La casa chilena
Por su geograf¨ªa y destino hist¨®rico, el pa¨ªs andino est¨¢ obligado a ser sobrio y equilibrado
Hace ya largos a?os, visit¨¦ a Ernesto Sabato, el gran escritor de Sobre h¨¦roes y tumbas y de tantas otras cosas, en su casa de los alrededores de Buenos Aires. Conversamos con tranquilidad, sin agenda de ninguna especie, de esto y aquello. En una etapa de la conversaci¨®n, Sabato, sin segundas intenciones, con naturalidad, me pregunt¨® por la diferencia entre Chile y Argentina. Por qu¨¦ Chile era m¨¢s ordenado, m¨¢s ortodoxo en sus soluciones econ¨®micas, m¨¢s previsor que Argentina. Porque Chile, dije, si no recuerdo mal, es un pa¨ªs m¨¢s dif¨ªcil, que est¨¢ obligado a extraer sus riquezas del fondo de la tierra o del mar, y que est¨¢ sometido, adem¨¢s, a cat¨¢strofes naturales constantes. Los chilenos est¨¢n obligados, por su geograf¨ªa, por su destino hist¨®rico, a ordenarse y a trabajar bien para subsistir. Los argentinos, en cambio, pueden descansar en una hamaca mientras el ganado engorda.
No est¨¢bamos en un foro p¨²blico de economistas y tecn¨®cratas. Est¨¢bamos en una mesa amable, de jard¨ªn, frente a tazas de caf¨¦. Sabato movi¨® la cabeza y dijo que en una casa rica, como Argentina, los j¨®venes pod¨ªan dispersarse un poco, salir de farra por ah¨ª, sin mayores consecuencias, y que en una casa pobre, por el contrario, todos estaban obligados a trabajar y a participar en los gastos. Eran teor¨ªas de sobremesa, si quieren ustedes, pero que implicaban una visi¨®n de realidades sociales. Estoy convencido de que Chile es y ha sido siempre un pa¨ªs dif¨ªcil, que plantea enormes desaf¨ªos: de agricultores, pero tambi¨¦n de mineros que arriesgan y apuestan, que se encaraman en terrenos escarpados, de navegantes, de exploradores. Hasta los poetas han sido, a su manera, hombres de trabajo y de riesgo, emprendedores en los terrenos de la palabra. Me acuerdo de Pablo Neruda en las madrugadas de Isla Negra, en pleno invierno, izando su bandera, partiendo de compras a El Tabo, y me imagino a Gabriela Mistral a la cabeza de sus liceos, a Pedro Prado en sus construcciones y en sus tierras, a Mariano Latorre en sus clases universitarias, sin lloriquear en ning¨²n minuto, a Baldomero Lillo en las escriban¨ªas de las minas.
Tenemos que perseverar y actuar con cuidado, con inteligencia, pero tambi¨¦n con fuerte pragmatismo, en todos los terrenos
En m¨¢s de alg¨²n sentido, Chile ha tenido que ser, por su historia misma, un pa¨ªs ordenado, razonable, equilibrado, sobrio, que desconf¨ªa de los experimentos exagerados, que puede caer en per¨ªodos de euforia y hasta de utopismo, pero que recupera su sabidur¨ªa habitual, con una chispa de humor, bastante pronto. Es por eso que hemos tenido algunos economistas inteligentes, bastantes empresarios pragm¨¢ticos, ajenos a las luces de la sociedad del espect¨¢culo, y una clase obrera de reconocida calidad. Hubo grandes cabezas pol¨ªticas en tiempos mejores, y no me dedico a la tarea ingrata de criticar los actuales, pero si estudiaran m¨¢s a sus grandes antecesores, a un Pedro Aguirre Cerda, a un Manuel Montt o un An¨ªbal Pinto, no les har¨ªa ning¨²n da?o. No hablemos, por ahora, de la conducta de los chilenos en sus guerras y en sus guerras internas. Es un tema escabroso y de furiosa actualidad. Hubo reacciones equivocadas, actos odiosos y extremos, pero es probable que la sobriedad de fondo y el sentido chileno de las proporciones hayan permitido, en el balance final, una salida pac¨ªfica, en el fondo consensuada, del conflicto.
En el terreno internacional, Chile proyecta la imagen de un pa¨ªs peque?o pero inteligente, confiable, que se desarrolla con paso relativamente firme. Los grandes escritores, artistas, pensadores, ayudan a mantener este prestigio, pero las cifras de la econom¨ªas, de la educaci¨®n, del empleo, tambi¨¦n son esenciales. Esto significa que tenemos que perseverar y actuar con cuidado, con inteligencia, pero tambi¨¦n con fuerte pragmatismo, en todos los terrenos. Por ejemplo, hemos tenido problemas hist¨®ricos con todos nuestros pa¨ªses vecinos, pero nuestra diplomacia, en l¨ªneas generales, ha sido bastante eficaz y correcta. De repente se produce un exabrupto e incluso una metida de pata seria, porque nos falta profesionalismo, no hemos conseguido organizar todav¨ªa un servicio exterior eficiente y moderno, como lo demuestra el episodio reciente de nuestra embajada en Montevideo, ejemplo de manejo torpe, no convincente para nadie, de verborrea in¨²til, pero salimos de estos episodios con dos recursos: mirar para el lado y difundir los actos de contrici¨®n. Es decir, nos movemos entre la hipocres¨ªa y el arrepentimiento, y seguimos cabalgando.
Existen toneladas de mediocridad, pero la casa chilena sigue ordenada, hospitalaria. Se presentan de cuando en cuando algunos termoc¨¦falos rabiosos, algunos encapuchados que lanzan piedras en lugar de abrir sus libros de estudios, pero la cordura termina por dominar. Si la conciencia de nuestro destino y de nuestras posibilidades como pa¨ªs fuera m¨¢s clara, perder¨ªamos menos tiempo, pero estamos obligados a avanzar entre ensayos, errores, arrepentimiento, rectificaciones. Y si apuramos el paso, tropezamos en forma inevitable.
Jorge Edwards es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.