El Congreso de Viena como inspiraci¨®n
Los que quieren crear un nuevo orden mundial har¨ªan bien en repasar la historia
Hace doscientos a?os, el 25 de septiembre de 1814, el zar de Rusia Alejandro I y Federico Guillermo III, el rey de Prusia, fueron recibidos a las puertas de Viena por el emperador austriaco Francisco I. El inicio del Congreso de Viena marc¨® el comienzo del periodo de paz m¨¢s largo que Europa tuvo en siglos. Entonces, ?por qu¨¦ el aniversario de este acontecimiento ha sido casi totalmente ignorado?
En verdad, el Congreso de Viena es visto principalmente como un punto que marca la victoria de las fuerzas reaccionarias de Europa tras la derrota de Napole¨®n. Sin embargo, teniendo en cuenta la creciente confusi¨®n global de hoy d¨ªa ¡ªpor no decir caos¡ª, no estar¨ªa de m¨¢s sentir una nostalgia rom¨¢ntica a lo Marcel Proustpor ese congreso. Despu¨¦s de todo, all¨ª se llev¨® a cabo una reuni¨®n que, a trav¨¦s de duras, pero exitosas negociaciones, restableci¨® el orden internacional despu¨¦s de los trastornos causados por la Revoluci¨®n Francesa y las guerras napole¨®nicas. ?Podr¨ªamos aplicar, hoy en d¨ªa, alguna de las lecciones que dicho congreso nos dej¨®?
Para responder a esta pregunta, no solo debemos considerar el Tratado de Viena de 1815, sino tambi¨¦n la paz de Westfalia de 1648 y el tratado de Versalles de 1919, ya que cada uno de estos acontecimientos, a su manera, puso fin a un cap¨ªtulo sangriento de la historia de Europa.
Los tratados firmados en 1648 dieron fin a casi un siglo de guerras religiosas, al consagrar el principio de cuius regio, eius religio (¡°la religi¨®n del rey es la del reino¡±). El Congreso de Viena restableci¨® el principio del equilibrio de poder, sobre la base de la creencia que se?ala que todas las partes comparten un inter¨¦s com¨²n que trasciende a sus respectivas ambiciones. Y restableci¨® el concierto de las naciones, que durante dos generaciones detuvo el revisionismo territorial e ideol¨®gico vividos desde 1789 a 1815. Por el contrario, el tratado de Versalles, que fue un acuerdo demasiado duro para ser cumplido y demasiado d¨¦bil para forzar su cumplimiento, allan¨® el camino para la II Guerra Mundial.
Ya no tenemos l¨ªderes de la talla de Metternich, Castlereagh, Alejandro I y Talleyrand
De los tres tratados, el producido por el Congreso de Viena nos ayuda a entender la especificidad de nuestras condiciones actuales. En Viena, las potencias europeas reforzaron sus sentimientos de pertenencia a una familia grande y unificada por los or¨ªgenes aristocr¨¢ticos comunes de sus diplom¨¢ticos.
Por supuesto, en la actualidad no se puede ambicionar la recreaci¨®n de ese mundo (o restablecer un anacr¨®nico orden westfaliano de separaci¨®n religiosa). M¨¢s bien la ambici¨®n debe ser dise?ar un nuevo orden basado en diferentes supuestos. De hecho, una de las claves de nuestro actual desorden mundial es que, a diferencia de lo ocurrido en el Congreso de Viena ¡ªo, para el caso, lo que ocurri¨® con los participantes en la paz de 1648¡ª, los principales actores del sistema internacional no est¨¢n unidos por una voluntad com¨²n de defender el statu quo.
Los principales actores se dividen en tres categor¨ªas: los revisionistas abiertos, como Rusia y el Estado Isl¨¢mico; los que est¨¢n dispuestos a luchar para proteger un m¨ªnimo de orden, como Estados Unidos, Francia y Reino Unido; y los Estados ambivalentes ¡ªincluy¨¦ndose entre ellos a actores regionales clave en Oriente Pr¨®ximo como Turqu¨ªa e Ir¨¢n¡ª, cuyas acciones no coinciden con su ret¨®rica.
En un contexto tan dividido, la alianza de ¡°moderados¡±, creada por el presidente Barack Obama para derrotar al Estado Isl¨¢mico ¡ªun grupo que incluye a Arabia Saud¨ª, Qatar y los Emiratos ?rabes Unidos¡ª, es d¨¦bil, en el mejor de los casos. Es probable que una coalici¨®n multicultural sea un requisito para llevar a cabo una acci¨®n militar leg¨ªtima en Oriente Pr¨®ximo; el dilema es que, a menos que la coalici¨®n regional de Obama se ampl¨ªe considerablemente, el entusiasmo de los actuales aliados por apoyar una intervenci¨®n militar estadounidense probablemente va a disminuir con rapidez.
O tal vez algo as¨ª como la ¡°hegemon¨ªa bipolar¡± de Reino Unido y Rusia despu¨¦s del a?o 1815 (aunque otros actores como Austria, Prusia y Francia s¨ª ten¨ªan su importancia) podr¨ªa ser reconstituida, con EE UU y China sustituyendo a Reino Unido y Rusia en dicho esquema. Este parece ser el m¨¢ximo sue?o de Henry Kissinger ¡ªun sue?o que uno puede vislumbrar en su libro m¨¢s reciente, titulado Orden mundial: reflexiones sobre el car¨¢cter de las naciones y el curso de la historia¡ª.
Pero ?podemos depender de la realizaci¨®n de ese sue?o? En momentos en que nos enfrentamos a la expansi¨®n de Rusia y al extremismo de matones mesi¨¢nicos, las lecciones del congreso de Viena pueden parecer distantes e irrelevantes. Sin embargo, una es obvia: los Estados tienen intereses comunes que deben priorizarse por encima de cada una de las prioridades nacionales.
China, India y Brasil son participantes interesados en el sistema mundial, lo que significa que ellos, tambi¨¦n, necesitan un m¨ªnimo de orden. Pero eso implica que ellos tambi¨¦n contribuyen al mantenimiento de dicho orden. Los intereses de China, por ejemplo, quedar¨ªan mejor honrados sin el enfrentamiento de Rusia contra Estados Unidos, sino con la opci¨®n de comprometerse con el orden, en vez de tomar partido por el desorden.
Una reuni¨®n de los equivalentes modernos de Metternich, Castlereagh, Alejandro I y Talleyrand ser¨ªa tambi¨¦n un sue?o: pero no hay ning¨²n l¨ªder de esa talla. Sin embargo, al confrontar el creciente desorden y la escalada de la violencia de hoy en d¨ªa, los dirigentes que tenemos en la actualidad har¨ªan bien si se inspiraran en sus antepasados, quienes, doscientos a?os atr¨¢s, abrieron el camino a casi un siglo de paz.
Dominique Moisi es profesor del Institut d¡¯?tudes Politiques de Par¨ªs (Sciences Po), asesor superior en el Instituto Franc¨¦s de Asuntos Internacionales (IFRI) y profesor visitante en el King¡¯s College de Londres.
? Project Syndicate, 2014.
Traducido del ingl¨¦s por Roc¨ªo L. Barrientos.
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