Dad una oportunidad al acuerdo
El pacto entre israel¨ªes y palestinos no va llegar del cielo a cambio de nada. Son necesarias importantes renuncias por ambas partes, cesiones mutuas y no refugiarse permanentemente en la palabra ¡°paz¡±
La verdad es que comenc¨¦ a escribir este texto hace ya unas semanas. En ese momento, tres israel¨ªes que ahora est¨¢n bajo tierra segu¨ªan a¨²n sonriendo y carcaje¨¢ndose, y, sin duda, tambi¨¦n entonces un muchacho palestino de 16 a?os cuyo cuerpo abrasado tambi¨¦n est¨¢ bajo tierra, sal¨ªa con sus amigos. El peri¨®dico Haaretz me encarg¨® el art¨ªculo para presentarlo en la Conferencia de Paz que ¨¦l mismo hab¨ªa organizado. Con motivo de ese importante acontecimiento, Abu Mazen escribi¨® un texto sobrecogedor e incluso el presidente estadounidense Barak Obama envi¨® un emotivo escrito, as¨ª que, por supuesto, yo tambi¨¦n acept¨¦ inmediatamente la propuesta de escribir algo. Despu¨¦s de todo, soy uno de los muchos que lleva tiempo ansiando la paz, y durante esas funestas semanas en las que esta parec¨ªa m¨¢s lejos que nunca, lo ¨²nico que se pod¨ªa hacer era escribir sobre ella. Pero cuando intent¨¦ ponerme a la tarea me di cuenta de que, al contrario que en los buenos tiempos en los que pod¨ªa producir textos anhelantes de paz, a raz¨®n de uno cada dos meses para cualquier diario que quisiera insuflar a sus lectores un poco de esperanza en el futuro de la regi¨®n, en esta ocasi¨®n, al sentarme delante del ordenador, no me sal¨ªa nada.
Superficialmente, la seguridad era estable, pero ante la cancelaci¨®n de las conversaciones de paz y una desesperaci¨®n generalizada, que hab¨ªa calado incluso en los ingenuos EE?UU, tambi¨¦n dispuestos a renunciar a la idea de una soluci¨®n diplom¨¢tica para la regi¨®n, estaba claro que solo era cuesti¨®n de tiempo que hubiera un acto homicida, respondido con otro del mismo calibre. Y durante esos deprimentes y pegajosos d¨ªas, me costaba trabajo escribir un art¨ªculo sobre la paz sin sentirme idiota o, por lo menos, completamente alejado de la realidad.
Entretanto, hab¨ªan comenzado las vacaciones estivales y el Campeonato del Mundo de f¨²tbol, y pocos d¨ªas despu¨¦s, tan impactante como totalmente predecible, se desat¨® la conocida locura regional. Mientras rug¨ªan los ca?ones y entre virulentas proclamas del Gobierno israel¨ª, se inaugur¨® la Conferencia de Paz y yo tuve el placer de escuchar los discursos y de leer los escritos de personas elocuentes y decididas que, sin inmutarse, segu¨ªan hablando de la misma y ansiada paz, aunque la tierra temblara bajo nuestros pies, o quiz¨¢ por eso mismo. ?Qu¨¦ tiene esa escurridiza paz, que a tanta gente le gusta hablar de ella, aunque nadie haya logrado acerc¨¢rnosla siquiera un mil¨ªmetro?
Hace unos meses, mi hijo de ocho a?os particip¨® en una ceremonia en la que a todos los alumnos de su clase les entregaron una Biblia al iniciarse sus estudios b¨ªblicos. Terminado el acto, todos los chavales subieron al estrado y entonaron una conocida canci¨®n sobre, qu¨¦ sino, el anhelo de paz. Y al final de Dios te entreg¨® un regalo (con letra de David Halfon), los ni?os solo le pidieron al creador un peque?o presente: la paz en la tierra.
El conflicto es algo as¨ª como el mal tiempo, que no podemos hacer nada para cambiar
De camino a casa pens¨¦ un poco en esa canci¨®n. Al contrario que en otras que canta mi hijo el D¨ªa de la Independencia y en Januc¨¢, conmemorando batallas que ha librado sin miedo y aludiendo a la oscuridad que ha ahuyentado con una antorcha encendida, la paz no es algo que quiera lograr con sudor y sangre: es algo que quiere que le entreguen. Como un regalo, nada m¨¢s y nada menos. Y se dir¨ªa que esa es la paz que anhelamos: algo que recibir¨ªamos contentos, encantados, y que nada nos costar¨ªa. Est¨¢ demostrado que solo nosotros somos responsables de nuestra supervivencia, pero la paz depende de la divina providencia.
Creo que mi hijo pertenece a la segunda generaci¨®n, cuando no a la tercera, adoctrinada en la idea de que el conflicto palestino-israel¨ª es una imposici¨®n de las alturas. Es algo as¨ª como el mal tiempo, del que podemos hablar, que podemos lamentar, incluso escribir canciones sobre ¨¦l, pero que no podemos hacer nada para cambiar.
Hace unos dos a?os, dentro de un proyecto literario especial promovido por Haaretz, entrevist¨¦ al primer ministro israel¨ª Benjam¨ªn Netanyahu. Le pregunt¨¦ qu¨¦ estaba haciendo para resolver el conflicto en Oriente Pr¨®ximo y Netanyahu me dio una profusa respuesta, hablando de la amenaza iran¨ª y de la inestabilidad de otros Gobiernos de la regi¨®n. Pero cuando insist¨ª, de forma casi infantil, en que respondiera realmente a la pregunta, reconoci¨® que no estaba haciendo nada por resolver el conflicto, porque era irresoluble.
En los pr¨®ximos tiempos Dios no nos va a regalar la paz. Nosotros tendremos que buscarla
Resultaba que Netanyahu, valiente exoficial de una unidad de ¨¦lite, que en combate lo hab¨ªa tenido todo en contra, piensa lo mismo que mi hijo y sus compa?eros respecto a la paz. No quisiera poner de mal humor a mi primer ministro ni a los chavales de una clase de segundo curso, pero algo me dice que en los pr¨®ximos tiempos Dios no nos va a regalar la paz: seremos nosotros los que tendremos que hacer un esfuerzo para alcanzarla. Y si lo logramos, ni a nosotros ni a los palestinos nos saldr¨¢ gratis. Por definici¨®n, la paz nace de una cesi¨®n mutua, y en ese tipo de acuerdo cada bando tiene que pagar realmente un precio elevado, no solo en forma de territorios o dinero, tambi¨¦n en su forma de ver el mundo.
Esa es la raz¨®n de que el primero de una serie de pasos conducente a crear confianza entre nosotros y esa antigua y pendiente fantas¨ªa podr¨ªa ser el abandono de la debilitante palabra ¡°paz¡±, que desde hace tiempo tiene una connotaci¨®n trascendental y mesi¨¢nica, no solo para la izquierda, tambi¨¦n para la derecha, y su sustituci¨®n inmediata por ¡°acuerdo¡±. Puede que este sea un t¨¦rmino menos enardecedor, pero, por lo menos, cada vez que lo utilizamos, nos recuerda que la ansiada soluci¨®n no radica en las invocaciones a Dios, sino en nuestra insistencia en un di¨¢logo penoso y no siempre perfecto con el otro bando.
Es cierto que es m¨¢s dif¨ªcil escribir canciones sobre el acuerdo, sobre todo de las que mi hijo y otros chavales pueden cantar con sus voces angelicales. Y que ese t¨¦rmino no luce igual de bien en las camisetas. Pero, al contrario que esa encantadora palabra que tan bien fluye de nuestra boca, sin exigir nada a quien la pronuncia, la palabra ¡°acuerdo¡± exige los mismos requisitos a todos los que la usan: aceptar desde el principio que habr¨¢ cesiones y quiz¨¢ incluso que, m¨¢s all¨¢ de la verdad justa y absoluta en la que cada uno cree, puede existir otra verdad. Y en el mundo racista y violento que habitamos, ni siquiera esa nimiedad es desde?able.
Etgar Keret es escritor israel¨ª.
Traducci¨®n de Jes¨²s Cu¨¦llar Menezo
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