La telara?a
No es dif¨ªcil imaginar el desastre que sobrevendr¨ªa si la Red se colapsa y nos dejara incomunicados: regresar¨ªamos a 1980. Pese a todo, deber¨ªamos ver las bondades de Internet con un saludable escepticismo
El que bautiz¨® Internet como la telara?a (web, en ingl¨¦s) entend¨ªa perfectamente el fen¨®meno. WWW son las iniciales de World Wide Web, tres palabras que quieren decir, literalmente, ¡°telara?a mundial¡±. Su traducci¨®n al espa?ol, ¡°la Red¡±, tiene menos malicia porque que la red atrapa, pero tambi¨¦n soporta y protege, e incluso puede salvarnos de una ca¨ªda. En cambio, la web, si no es uno ara?a, simplemente atrapa.
No es dif¨ªcil imaginar el desastre que sobrevendr¨ªa si un d¨ªa la Red se colapsa y nos deja a todos incomunicados, sin esos servicios a los que, durante los ¨²ltimos a?os, nos hemos acostumbrado. ?Qu¨¦ har¨ªamos si sobreviene ese temible apag¨®n, si nos qued¨¢ramos sin el apoyo de los servicios que ofrece la Red? De la telara?a depende hoy casi todo y si se colapsara regresar¨ªamos de golpe a 1980, a sacar dinero los viernes en la ventanilla del banco, a escribir cartas y a dictar telegramas, a echar mano del plano de papel para encontrar una calle, y a hacer cola en las dependencias del Gobierno para preguntar esas minucias que hoy consultamos c¨®moda y velozmente en Internet. Nada demasiado grave, en realidad; estamos atrapados en la telara?a y aunque todav¨ªa podemos sobrevivir sin ella, nuestra dependencia crece todos los d¨ªas y en el futuro cercano, cuando los servicios y los suministros, el ocio, el sistema nacional de salud y absolutamente todo est¨¦ conectado a la Red, el colapso ser¨¢ un aut¨¦ntico desastre.
Es verdad que la Red nos facilita la vida, como tambi¨¦n es verdad que nos ha vuelto dependientes de ella; por su intricada ret¨ªcula circulan los elementos que nos identifican, que nos hacen esa persona que somos y no otra, datos personales como los n¨²meros de la seguridad social o los de la tarjeta de cr¨¦dito, las contrase?as y las cartas de amor, las fotograf¨ªas, las multas de tr¨¢nsito y los resultados de un examen m¨¦dico que nos practicaron recientemente. Hoy para hundir a un pol¨ªtico, a un empresario o a un futbolista, basta husmear en la cauda inform¨¢tica que va dejando en la Red y, como se trata de una telara?a, es muy dif¨ªcil borrar todos los rastros. Hay una multitud que tiembla ante la posibilidad de que aparezca una filtraci¨®n que desvele un fraude, una confidencia comprometida o bochornosa, un cuerpo desnudo, como acaba de suceder con Jennifer Lawrence y otras actrices, que subieron c¨¢ndidamente sus fotograf¨ªas ¨ªntimas a la nube, porque les hab¨ªan dicho, como a todos, que ah¨ª la intimidad estaba completamente a salvo, hasta que un d¨ªa, inopinadamente, dej¨® de estarlo. ?La nube? Otro problema de nomenclatura: ?a qui¨¦n se le ocurre quejarse de las filtraciones de una nube?, ?no son las nubes porosas por naturaleza?
?A qui¨¦n se le ocurre quejarse de las filtraciones de una nube?, ?no son las nubes porosas?
En esta era de la transparencia, en la que buena parte de nuestra intimidad circula por fibra ¨®ptica, deber¨ªamos preguntarnos si no hemos sido muy ingenuos al hipotecarnos de esa manera, al ceder toda esa informaci¨®n personal y dejar que corra por la telara?a, o que se almacene en la nube porosa. Y deber¨ªamos preguntarnos esto porque precisamente ahora se dise?a en California, en Silicon Valley, en esa nueva Jerusal¨¦n de donde vienen hoy todos los milagros, el siguiente cap¨ªtulo que ya contempla, desde ahora, la invasi¨®n integral del usuario, una invasi¨®n que puede ser positiva, pero a la que hay que enfrentar desde la distancia y el escepticismo. Cuando hablo de nuestra ingenuidad y de la forma en que hemos cedido toda esa informaci¨®n personal a la oscura telara?a, tengo en cuenta que en realidad no hemos cedido nada, todo ha sucedido con una desconcertante normalidad, de buenas a primeras nos hemos encontrado integrados a la Red, irremediablemente atrapados por la telara?a mundial, como si se tratara de un fen¨®meno natural que va evolucionando, y no del resultado de una cadena de inventos que, basados en la ilusi¨®n de innovar pero, sobre todo, en el r¨¦dito que estos producen, desarrolla desde hace a?os un grupo de empresarios californianos.
En la Red circula ya nuestra intimidad, nuestros datos, la correspondencia personal, nuestras preferencias musicales y los peri¨®dicos que leemos, la edad de nuestros hijos y las vacunas que le ha puesto el veterinario a nuestro perro. A toda esta intimidad ya expuesta se sumar¨¢, muy pronto, la intimidad de nuestro interior, como explicar¨¦ a continuaci¨®n. En los laboratorios experimentales de Google (Google X) se trabaja, seg¨²n se ha publicado recientemente en la prensa inglesa, en unas p¨ªldoras rellenas de nano-part¨ªculas met¨¢licas que, al penetrar en el torrente sangu¨ªneo, ir¨¢n ¡°pintando¡± las c¨¦lulas que presenten alguna anomal¨ªa y esta informaci¨®n, que provendr¨¢ de nuestra intimidad m¨¢s rec¨®ndita, ser¨¢ recogida por una pulsera que indicar¨¢ al paciente, y a su m¨¦dico que, en el mejor de los casos, monitorear¨¢ desde su consultorio, si goza de buena salud o si se aproxima un c¨¢ncer o un infarto.
Para hundir a un pol¨ªtico o a un futbolista basta con husmear en la cauda inform¨¢tica que deja
Se trata, sin duda, de un salto gigantesco en el diagn¨®stico de enfermedades que redundar¨¢ en su curaci¨®n; las p¨ªldoras y la pulsera mejorar¨¢n, desde luego, nuestra calidad de vida, pero tambi¨¦n nos pondr¨¢n a las puertas de la exposici¨®n absoluta, en ese momento imp¨²dico en que nuestros datos ¨ªntimos ir¨¢n corriendo a la par que los datos de nuestro interior: el n¨²mero de la Visa y el porcentaje de sedimentaci¨®n que tiene el tarjetahabiente en el colon, ir¨¢n viajando simult¨¢neamente por el mismo fil¨®n de fibra ¨®ptica. Vamos rumbo a la transparencia total, a la exhibici¨®n permanente por fuera y por dentro y, como las nuevas tecnolog¨ªas relacionadas con la salud tienden a la autogesti¨®n, ya se puede ir calculando lo que puede pasar.
Todo est¨¢ listo para dar el siguiente paso, la sociedad occidental vive ya obsesionada por la salud, el deporte y la comida sana tienen hoy un prestigio religioso y los agentes da?inos como la cafe¨ªna, la nicotina o el alcohol, son vistos cada vez con m¨¢s recelo, y en este ambiente salut¨ªfero que reina en el siglo XXI, la autoexploraci¨®n interior tendr¨¢ un ¨¦xito incontestable. Imaginemos un hombre que vive muy pendiente de su salud, y que una ma?ana se toma las p¨ªldoras y lee el resultado en la pulsera que tiene en la mu?eca; el hombre encuentra que est¨¢, de momento, sano, pero esto no quiere decir que en la noche, cuando regrese de la oficina, siga as¨ª, todo puede torcerse, como bien se sabe, en el pr¨®ximo minuto y lo m¨¢s conveniente para este hombre hipot¨¦tico del futuro inmediato ser¨¢ ingerir otras p¨ªldoras de Google, para comprobar que sigue sano y as¨ª poder conciliar tranquilamente el sue?o.
Pero la transparencia interior no solo generar¨¢, adem¨¢s de sus muy evidentes bondades, una vigilancia hist¨¦rica de la propia salud, sino tambi¨¦n una serie de aplicaciones pr¨¢cticas que merecen una reflexi¨®n: en ese mundo nada lejano (de aqu¨ª a cinco a?os, calculan los de Google), en el que cada individuo se revisar¨¢ peri¨®dicamente el interior, ser¨¢ dif¨ªcil, por ejemplo, comprometerse sentimentalmente con alguien sin antes haber echado un vistazo a la salud de sus ¨®rganos, y la misma exploraci¨®n interior exigir¨¢n los bancos para conceder un pr¨¦stamo, o las compa?¨ªas de seguros para extender una p¨®liza, o las empresas para dar un empleo. La transparencia interior nos pondr¨¢ a las puertas de una nueva realidad, tendremos una vida m¨¢s saludable pero tambi¨¦n estaremos m¨¢s expuestos, seremos m¨¢s vulnerables, perderemos la parte de sombra y todo ser¨¢ de una cegadora claridad.
Las bondades y las ventajas de las p¨ªldoras de Google son muy evidentes, y es precisamente por eso, por el resplandor que produce esta evidencia, que deber¨ªamos mirar este invento revolucionario con un saludable escepticismo. A sabiendas, desde luego, de que esto no vamos a decidirlo nosotros y que un d¨ªa de estos, en el futuro pr¨®ximo, nos encontraremos usted y yo tom¨¢ndonos las p¨ªldoras de Google, como requisito para completar un tr¨¢mite en el banco o en la oficina. ?Cu¨¢nta transparencia resistir¨¢ nuestra intimidad antes de desvanecerse?
Jordi Soler es escritor.
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