinado y que su cuerpo hab¨ªa sido lanzado al interior de un pozo con la intenci¨®n de que se fuera pudriendo poco a poco y que acabara por contaminar el suministro de agua. Ese hecho produjo que decenas de hombres armados entraran en c¨®lera y se dirigieran de casa en casa buscando venganza. Mi compa?era y su familia fueron s¨®lo unas v¨ªctimas m¨¢s entre tantas otras. V¨ªctimas de la sinraz¨®n de la violencia.
Aqu¨ª todos los d¨ªas escuchamos el repiqueteo de las armas de fuego, y algunas veces suenan tan cerca que instintivamente y de forma muy nerviosa tratamos de alejarnos de los muros que sirven para delimitar el per¨ªmetro de protecci¨®n del hospital. Por las ma?anas, en nuestras reuniones de equipo, nos cuentan los ¨²ltimos detalles en cuanto a la situaci¨®n de seguridad y nos explican qui¨¦nes fueron los autores de los disparos. A veces, nos explican incluso por qu¨¦ los hicieron.
Y a¨²n as¨ª, a pesar de todos estos sobresaltos, seg¨²n salimos en nuestro convoy de veh¨ªculos hacia la cl¨ªnica de los Salesianos en Don Bosco, donde continuaremos la jornada, vemos c¨®mo la vida ah¨ª fuera contin¨²a con aparentemente normalidad. Hasta hace un par de a?os, los veh¨ªculos cargados de hombres armados hasta las cejas, bien de la Uni¨®n Africana o bien del ej¨¦rcito franc¨¦s, no eran una estampa habitual en Bangui. Pero ahora todo el mundo parece haberse acostumbrado a que est¨¦n ah¨ª.
Los enormes camiones de transporte, repletos de personas api?adas que intentan llegar a Camer¨²n, algunos de ellos con la intenci¨®n de vender o de comprar esos productos que ya no llegan a los mercados de la RCA, son muchos m¨¢s de los habituales. Pero, aparte de eso, todas las dem¨¢s cosas que ocurren entran dentro de la normalidad: largas filas de taxis intentando comprar gasolina en las estaciones de servicio, decenas de personas intentando comprar las camisetas que venden a las espaldas de uno de los camiones, hombres que venden pan reci¨¦n hecho, otros que transportan unas imposibles pir¨¢mides de huevos sobre sus cabezas, etc¡.
Para m¨ª todos ellos son gente fuerte y resistente y gozan de un esp¨ªritu de supervivencia que es digno de admiraci¨®n. Yo por mi parte s¨®lo trato de llevar lo mejor que puedo todos estos d¨ªas excepcionalmente fuera de lo normales dentro de lo que aqu¨ª significa normalidad. Y ah¨ª seguiremos.
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