El reciclaje de las viejas jerarqu¨ªas
La fe en la potencia democratizadora de Internet parece hoy bastante m¨¢s fr¨¢gil que hace diez a?os. La llamada ¡°cultura digital¡± busca simplificar y allanar cualquier problema y al final reduce el esp¨ªritu cr¨ªtico
Una rese?a de Tim Wu en el New York Times dominical llamaba hace poco la atenci¨®n sobre The People¡¯s Platform, libro de la cineasta canadiense Astra Taylor, a quien los devotos de la filosof¨ªa recordamos por sus documentales Zizek! y Examined Life(2008), en el que cinco pensadores contempor¨¢neos residentes en Estados Unidos analizan los retos de la ¨¦tica aplicada.
Esta vez Taylor ha puesto en la mira el cambio cultural y econ¨®mico asociado al auge de Internet y su promoci¨®n de la free culture. La fe en la potencia democratizadora de los nuevos medios, en una arena virtual donde todos los actores podr¨ªan participar en igualdad de condiciones, parece hoy bastante m¨¢s fr¨¢gil que hace diez a?os, y este ensayo es buen ejemplo de esa creciente sospecha. La autora quiere mostrar c¨®mo tras las medias verdades del tecno-utopismo se oculta el reciclaje de viejas jerarqu¨ªas: en Internet ¡ªasegura¡ª est¨¢n presentes las mismas desigualdades del mundo real, disfrazadas bajo un entramado de ¡°sistemas abiertos¡±.
¡°Para entender por qu¨¦ no se han cumplido las predicciones m¨¢s idealistas acerca de c¨®mo Internet transformar¨ªa la producci¨®n y distribuci¨®n cultural, invirtiendo el equilibrio de poder en el proceso, necesitamos una mirada cr¨ªtica del estado actual de nuestro sistema medi¨¢tico. En cambio, celebramos una prometedora visi¨®n de lo que nuestras nuevas herramientas en red te¨®ricamente hacen posible o los cambios que ¨¦stas hipot¨¦ticamente desatan¡±. As¨ª de rotunda se muestra Taylor a la hora de explicarnos estos supuestos cambios de paradigma cultural y c¨®mo fomentan un modelo de pan para hoy y hambre para ma?ana: crear instituciones y pagar por el talento han terminado siendo caracter¨ªsticas de un ancien r¨¦gime cultural desplazado por ¡°nuevos modelos¡±. Lo que no siempre se hace visible ¡ªal menos no en la proporci¨®n necesaria¡ª es el gigantesco beneficio de unas pocas compa?¨ªas, dedicadas a rentabilizar la pulsi¨®n exhibicionista mientras hacen creer a los creadores que su implicaci¨®n en ¡°procesos no jer¨¢rquicos¡± y el esfuerzo por convertirse en gestores de su propia marca son grandes logros democr¨¢ticos del nuevo sistema de promoci¨®n. (El extendido uso del t¨¦rmino ¡°contenido¡± para designar cualquier escritura en formato digital bastar¨ªa como ejemplo de tan burdo impulso nivelador).
Las ganancias del nuevo proceso de difusi¨®n las recolectan los porteros de las cancelas virtuales
Sin duda, Internet facilita y abarata la distribuci¨®n (y la copia) del trabajo cultural, en cualquier soporte. Elimina antiguas barreras e intermediarios. Y reduce, en efecto, los costes de la cultura. Pero, en ¨²ltima instancia, ese abaratamiento acaba por reducir las opciones financieras de los creadores no populistas a dos o tres variantes del muy antiguo mecenazgo. Las verdaderas ganancias del nuevo proceso de difusi¨®n las recolectan los nuevos gatekeepers, los porteros de esas cancelas virtuales al Mundo Feliz de la transparencia.
A pesar de las limitaciones de una visi¨®n tan radical, y el descuido de otras aportaciones que ¡ªcomo bien se?ala Wu¡ª, Taylor pasa por alto, The People¡¯s Platform es un buen ejemplo del descontento de cierta elite que en muchos pa¨ªses desarrollados prefiere tomar distancia del gregarismo digital. Aunque incluso en an¨¢lisis tan dr¨¢sticos como el suyo, tenemos la impresi¨®n de que las preguntas se quedan en la superficie; conciernen m¨¢s a los s¨ªntomas que al epicentro de la decadencia intelectual que se busca enjuiciar: la degradaci¨®n consentida del ¨¢nimo cr¨ªtico que anta?o defini¨® al estamento intelectual.
M¨¢s que la continuidad disfrazada bajo las apariencias del Nuevo Orden, o la irresuelta compatibilidad de arte y comercio tras las promesas de democracia online, lo realmente preocupante deber¨ªa ser la indiferencia con que un cambio de legitimidad ha tenido lugar ante nuestros ojos. Que el nuevo modelo de ¨¦xito cultural, a todos los niveles, se asocie a cierto ¡°estatus viral¡± es s¨®lo una consecuencia m¨¢s de la reducci¨®n del esp¨ªritu cr¨ªtico al consenso de followers, likers y opinadores de obviedades. Es en la soberbia intelectual de las ¨²ltimas dos d¨¦cadas donde hay que buscar las causas de esa rendici¨®n ante la Red y sus par¨¢metros de triunfo, inseparables de una abigarrada pedacer¨ªa sentimental y del buenismo monocorde que domina el pensamiento del mundo adolescente.
All¨ª donde una modernidad cr¨ªtica a¨²n pod¨ªa dialogar con sus propios v¨¦rtigos desde la caricaturesca figura del intelectual como rebelde perpetuo, la Nueva Era instituye la sustituci¨®n del lado negativo de toda dial¨¦ctica por una ilusoria exigencia de transparencia y participaci¨®n. Para que algo llegue a ser transparente, advierte el fil¨®sofo Byung-Chul Han, debe primero alisarse, allanarse, reducirse a cierta operatividad. Lo cual implica, por supuesto, despojarlo de su car¨¢cter singular. El triunfo arrollador del paradigma de los nuevos medios digitales y su pretendido esp¨ªritu libertario es parte de ese desmontaje de lo negativo, de un rampante don't be evil convertido en rasero universal.
Se acepta, de manera ingenua, que m¨¢s informaci¨®n equivale a
mejores decisiones
En demasiadas zonas de esa suma de plataformas llamada ¡°cultura digital¡± se busca simplificar, allanar, exonerarnos de cualquier posible malentendido o dramatismo; se avasalla la impermeabilidad radical de lo humano, la necesidad de un resquicio solo para s¨ª, de esas ¡°esferas en las que el alma pueda estar en s¨ª misma sin la mirada del otro¡± (Han). Y todos estos procesos ocurren dentro de una suerte de cornucopia digital, de confianza ciega en la sobreabundancia de ¡°contenidos¡± y la subsiguiente sacralizaci¨®n de los datos. Big Data es uno de los nombres de ese popular equ¨ªvoco. Dentro del acomodo rentabilizado por un auge sin precedentes de la publicidad, se acepta, de manera demasiado ingenua, que m¨¢s informaci¨®n equivale siempre a mejores decisiones.
Del absoluto simplismo de este pensamiento que consagra el exceso de informaci¨®n s¨®lo me interesa ahora apuntar un efecto colateral: en esa sobreabundancia se sacrifica a veces el lugar de la intuici¨®n, que es justo aquello que va m¨¢s all¨¢ de la informaci¨®n disponible, que opera sin esclavizarse al Dato.
La propuesta de un movimiento hacia una ¡°cultura sostenible¡±, as¨ª como otros recientes gestos libertarios que cuestionan el entramado digital, no pasan de ser intentos de reciclar las viejas utop¨ªas sociales que nutr¨ªan a una Izquierda erosionada. Pero todas estas reacciones nos alertan de que los ideales de transparencia y participaci¨®n no son suficientes si se quiere construir una cultura m¨¢s duradera y provechosa.
En Examined Life, el documental que Astra Taylor dirigi¨® en el 2008, hay una escena que ilustra una forma de resistencia ante la conversi¨®n de la cultura en plataforma colectiva. La realizadora entrevista a Cornel West (¡°un jazzista en el mundo de las ideas¡±) dentro de un taxi que recorre Manhattan. Desde ese extra?o p¨²lpito en movimiento, el profesor habla con elocuencia sobre la b¨²squeda de la verdad como forma de vida y no como un conjunto de proposiciones que se adecuan a alguna Verdad con may¨²sculas. El verdadero fil¨®sofo busca un conocimiento capaz de permitir, como ped¨ªa Adorno, ¡°que el sufrimiento hable¡±. Seguir el imperativo socr¨¢tico que da t¨ªtulo al documental (Una vida sin examen no merece ser vivida) significa buscar una Verdad que lleva en s¨ª misma su negatividad: no hay que saberlo todo, lo que importa es seguir el tortuoso camino del pensar con la disposici¨®n que define una frase de Yeats: ¡°Hace falta m¨¢s valor para examinar las esquinas oscuras de la propia alma que el de un soldado en un campo de batalla¡±.
Nada m¨¢s lejano de ese coraje que la aceptaci¨®n de una Verdad digital identificada con la transparencia, la inmanencia o la hipervisibilidad. Y nada tan ilusorio.
Ernesto Hern¨¢ndez Busto es ensayista (premio Casa de Am¨¦rica 2004). Desde 2006 edita el blog PenultimosDias.com. Su pr¨®ximo libro: La ruta natural (Vaso Roto, 2015).
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