Gram¨¢tica del reino
La continuidad mon¨¢rquica es s¨®lo un modo de seguir la ley y suturar disensiones
Resulta extra?o que los detractores de la Monarqu¨ªa no hayan criticado el estilo literario de la abdicaci¨®n de Juan Carlos I. No ser¨ªa bueno que los republicanos de hoy, algunos muy le¨ªdos, descuidasen, al contrario que los de anta?o, la gram¨¢tica. Lo cierto es que el bolet¨ªn difundido el lunes 2 de junio no era, en general, una pieza de redacci¨®n de gran relieve (¡°ilusionante tarea¡±), llamando la atenci¨®n sobre todo la frase concerniente a la decisi¨®n expresa del Monarca de ¡°poner fin a mi reinado y abdicar la Corona de Espa?a¡±. La expresi¨®n son¨® mal al ser o¨ªda, y no por culpa del Rey, que tuvo una de sus intervenciones televisivas m¨¢s airosas. Le¨ªdo al d¨ªa siguiente, lo de ¡°abdicar la Corona¡± segu¨ªa pareciendo an¨®malo, y como no soy un especialista en la materia recurr¨ª a las autoridades (acad¨¦micas); cito, entre otras consultadas, una de las m¨¢s prestigiosas y recientes, el Diccionario del espa?ol actual de Manuel Seco, en su edici¨®n de 2011 en dos vol¨²menes, donde queda expl¨ªcito que el verbo transitivo abdicar requiere habitualmente un complemento directo en ¡°a¡± o (m¨¢s frecuente) ¡°en¡±, inexistente en el texto regio. Sirva de paliativo que en la peque?a nota de precedentes literarios que Seco y sus dos colaboradores O. Andr¨¦s y G. Ramos incluyen se d¨¦ un ejemplo nada menos que de Eduardo Mendoza, quien (en La ciudad de los?prodigios)escribi¨®: ¡°¡?Alfonso?XIII abdicaba la Corona de Espa?a¡±, sin complemento ninguno. Nadie admira m¨¢s que yo al novelista barcelon¨¦s, pero por eso s¨¦, como ustedes, que una parte de su hechizo radica en su libertad de costumbres, expresivas quiero decir. ?Ten¨ªa La Zarzuela que aventurarse estil¨ªsticamente el 2 de junio en documento tan insigne y controvertido?
La anomal¨ªa en el comunicado de abdicaci¨®n del nieto de Alfonso XIII no tiene, por supuesto, gran importancia, ni hay que confundir, en estas jornadas algo convulsas, la gimnasia republicana con la amnesia juancarlista. Es posible ver sin embargo en ese desliz un s¨ªntoma, uno m¨¢s, de lo que ha ido ¨²ltimamente emborronando y restando cr¨¦dito a la figura del Rey y a la instituci¨®n que ¨¦l encarn¨®. La casa real espa?ola lleva demasiado tiempo sin tener quien le escriba ¡ªsin faltas¡ª el relato de lo que representa, de lo que ha proporcionado a este pa¨ªs en casi cuatro d¨¦cadas (que no es poco), de lo mucho que podr¨ªa a¨²n aportar en un futuro sin fecha de caducidad obligatoria. Abdicar la corona sin complemento directo puede ser una bagatela, pero no lo han sido las patochadas africanas del propio Juan Carlos, los indicios de tolerancia o favoritismo con dos familiares sospechosos de graves delitos a la Hacienda P¨²blica, las hirientes opiniones de la reina Sof¨ªa sobre la homosexualidad que, si Pilar Urbano deform¨® en su libro de conversaciones, tendr¨ªan que haber sido desmentidas formalmente. Por no hablar del lamentable episodio, otra ¡°errata¡± colosal en un g¨¦nero, el del comunicado, que est¨¢ visto que la Casa del Rey no domina, en que se manifestaba la augusta y molesta sorpresa por la imputaci¨®n del juez Castro a la infanta Cristina.
El tiempo presente es menos respetuoso con los privilegios hereditarios no revalidados, y de ello hemos de congratularnos
No siento ninguna predilecci¨®n por la Monarqu¨ªa, m¨¢s all¨¢ de un gusto quiz¨¢ perverso por los ceremoniales f¨²nebres practicados por la corona brit¨¢nica, maestra de la pompa y la circunstancia. Pertenezco, al contrario, a la ¡ªhoy por hoy¡ª mayor¨ªa de ciudadanos que no tiene urgencia, ni certeza absoluta de que la Tercera Rep¨²blica sea la soluci¨®n inmediata y el reino de Espa?a, la deshonra completa. Pero nada es eterno, y la idea de convocar un refer¨¦ndum sobre ese dilema, si la demanda popular, es decir, representativa, creciera y as¨ª se impusiese, ser¨ªa justa y necesaria, preferiblemente en un momento de menos ahogo, de menos quiebra, de menos confusi¨®n reinante. El principio republicano de Gobierno es, al menos plat¨®nicamente, sagrado; los pol¨ªticos electos que ahora mismo lo vocean no inspiran, por desgracia, la confianza ciega que su reclamaci¨®n comporta.
Por otra parte, la simpat¨ªa y apresto que puedan transmitir el nuevo Rey y la Reina consorte es algo personal para cada uno de nosotros, y no deber¨ªa sumarse como a priori a los argumentos favorables a la continuidad mon¨¢rquica, que es hoy, simplemente, un modo de seguir la ley y suturar disensiones. Pero Felipe VI recibe una herencia y dos retos, y de su resoluci¨®n o fracaso depender¨¢ la continuidad o el repudio de la dinast¨ªa borb¨®nica en nuestro pa¨ªs. La herencia conlleva la fragilidad hist¨®rica y la desconfianza, que no es que se trate de un don cong¨¦nito o una maldici¨®n b¨ªblica de los espa?oles; los espa?oles han tenido sobrados motivos para desconfiar de la rectitud o idoneidad de sus monarcas del XIX y el XX. Lo que en Gran Breta?a o Suecia, por citar dos monarqu¨ªas consolidadas y ancestrales, no requiere convalidaci¨®n, en Espa?a, donde se interrumpi¨® largamente la l¨ªnea din¨¢stica y se restableci¨® con formato en su comienzo indigno, no hay que descartar la convocatoria de un examen de rev¨¢lida, que, seg¨²n la valoraci¨®n obtenida en las urnas, confirmase al ocupante del trono o?diese paso a la selectividad electiva.
El refer¨¦ndum ser¨ªa justo y necesario si la demanda popular crece
Junto a esa herencia, Felipe?VI tiene el propio reto del concepto y la estampa a los que se debe. El concepto no admite renovaci¨®n, pues la Monarqu¨ªa parlamentaria y neutral ha sido respetada por el Rey saliente de modo impecable. La estampa es lo que importa. La estampa como discurso. El nuevo Rey ha de ser entendido y escuchado como un dirigente al que no le acompa?ar¨¢ la fe eterna del ciudadano predispuesto ni la caridad de quienes, en su derecho, nada quieren saber de ¨¦l. El tiempo presente es menos respetuoso con los privilegios hereditarios no revalidados, y de ello hemos de congratularnos. De momento parece una figura preparada, discreta y sensata; esas buenas condiciones no bastan, sin embargo, para quien ha llegado a la Jefatura del Estado por medios tan abstrusos como un color de sangre y una alternativa algo torera, con estoque incluido, ante un hemiciclo de padres y madres de la patria. En esa larga vida que, seg¨²n la consigna estent¨®rea de las coronaciones antiguas, se le desea al Rey, el Rey deber¨¢ ganarse su vida con sus palabras, con sus gestos, con sus renuncias y sus posiciones, en un pa¨ªs que ahora necesita ¡ªy esto s¨ª lo necesita urgentemente¡ª palabras de entendimiento y compa?¨ªa, gestos de valor desafiante, ganancia de la propia estima y renuncia frontal a los ladrones que tanto han ensuciado el vocabulario de la pol¨ªtica y abusado del nombre de la realeza.
Vicente Molina Foix es escritor.
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