Corrupci¨®n como quiebra del Estado
La crisis nos ha abierto los ojos antes cerrados, o condescendientes, al maridaje de mercado y pol¨ªtica, causa y raz¨®n de la p¨¦rdida de legitimidad del Estado democr¨¢tico en cuanto art¨ªfice y defensor del bien p¨²blico
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"Lo que fue, eso ser¨¢¡±, dec¨ªa el Cohelet, hijo de David, rey de Israel: ¡°Lo que ya se hizo, eso es lo que se har¨¢; no se hace nada nuevo bajo el sol. Hasta una cosa de la que dicen: mira, esto es nuevo, aun ¨¦sa ya fue en los siglos anteriores a nosotros¡±. La naturaleza humana, que dicen otros, o la fuerza de las cosas: cuando se trata de dinero y de poder o, m¨¢s bien, de las tramas tejidas entre dinero y poder, lo que hemos visto, eso mismo es lo que vemos y veremos. Y lo que hemos visto desde que perdimos la inocencia es corrupci¨®n, que durante largos a?os ha campado por sus respetos sin temor a que una reacci¨®n airada de la opini¨®n p¨²blica hiciera morder el polvo a los corruptos: saberlo todo de las tramas de corrupci¨®n no ha impedido que los partidos de ellas responsables repitieran mayor¨ªa absoluta en convocatorias electorales.
Esto ha sido as¨ª porque la red de relaciones establecidas entre pol¨ªtica y dinero ha resultado en Espa?a durante las ¨²ltimas tres o cuatro d¨¦cadas, en suma, positiva para ambos. El pol¨ªtico, con el dinero procedente de comisiones o directamente detra¨ªdo a las arcas p¨²blicas, incrementaba su poder al consolidar y ampliar sus clientelas, mientras el hombre o la mujer de negocios, con las concesiones de obras o los encargos de festejos y otras bagatelas, garantizaba un buen trozo de esa tarta que era el mercado en continua expansi¨®n. Nada perturbaba esa relaci¨®n, ni que ocultaran sus ganancias al fisco ni que sobornaran o exigieran comisiones o que se condujeran como nuevos ricos: el poder pol¨ªtico, trabado con el poder del dinero, ya atender¨ªa a regularizar cualquier situaci¨®n o a ocultarla.
Para que la trama perversa de poder y dinero, de pol¨ªtica y mercado, engordara sin tasa a resguardo de la mirada p¨²blica e impune ante la justicia se necesitaban dos requisitos. En democracia, la representaci¨®n pol¨ªtica, el Parlamento, es solo una de las columnas de una forma de Estado que se sostiene adem¨¢s en el poder neutro o no partidista de la Administraci¨®n. Si los diputados renuncian a su poder como representantes de la sociedad y se convierten en mera caja de resonancia del Gobierno y si el enchufismo, el nepotismo o cualquier otra forma de clientelismo estragan la Administraci¨®n, entonces el ejercicio de la representaci¨®n se pervierte y sus sujetos se convierten en representantes, no de los ciudadanos sino de la c¨²pula de sus respectivos partidos; y si el poder administrativo se atomiza y desmorona por intromisi¨®n de enchufados y nepotes, los funcionarios se ven relegados a vagar por los pasillos, incapaces de cumplir sus tareas, entre ellas, principalmente, las de control e inspecci¨®n.
Si el poder administrativo se llena de enchufados, los funcionarios dejan de cumplir sus tareas
Mal que nos pese, as¨ª han funcionado las cosas en el maridaje de mercado con democracia, no solo en Espa?a, pero aqu¨ª de forma aparatosa por la reci¨¦n estrenada condici¨®n de potentados y por cierta propensi¨®n a la ostentaci¨®n y al despilfarro, desde que en la d¨¦cada de 1980 se consum¨® la reconquista de hegemon¨ªa del neoliberalismo sobre la socialdemocracia. La corrupci¨®n, de la que ya en 1994, con Gobiernos socialdem¨®cratas, se pod¨ªan elaborar certeros diagn¨®sticos como el que escribi¨® Javier Pradera (Corrupci¨®n y pol¨ªtica, ahora publicado sin perder ni un ¨¢pice de actualidad), acab¨® por inundarlo todo con la llegada de los neoliberales al poder. Los cantos a la eficiencia de los mercados y la irresponsable convicci¨®n de que el crecimiento del capital, liberado de regulaciones estatales, ser¨ªa perpetuo, se sumaron al desprecio de todo lo p¨²blico en una desbocada carrera hacia la privatizaci¨®n de los bienes comunes. Quedaban tantas autopistas y tantos kil¨®metros de AVE por construir, tantos aeropuertos por inaugurar, tantas urbanizaciones por levantar al borde del mar, que los Gobiernos pod¨ªan lanzarse a pol¨ªticas expansivas que, adem¨¢s de afianzar en el poder al partido de turno, el PP primero, luego el PSOE, alimentar¨ªan sin fin las redes clientelares que hac¨ªan las veces de una especie de Administraci¨®n paralela ocupada por gentes de confianza de los partidos.
Pero, de pronto, lo que se agazapaba tras el p¨²dico nombre de econom¨ªa social de mercado revel¨® su verdadero rostro: el capital, que hab¨ªa desaparecido de la ret¨®rica socio-pol¨ªtica de los a?os de reconstrucci¨®n de la larga posguerra mundial, volvi¨® por sus fueros de la manera que desde su origen lo ha caracterizado: con una crisis devastadora, que hizo buena una vez m¨¢s la dram¨¢tica predicci¨®n del ut¨®pico Robert Owen: si se deja que la econom¨ªa de mercado evolucione seg¨²n sus propias leyes, solo se provocar¨¢n grandes y permanentes males. Y ha sido la brutal crisis del capitalismo financiero unida a la incapacidad del Estado democr¨¢tico, previamente vaciado de su sustancia representativa y administrativa, para hacerle frente, lo que ha provocado unos movimientos sociales que recuerdan a aquellas formas de autoprotecci¨®n de la sociedad que Karl Polanyi teoriz¨® como causas de la gran transformaci¨®n del capitalismo salvaje del laissez-faire, cuando todo se degrad¨® a la condici¨®n de mercanc¨ªa hasta que los obreros de f¨¢brica, con sus organizaciones de clase, y las clases medias que accedieron por la conquista del sufragio universal al poder pol¨ªtico, frenaron la destrucci¨®n colocando las bases del Estado de bienestar.
Vivida entre nosotros como explosi¨®n de la gran burbuja, la crisis financiera global que ha sacudido por en¨¦sima vez los cimientos del capitalismo, adem¨¢s de suscitar esos movimientos sociales de defensa o protecci¨®n de bienes comunes ¡ªsanidad, educaci¨®n, pensiones¡ª, ha tenido el efecto de volver insoportable nuestra vieja corrupci¨®n. Y no porque la corrupci¨®n haya sido la ¨²nica responsable de los efectos devastadores de la crisis, sino porque la bofetada que la crisis nos ha propinado ha sido tan sonora que nos ha abierto los ojos antes cerrados, o condescendientes, al maridaje de mercado y pol¨ªtica, causa y raz¨®n de la p¨¦rdida de legitimidad del Estado democr¨¢tico en cuanto art¨ªfice y defensa del bien p¨²blico: el Parlamento no ha representado a la sociedad, la Administraci¨®n no ha controlado la corrupci¨®n.
Cuando la econom¨ªa de mercado evoluciona seg¨²n sus leyes solo se provocan grandes males
?Qu¨¦ hacer? Es claro que no se puede reconstruir la democracia del Estado sin la libertad del mercado. Los proyectos de sustituir mercado y Estado por un nuevo Leviat¨¢n elevado sobre las espaldas del pueblo-todo-entero han sucumbido dejando a sus espaldas una estela de barbarie y desolaci¨®n: mal consuelo es, y maldita la gracia, repetir que el comunismo ha sido hist¨®ricamente una v¨ªa cruel y despiadada hacia el capitalismo y fabular con la historia de que el socialismo realmente existente no era, en verdad, el comunismo, que seguir¨ªa in¨¦dito. Quienes hemos perdido, o nunca hemos cultivado, la m¨ªstica del viejo bolchevique de la que presume Slavov Zizek, no podemos ni imaginar siquiera una ¡°hip¨®tesis comunista¡± elaborada a partir de la consigna leninista de ¡°comenzar una vez y otra desde el principio¡±: eso queda para los revolucionarios de c¨¢tedra, o de sal¨®n, que vienen a ser los mismos.
Estado y mercado, qu¨¦ remedio, pero con una condici¨®n: impedir que el mercado ¡ªde verdadero nombre, el capital¡ª destruya, adem¨¢s de la sociedad, arrasando los bienes comunes, la democracia, convirtiendo al Estado en su chico de los recados. Tarea ingente, sin duda, que en los tiempos del capitalismo global excede con mucho el poder de cualquier Estado. Pero mientras surge un poder pol¨ªtico interestatal capaz de meter en vereda al capitalismo financiero, rapaz y predador, de nuestro tiempo, pod¨ªamos empezar por arreglar nuestra propia casa, limpi¨¢ndola de corrupci¨®n. Y para eso no se necesita ninguna regeneraci¨®n, sino instituciones de Estado que en verdad representen a los ciudadanos y que vigilen, controlen y penalicen las pr¨¢cticas corruptas que fatalmente germinan en los intersticios del mercado y la pol¨ªtica. ?Por qu¨¦ no empezar dotando a la Fiscal¨ªa Anticorrupci¨®n de los medios t¨¦cnicos y administrativos necesarios para cumplir sin dilaciones su tarea? La Fiscal¨ªa cuenta, seg¨²n su ¨²ltima memoria, con una unidad de Polic¨ªa Nacional de 11 miembros y otra de la Guardia Civil de 10. Dado el creciente n¨²mero de casos al que se enfrenta bien pod¨ªamos multiplicar por tres o cuatro esos contingentes. A lo mejor, comenzando por ah¨ª, tenemos la dicha, pace el Eclesiast¨¦s, de ver por una vez en la vida algo nuevo bajo el sol: que en Espa?a (Catalu?a, con perd¨®n, incluida) la corrupci¨®n ha dejado de ser el pan nuestro de cada d¨ªa.
Santos Juli¨¢ es profesor em¨¦rito de la UNED.
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