?ltima moda en Par¨ªs: romanos y h¨²sares
Siguiendo los dictados de la moda he ido a Par¨ªs, con la idea de enriquecer esta secci¨®n. Marche ou cr¨¨ve! He buscado inspiraci¨®n en los escaparates e incluso en el bar del Hotel Costes ¨Ca los desfiles a¨²n no me invitan, pese a escribir en ICON¨C. Pero, como siempre, mis pasos me han acabado llevando en otra direcci¨®n y traigo la maleta llena de prendas insospechadas. Metaf¨®ricamente, porque lo que m¨¢s me ha gustado no te lo dejan llevar. En la Pinacoth¨¨que, junto a la Madeleine, tras atiborrarme de brioche en Fauchon a la salud de Maria Antonieta, visit¨¦ la exposici¨®n sobre el mito de Cleopatra que adem¨¢s de muy interesantes piezas arqueol¨®gicas incluye la colecci¨®n de vestidos que us¨® Elizabeth Taylor para encarnar a la reina en la pel¨ªcula de Mankiewicz. Unos trajes sencillitos (!) que ofrecen una interesante alternativa a todas las que no tengan muy claro qu¨¦ ponerse en estos d¨ªas de bodas ¨Ccon el de suma sacerdotisa de Isis seguro que das la campanada, aunque ojo con el generoso escote: ¡°My breasts are full of love and life¡±, que dec¨ªa ella¨C.
En fin, lo que a m¨ª me entusiasm¨® fue el atav¨ªo de general romano que us¨® Richard Burton en el papel de Marco Antonio, con coraza musculada y todo, que se exhibe junto al prolijo vestuario de su amante. Tuve la tentaci¨®n de probarme al menos la capa y las grebas, pero los vigilantes ¨Cque ya me hab¨ªan re?ido por hacerme un selfie con un retrato de m¨¢rmol de la reina del Nilo¨C no me sacaban el ojo de encima. Ver all¨ª la ropa de Cleopatra y Marco Antonio me hizo pensar en aquel di¨¢logo de la pel¨ªcula, cuando ¨¦l, fuera de s¨ª por el comportamiento de su veleidosa pareja, estalla: ¡°?Reinas, reinas, qu¨ªtales toda la ropa y d¨¦jalas desnudas como a cualquier otra mujer y ya no son reinas!¡±. A lo que el tribuno Rufio acota con sensatez: ¡°Es tambi¨¦n dif¨ªcil saber el rango de un general desnudo¡±. ?Lo que se aprende de moda con la Historia!
Los escaparates que en realidad me tienen el coraz¨®n robado en Par¨ªs son las vitrinas de la secci¨®n napole¨®nica del Mus¨¦e de l¡¯Arm¨¦e en los Invalides. ?Yo quisiera vivir ah¨ª! No les digo que no me preocupe un punto preferir ver maniqu¨ªes con uniformes de lancero en lugar de luciendo un marvelous noir de Stella Candente, uh, Cadente. Pero ?por Dios! c¨®mo me ponen los dragones, los coraceros y¡ los h¨²sares. Siempre que estoy en la capital francesa rindo visita al precioso conjunto de dolm¨¢n y pelliza azul del 5? regimiento de h¨²sares que exhibe el museo, confiando en que un d¨ªa falle la seguridad.
Mientras, me consuelo con mi reflejo sobre el cristal de la vitrina, que me hace imaginar que soy yo el que viste esas prendas incre¨ªbles. Por lucirlas estar¨ªa dispuesto a morir en una carga de caballer¨ªa en Marengo (la batalla, no el color). El que muri¨®, en Wagram, con una ropa de ensue?o es el general Lasalle, ese gran h¨²sar, varias de cuyas posesiones mundanas est¨¢n en el museo, as¨ª como su fabuloso retrato por Gros. Hemos de reconocerle a la vestimenta de ¨¦poca napole¨®nica alg¨²n problemilla en el tiro (!). V¨¦anse los apretados pantalones del desafortunado teniente de carabineros ¨¤ ch¨¦val Ferdinand Lariboisi¨¨re, muerto en Moscowa, en los que no cabe, oh l¨¤ l¨¤!, la menor duda. Aunque en ese sentido no puedo dejar de citar aqu¨ª la apoteosis viril que traslucen las mallas dignas de Nureyev de, precisamente, un ruso, el coronel Evgraf Davydov ¨Csan Trif¨®n de Pechenga le proteja lo suyo¨C, cuyo retrato por Oreste Kiprensky (que pude admirar en el Museo Ruso de San Petersburgo) es un canto a la mayor evidencia.
Coronel de h¨²sares de la guardia del zar, Davydov fue herido gravemente en la batalla de Leipzig y perdi¨® la mano derecha y el pie izquierdo, quedando a salvo, uf, todo el resto.
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