Wimbledon, el torneo de las reverencias
A las mujeres se les pide que no lleven sombrero. A los hombres se les exige traje y corbata. Y, a los tenistas que vistan de blanco incluso en su ropa interior
![Juan Jos¨¦ Mateo](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2F1228d29c-d423-4ecf-9105-891d7df471c3.jpg?auth=14375061413b532409017eb7f95b809eefda00aea8a00c97eb448c5d0cf243ab&width=100&height=100&smart=true)
![Los duques de Cambridge, durante el partido de cuartos que jugaron Grigor Dimitrov y Andy Murray.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/U65SHY3723SPE3WMW6VUI2B5N4.jpg?auth=9c2e559754fd30d46f5ecffcb94b4f9fd31d6254f6b5cbfa326551fdab6d58e7&width=414)
El d¨ªa que Andy Murray pierde su corona de Wimbledon, los duques de Cambridge se sientan en el Palco Real. No hay un momento que defina mejor las viejas ra¨ªces del torneo de Londres que la despedida del campe¨®n destronado. Sin que importe el dolor de la derrota, el sudor del partido, o la frustraci¨®n de no haber sacado buena nota, el escoc¨¦s carga con su raquetero, enfila el camino hacia el vestuario, y s¨²bitamente se detiene. Entonces, acompa?ado en el movimiento por Grigor Dimitrov, su rival, Murray se inclina y hace una reverencia. Guillermo y Kate le observan, quiz¨¢s hasta sorprendidos, porque desde 2003 la genuflexi¨®n se reserva solo a la reina y el pr¨ªncipe de Gales por expreso deseo del Duque de Kent, presidente del club. El acto reflejo de los tenistas, sin embargo, demuestra una cosa. Si Wimbledon es el torneo rey del tenis, tambi¨¦n es la cita preferida de la realeza.
Desde 1922, el torneo goza de ese palco exclusivo al que acuden nobles, militares, ex tenistas y famosos como David Beckham, siempre tras recibir la invitaci¨®n del Chairman del club. Las reglas son estrictas. A las mujeres se les pide que no lleven sombrero, para que no dificulten la visi¨®n del resto de espectadores. A los hombres se les exige traje y corbata. Al final del d¨ªa, a los invitados se les ofrece una exclusiva comida y t¨¦ en la casa club. Nadie se atreve a saltarse las reglas, no vaya a ser que en la primera fila se siente la reina.
Desde que Jorge V inaugur¨® la Royal Box y su hijo, luego Jorge VI, compiti¨® en el torneo de dobles, Wimbledon est¨¢ ¨ªntimamente unido al Buckingham Palace. Isabel II visit¨® las instalaciones en cuatro ocasiones, celebradas por todo lo alto por los socios. En 1957, la primera, una espectadora invadi¨® la pista para protestar contra las injusticias del capitalismo, pero consciente de la presencia de su serena majestad en el palco encabez¨® su cartel con un educado ¡°Dios salve a la Reina. En 2010, cuando Isabel II se pase¨® por ¨²ltima vez por el Saint Mary¡¯s Walk, el club se engalan¨® y las mejores raquetas del momento se vistieron de etiqueta para hacerle la reverencia. Entonces, como ahora y siempre, predomin¨® el blanco que exige el reglamento en las pistas, lo que este curso ha generado protestas.
Dicen los competidores que ya no solo les miran las suelas de las zapatillas para ver que sean blancas, en consonancia con la camiseta, los calcetines y el pantal¨®n. Que ahora tambi¨¦n les revisan la ropa interior. Que a un jugador de dobles espa?ol, sudoroso durante su partido, le sugirieron que fuera al vestuario a cambiarse, porque se le transparentaba el calzoncillo negro. Que otra tenista tuvo que jugar sin sujetador, porque todos los que ten¨ªa eran de colores. Y as¨ª, hasta los competidores m¨¢s apegados a las tradiciones de Wimbledon protestan.
¡°Todo blanco. Blanco, blanco, blanco, completamente blanco¡±, lament¨® el suizo Roger Federer, heptacampe¨®n en Londres y semifinalista en la presente edici¨®n. ¡°En mi opini¨®n, es demasiado estricto¡±, a?adi¨®. ¡°Si uno mira fotos de Stefan Edberg o de Boris Becker [tenistas de finales del siglo XX]¡ en aquellos tiempos hab¨ªa algunos colores, adem¨¢s del blanco. Respeto la decisi¨®n. Quiz¨¢s alg¨²n d¨ªa abran la mano¡¡±
Si eso ocurre, temblar¨¢n los cimientos de Wimbledon, un club del siglo XXI que para muchas cosas sigue instalado en el siglo XIX. Que le pregunten a Murray: hasta en su dolorosa derrota le toc¨® hacer una reverencia.
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