T¨¢nger, Burroughs y la ¡®beat generation¡¯
La atracci¨®n de lo vedado es un ingrediente esencial del mito tangerino creado en por el cine y la literatura. El Estatuto Internacional de la ciudad brindaba a los creadores la posibilidad de una vida m¨¢s libre y aut¨¦ntica
En su excelente ensayo titulado Librer¨ªas,el novelista Jorge Carri¨®n traza la historia de las que fueron un faro cultural en el siglo que dejamos atr¨¢s en las cinco partes del mundo. Como no pod¨ªa ser menos en sus p¨¢ginas figura en buen lugar la Librairie des Colonnes de T¨¢nger con el c¨ªrculo de escritores y artistas que la frecuentaron en la ¨¦poca de su Estatuto Internacional y los a?os subsiguientes a la independencia de Marruecos: el cap¨ªtulo que le dedica da buena cuenta de la imantaci¨®n que ejerci¨® en ellos. Recuerdo que la primera vez que puse los pies en la ciudad me detuve a contemplar su escaparate con un incentivo muestrario de la mejor literatura en franc¨¦s y en ingl¨¦s pero tambi¨¦n de algunas obras en castellano publicadas no en Espa?a sino fuera de ella: las de la editorial Ruedo Ib¨¦rico cuya difusi¨®n estaba prohibida en la Pen¨ªnsula.
La atracci¨®n de lo vedado es un ingrediente esencial del mito tangerino creado en primer lugar por el cine y luego por la literatura. El papel clave de la ciudad en el control de la navegaci¨®n por el Estrecho en los a?os de la Segunda Guerra mundial la convirti¨® conforme una frase acu?ada por los corresponsales de prensa en un ¡°nido de esp¨ªas¡±. Los agentes nazis alojados en el hotel Rif con el benepl¨¢cito de las autoridades franquistas contend¨ªan con los brit¨¢nicos instalados en Gibraltar y ello dio lugar a una serie de filmes de espionaje cuyos t¨ªtulos ¡ªLos misterios de T¨¢nger, Mission ¨¤ Tanger, Vol sur Tanger, Guet-apens ¨¤ Tanger, etc¨¦tera¡ª resum¨ªan los fantasmas creados por el espacio imaginario de la ciudad.
En una publicaci¨®n centrada en el an¨¢lisis de este espacio por un grupo de universitarios magreb¨ªes y europeos hace una veintena de a?os se puede desmenuzar las vicisitudes de los protagonistas y temas constitutivos del mito: intrigas, misterios, agentes dobles, aventureros, drogas, libertinaje, exotismo. Siguiendo las huellas de los viajeros europeos del XIX, dichos filmes orientalizaban el ¨¢mbito tangerino a la manera del famoso Casablanca de Michael Curtiz, enteramente rodado en los estudios de Hollywood, pero sin alcanzar el nivel art¨ªstico del Otelo de Orson Welles filmado en Esauira ni siquiera de El hombre que sab¨ªa demasiado de Hitchcock ambientado en Marraquech. El T¨¢nger de estas pel¨ªculas ten¨ªa muy poco que ver con la realidad y se reduc¨ªa a una serie de estereotipos propios del cine colonial pero contribuy¨® no obstante a la leyenda que atrajo a un buen pu?ado de escritores estadounidenses en la d¨¦cada de los cincuenta y comienzos de los sesenta que ser¨ªan visitantes asiduos de la librer¨ªa del bulevar Pasteur.
Intrigas, misterios, agentes dobles, drogas, libertinaje, exotismo crean el mito de la ciudad
La bibliograf¨ªa del T¨¢nger cosmopolita es asimismo extensa. Junto a los autores, en su mayor¨ªa de segunda fila que sit¨²an en ¨¦l la trama de sus novelas, otros, tanto extranjeros como marroqu¨ªes, establecieron una cartograf¨ªa de sus hoteles y puntos de encuentro desde la pensi¨®n y caf¨¦ Fuentes del Zoco Chico al hoy desaparecido hotel Cecil de la antigua avenida de Espa?a. Estos cronistas, en especial Iain Finlayson en Tangier, the city of the dream, hacen desfilar en sus p¨¢ginas una notable lista de creadores atra¨ªdos por la leyenda de su permisividad. Como dir¨ªa William Burroughs, ¡°T¨¢nger es uno de los pocos lugares que a¨²n quedan en el mundo donde en la medida que no cometes un atraco, empleas la violencia ni asumes abiertamente una conducta antisocial puedes hacer exactamente lo que quieres. Es el santuario de la No Interferencia¡±.
Frente a las leyes represivas que penalizaban el consumo de drogas y el ¡°desviacionismo sexual¡± en la Norteam¨¦rica puritana y conservadora de la posguerra, el Estatuto Internacional tangerino brindaba la posibilidad de una vida m¨¢s libre y aut¨¦ntica que anhelaban los miembros de la beat generation ¡ªAllen Ginsberg, Jack Kerouac y su amigo Burroughs¡ª y una pl¨¦yade de creadores de la talla de Paul y Jane Bowles, Francis Bacon, Truman Capote, Tennessee Williams y otras figuras menores. Cuando yo llegu¨¦ en 1965 todos ellos se hab¨ªan eclipsado con excepci¨®n de Bowles, pero su presencia perduraba en los anaqueles de la Librairie des Colonnes.
Si el papel precursor de Bowles en esta Interzona se halla bien documentado, la presencia intermitente en ella de William Burroughs no me fue aclarada sino a comienzos de los a?os noventa gracias al ensayo de Francis Poole, T¨¢nger y los beats, incluido en el ya mencionado volumen universitario sobre el Espacio Imaginario de la ciudad.
Las estancias de Burroughs en T¨¢nger se escalonan de 1953 a 1961, es decir, durante la angustiosa composici¨®n de su novela Fest¨ªn desnudo y tras su publicaci¨®n en la Olympia Press parisiense ya que se hallaba prohibida en Estados Unidos por obscenidad y atentado a las buenas costumbres. Como la totalidad de los escritores a los que antes me refiero, Burroughs se sent¨ªa a sus anchas en T¨¢nger pero no simpatizaba en exceso con los marroqu¨ªes. Si no se cre¨ªa amenazado de muerte por ¨¦stos, como Jack Kerouac durante las semanas que convivi¨® con ¨¦l, iba siempre armado bajo su proverbial impermeable oscuro y en raz¨®n de sus obsesivos vagabundeos por la Medina y la zona del puerto en busca de su dosis cotidiana de hero¨ªna era conocido como El hombre invisible de la famosa pel¨ªcula por los asiduos del Zoco Chico. Despu¨¦s de hospedarse en una fonda de la calle de Los Arcos contigua a aquel y mudarse al hotel Muniria de la ciudad nueva, que acoger¨ªa m¨¢s tarde a todos los iconos de la beat generation, sol¨ªa perderse, como una d¨¦cada m¨¢s tarde har¨ªa yo, por el laberinto de callejuelas que se ramifica al pie de la Alcazaba y sentarse en la terraza del caf¨¦ Central a contemplar las idas y venidas de los cambistas, camellos, vagos y buscavidas que animaban aquel privilegiado escenario.
La relectura de ¡®Fest¨ªn desnudo¡¯ al cabo de treinta a?os no me ha defraudado
La relectura de Fest¨ªn desnudo al cabo de treinta a?os no me ha defraudado. La abrupta violencia del lenguaje y fragmentaci¨®n del texto que el lector debe recomponer como un rompecabezas alucinado y on¨ªrico conserva intactos su est¨ªmulo y fuerza subversiva. Su redacci¨®n en el periodo m¨¢s duro de una adicci¨®n de la que intentaba penosamente curarse ¡ªel traficante, dice, no vende su mercanc¨ªa al adicto, vende el adicto a la mercanc¨ªa¡ª debi¨® ser heroica, y no hago aqu¨ª un juego de palabras, pese a haber contado con la preciosa ayuda de Allen Ginsberg y de su compa?ero Peter Orlovsky que mecanografiaron las p¨¢ginas de su manuscrito en el hotel Muniria denominado por ellos Villa Delirium. Concluida la labor y editado el libro, Burroughs, que aliviaba su desintoxicaci¨®n de la hero¨ªna con el recurso al maax¨²n y hach¨ªs, visit¨® a¨²n la ciudad y a su amigo Bowles antes de ausentarse definitivamente de aquella. Los beats de los a?os cincuenta hab¨ªan sido reemplazados por los jipis como aquellos que fumaban kif en la terraza en donde yo correg¨ªa los borradores de la novela sobre el gran traidor de la leyenda de Espa?a, el m¨ªtico conde don Juli¨¢n.
Pero vuelvo a la Librairie des Colonnes evocada en la obra de Jorge Carri¨®n, cuya historia y la del c¨ªrculo literario que gravitaba en torno a ella acaban de trazar Andrew Clandermond y Terence Mac Carthy en Beyond the Columns. Su librillo de una treintena de p¨¢ginas compendia un rico anecdotario del qui¨¦n es qui¨¦n del T¨¢nger cosmopolita, y el com¨²n denominador de los personajes que aparecen en aquellas ¡ªcon excepci¨®n del ins¨ªpido y anodino Paul Morand¡ª es su homosexualidad. En contraposici¨®n al conformismo y pudibundez reinante en los pa¨ªses anglosajones de la ¨¦poca, el T¨¢nger del Estatuto Internacional atra¨ªa como dijimos cual un im¨¢n a los condenados a vivir en los m¨¢rgenes de la ¡°normalidad¡±. Los aficionados a secretos de alcoba y chismes de comadre o compadre encontrar¨¢n una oferta a la carta: desde el relato por Tennessee Williams de una velada alcoh¨®lica protagonizada por su amigo ¨ªntimo con Mohamed Chukri y un joven andr¨®gino en una habitaci¨®n del hotel Minzah hasta el oscuro episodio de la agresi¨®n sexual de un pintor protegido por Bowles a un adolescente alem¨¢n. Los autores parecen empe?ados en probar que todo el n¨²cleo de asiduos y visitantes de la librer¨ªa ¡°entend¨ªan¡±, y los hechos narrados confortan sin duda su innecesario apriorismo.
Aunque el brillo de la leyenda tangerina de los a?os cincuenta se desvaneci¨®, el mito de la ciudad perdura y alimenta una extensa bibliograf¨ªa como la establecida por su cronista oficial Rashid Taferssiti. Quien desee remover sus brasas no tiene m¨¢s que acudir a los estantes de la Librairie des Colonnes. En cuanto al T¨¢nger real su mejor gu¨ªa ser¨¢ siempre Mohamed Chukri.
Juan Goytisolo es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.