Un beso
Mi identificaci¨®n con la 'Philae' es intensa, aunque yo he tardado m¨¢s a?os en llegar a la zona de sombra en la que vivo
Estos d¨ªas, antes de dormirme, acurrucado en la zona de sombra de mi cama, pienso en la sonda Philae, que ha ido a caer en la parte oscura de esa roca negra que recuerda a un tub¨¦rculo. Con los ojos cerrados, viajo imaginariamente hasta el cometa para observar el artefacto, que tiene el tama?o y la forma de una lavadora, aunque dispone de unas patas como de moscard¨®n metalizado. Ah¨ª est¨¢, m¨¢s solo que un perro perdido, en una grieta de esa patata an¨®mala a la que no llegan los rayos del Sol. La Philae tiene algo de bella durmiente tecnol¨®gica a la espera de un beso. El beso llegar¨¢, dicen sus creadores, cuando, en una de las evoluciones del tub¨¦rculo por el hondo espacio, se acerque al astro rey. Quiz¨¢ entonces se desplieguen como las alas de una mariposa sus paneles solares y sus entra?as se calienten produciendo, como en el viejo olmo de Machado, uno de esos milagros de la primavera. El milagro, en vez de traducirse en una rama verde, se manifestar¨¢ en se?ales digitales que decodificaremos a 500 millones de kil¨®metros, y de las que deduciremos nuevos datos sobre esa historia de terror que fue la formaci¨®n del sistema solar y la aparici¨®n espantada de nosotros mismos sobre la Tierra.
Mi identificaci¨®n con la Philae es intensa, aunque yo he tardado m¨¢s a?os en llegar a la zona de sombra en la que vivo que ella a la del 67P/Churyamov-Gerasimenco. La cuesti¨®n es que ambos esperamos el rayo de sol que nos ponga en marcha, que nos movilice y active. Entretanto, una y otro viajamos, ciegos, sordos y mudos, a bordo de sendas rocas que se mueven a velocidades siderales por la negrura inmensa de un universo incomprensible, lleno de planetas vac¨ªos y helados en los que las tormentas de aire levantan polvaredas de muerte.
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