?Cada cu¨¢nto tiempo hay que regar el PSOE?
Los experimentos democr¨¢ticos son una gran oportunidad para reconstruir un partido y reconectar con los ciudadanos. Hay que seguir el m¨¦todo de ensayo y error, para beneficio propio y de toda la sociedad
Democratizar es el verbo pol¨ªticamente m¨¢s po¨¦tico. Nada suena mejor que democratizar una instituci¨®n pol¨ªtica, abrirla a una participaci¨®n m¨¢s amplia. Una opini¨®n compartida por la mayor¨ªa de analistas pol¨ªticos y por todo el espectro de regeneracionistas espa?oles, desde nuestros reformistas m¨¢s liberales, como los economistas fascinados por la competitividad de las primarias americanas, hasta la izquierda antisistema de Podemos. Y tambi¨¦n por el PSOE, que decidi¨®, en palabras de Eduardo Madina, ¡°apostar por la respuesta m¨¢s democr¨¢tica de nuestra historia: la elecci¨®n directa del secretario general por los militantes¡±.
Pero, por muy exitosa en t¨¦rminos de participaci¨®n que haya resultado esta experiencia particular del PSOE y por muy atractiva en general que sea la tendencia a democratizar el funcionamiento interno de los partidos, nuestro deber es someter estos procesos a un examen fr¨ªo, analizando sus ventajas e inconvenientes a la luz de la evidencia disponible. Si lo hacemos, podemos llegar a la conclusi¨®n de que democratizar un partido es m¨¢s bien como regar una planta: tanto el defecto como el exceso de agua pueden ser perjudiciales.
Los partidos que se riegan muy poquito, donde la voz de los militantes no se tiene en cuenta, sufren una falta de legitimaci¨®n que, tarde o temprano, pasa factura. Ejemplos cl¨¢sicos ser¨ªan los partidos ultra-ortodoxos israel¨ªes donde los rabinos monopolizan el poder, aunque nuestras enfermas dedocracias no andan muy lejos. En el otro extremo, los partidos m¨¢s regados del mundo ser¨ªan los americanos, donde la participaci¨®n para elegir a los candidatos es muy abierta y no est¨¢ controlada por los partidos. El griter¨ªo de los ciudadanos americanos es tan fuerte que la voz de los partidos ¡ªy con ello su habilidad para agregar intereses y dar coherencia program¨¢tica a iniciativas particulares¡ª ha dejado de escucharse. Como agudamente se?ala el polit¨®logo Jonathan Hopkin, las primarias americanas han democratizado tanto los partidos que los han llevado, en la pr¨¢ctica, a su extinci¨®n.
En Espa?a, como en todos los pa¨ªses donde los partidos son vistos como alejados de la ciudadan¨ªa, han surgido cr¨ªticas a las decisiones que se toman en los aparatos o, como los anglosajones los llaman, los jardines secretos de los partidos. Las causas de los procesos de democratizaci¨®n de los partidos est¨¢n pues claras, pero sus consecuencias no tanto.
Un partido es como una planta: tanto el defecto como el exceso de agua pueden ser perjudiciales
Tenemos la suerte de que uno de los estudios europeos m¨¢s interesantes sobre los efectos electorales de las primarias, publicado recientemente en la revista Party Politics, ha sido llevado a cabo por un espa?ol, Luis Ramiro. Su an¨¢lisis de los resultados electorales del PSOE en municipios de m¨¢s de 10.000 habitantes para el periodo 1999-2011 apunta a que el sistema de primarias de ¡°un militante, un voto¡± ha sido, en general, recompensado en las urnas por los ciudadanos. Pero, al mismo tiempo, las primarias tambi¨¦n tienen costes. Lo cual no quiere decir que no valgan la pena, sino que debemos tenerlos presentes. Y, al mismo tiempo, saber valorar algunas ventajas ¡ªque tambi¨¦n las tienen¡ª de los mecanismos tradicionales de democracia representativa interna, encarnados por los tan denostados congresos.
?Cu¨¢les son los costes de la democratizaci¨®n de los partidos? En primer lugar, los estudios sobre primarias, como los recogidos por los expertos Reuven Hazan y Gideon Rahat, muestran una gran variabilidad de participaci¨®n en todo tipo de pa¨ªses, con oscilaciones, por ejemplo, del 51% al 75% en Israel, del 20% al 63% en Finlandia, o del 25% al 51% en B¨¦lgica. Hay que contar, por tanto, con que las primarias son inherentemente inestables. En segundo lugar, la iron¨ªa de las primarias es que, pensadas para aumentar la competitividad dentro los partidos, pueden acabar reduci¨¦ndola. Para ganar unas primarias con un electorado potencial de miles, o millones, de votantes no basta con tener el mejor discurso. Tambi¨¦n necesitas un buen altavoz para llegar a mucha gente y una habilidad para desplazarte que te permita conocer personalmente al mayor n¨²mero posible de simpatizantes. E, idealmente, estrecharles la mano. Los candidatos que cuentan con m¨¢s recursos ¡ªporque ocupan un cargo p¨²blico relevante, porque heredan una proyecci¨®n medi¨¢tica, o simplemente porque cuentan con la ayuda de la ¨¦lite del partido¡ª parten con una gran ventaja.
Por ejemplo, un estudio de 3.166 primarias para la C¨¢mara de Representantes de EE?UU mostr¨® que en s¨®lo 47 ocasiones los titulares del puesto fueron derrotados. Si los aspirantes tienen una probabilidad de victoria del 1,5%, dif¨ªcilmente podemos hablar de un mecanismo competitivo. Esta desigualdad de recursos entre contendientes se agrava cuanto m¨¢s abiertas son las primarias. L¨®gico: cuantas m¨¢s manos hay que estrechar, m¨¢s importa tu capacidad para moverte por el territorio.
De forma paralela, expandir el n¨²mero de electores no tiene por qu¨¦ aumentar la fiscalizaci¨®n de las c¨²pulas de los partidos por parte de los militantes de base. En palabras del polit¨®logo Richard Katz, las primarias pueden dar la apariencia de democracia, pero sin su sustancia: abrir el partido puede ser incluso una estrategia de la ¨¦lite del partido para quitarse de encima el control que ejercen los siempre molestos cargos intermedios. Las primarias pueden as¨ª desembocar en un sistema cesarista (Politikon, La urna rota, 2014), en el que las bases se limitan a elegir, o m¨¢s bien a ratificar, a un l¨ªder liberado de contrapesos internos. Esto puede desincentivar a los afiliados m¨¢s motivados, aquellos que se metieron en el partido para cambiar el mundo. Si lo ¨²nico que queremos de los militantes es su voto, si se elimina una cierta meritocracia interna, lo que Jonathan Hopkin denomina el ¡°diferencial de influencia¡± entre militantes, los partidos se pueden vaciar de personas ideol¨®gicamente comprometidas y llenar de lo que en Canad¨¢ se ha llamado ¡°militantes instant¨¢neos¡±.
Pensadas para aumentar la competitividad, las primarias pueden acabar reduci¨¦ndola
El buen funcionamiento de una democracia no depende de la existencia de partidos altamente democratizados. Muchas democracias saludables hoy d¨ªa carecen de primarias porque se han centrado en mantener una buena competici¨®n democr¨¢tica entre partidos y no dentro de los partidos. La primac¨ªa de lo primero sobre lo segundo fue observado ya por Giovanni Sartori hace medio siglo: ¡°La democracia a gran escala no es la suma de muchas peque?as democracias¡±. Ello no implica que los opacos partidos espa?oles no necesiten ser regados con una mayor participaci¨®n. Como est¨¢ haciendo el PSOE, experimentando en el espacio de pocos meses con dos mecanismos distintos: unas primarias de ¡°un militante, un voto¡± para elegir al secretario general y unas primarias abiertas para elegir candidato a las elecciones generales. Con ello el PSOE corre muchos riesgos, pues los mandatos de las dos primarias son distintos, ya que los militantes que participan en las primeras tienden a ser m¨¢s radicales que los votantes del partido que participar¨¢n en las segundas. En esta l¨ªnea, Pedro S¨¢nchez ya ha manifestado que ¡°va a estar tan a la izquierda como la militancia de base¡±. Podemos reeditar as¨ª el conflicto bicef¨¢lico entre un pol¨ªtico-Borrell (d¨ªcese del pol¨ªtico preferido por la militancia pero no tanto por el electorado) y otro pol¨ªtico-Almunia (alguien m¨¢s querido por el electorado que por la militancia).
Pero los experimentos democr¨¢ticos del PSOE son tambi¨¦n una gran oportunidad para reconstruir un partido que necesita reconectar con los ciudadanos. Ello depender¨¢ no s¨®lo del ¨¦xito de las dos convocatorias, sino tambi¨¦n de aprovechar el caudal de capital pol¨ªtico que se reunir¨¢ en el inminente congreso para consolidar una estructura de partido con capacidad de fiscalizaci¨®n interna. El PSOE debe encontrar un equilibrio ¡ªese punto medio virtuoso del que hablan algunos expertos¡ª entre los dos extremos: una democracia que disuelve y un aparato que oxida.
Para ello, hace falta que el PSOE no se quede quieto y siga el m¨¦todo de ensayo y error en el que se ha metido. Como con las plantas, s¨®lo experimentando, errando y rectificando, sabremos cada cu¨¢nto hay que regar el PSOE para que ¨¦ste desarrolle una f¨®rmula ¨®ptima de participaci¨®n ciudadana. Como el se?or Keuner de Bertolt Brecht, el PSOE anda atareado trabajando en su pr¨®ximo error. Para su beneficio, pero tambi¨¦n para el de los dem¨¢s partidos y, por ende, de la democracia espa?ola.
V¨ªctor Lapuente Gin¨¦ es profesor en el Instituto para la Calidad de Gobierno de la Universidad de Gotemburgo.
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