Alegato por una reforma de la Constituci¨®n
Hace falta una mirada cr¨ªtica, pero no derogatoria, sobre un texto que es el resultado de un entendimiento hist¨®rico entre ciudadanos de un Estado en construcci¨®n. Y que nos devolvi¨® la convivencia en libertad

?No goza de buena fama la Constituci¨®n de 1978: en el mejor de los casos, se dice de ella que fue resultado de un compromiso ap¨®crifo, por haber aplazado a un incierto futuro la resoluci¨®n de los conflictos que divid¨ªan a las fuerzas pol¨ªticas en torno a las candentes cuestiones de distribuci¨®n territorial del poder; en el peor, se achaca la generalizaci¨®n de las autonom¨ªas y la negativa a acometer la construcci¨®n de un Estado federal al miedo a las guerras del pasado y a los sables del presente, a la obsesiva exterminaci¨®n de la memoria, a la renuncia o traici¨®n a los principios, a la persistencia o resabios del franquismo y otras lindezas por el estilo. El veredicto: una Constituci¨®n culpable de los males que aquejan hoy al Estado.
Para empezar por el principio, no estar¨ªa mal recordarnos tal como ¨¦ramos entonces. Por edad unos, y por experiencias pol¨ªticas acumuladas otros, la mayor¨ªa de quienes participaron en el debate constituyente de 1978 se sent¨ªan, y estaban, m¨¢s preocupados por edificar Estado que por construir naci¨®n. En verdad, a muchos de quienes nacimos poco antes o poco despu¨¦s de la Guerra Civil, la naci¨®n, por decirlo malamente y pronto, nos importaba una higa. Ah¨ªtos de la ¨²nica, cat¨®lica, verdadera naci¨®n espa?ola, vagamos durante a?os con hambre de Estado democr¨¢tico. Estado y valores correspondientes a la ciudadan¨ªa pol¨ªtica: libertad, democracia, garant¨ªa de derechos, justicia, nos importaban infinitamente m¨¢s que los valores atribuidos a la identidad nacional, cuando nacional calificaba a movimiento, no todav¨ªa a Assemblea de Catalunya.
Fue por eso, y por las solidaridades y amistades derivadas de los encuentros entre disidentes del r¨¦gimen y militantes de la oposici¨®n a partir de 1956 y, con m¨¢s frecuencia e intensidad, desde 1962, por lo que tras conocerse el resultado de las primeras elecciones generales, diputados que ven¨ªan de la derecha, la izquierda y el centro, se encontraron ante una oportunidad in¨¦dita en nuestra historia constitucional, la de entenderse como ciudadanos de un Estado en construcci¨®n m¨¢s que como miembros de una naci¨®n construida. De ah¨ª que los t¨¦rminos nacionalidad y autonom¨ªa no crearan ning¨²n problema a la gran mayor¨ªa de miembros de la ponencia ni de la comisi¨®n constitucional y que las presiones que llegaron de fuera del Parlamento, ni pocas ni livianas, no alcanzaran el grado de calor suficiente como para fundir un vocablo ¡ªautonom¨ªa¡ª directamente tra¨ªdo de la Constituci¨®n de la Rep¨²blica, y otro ¡ªnacionalidad¡ª incorporado por vez primera a una Constituci¨®n espa?ola.
Ciertamente, y en lo que a la construcci¨®n de Estado se refiere, los constituyentes s¨®lo acordaron los procedimientos que habr¨ªan de seguirse para dotar de instituciones a las provincias de similares caracter¨ªsticas hist¨®ricas, culturales y econ¨®micas que decidieran formar una comunidad aut¨®noma. Pero esta recuperaci¨®n del principio dispositivo republicano no tuvo nada que ver con el miedo o la desmemoria, sino con una antigua reivindicaci¨®n del derecho de las regiones y nacionalidades a la autonom¨ªa, de la que la oposici¨®n a la dictadura hizo su bandera. No era el Estado el que establec¨ªa y llenaba de contenido la autonom¨ªa de nacionalidades y regiones, sino estas las que ve¨ªan reconocido por el Estado una especie de derecho ancestral. Y porque ten¨ªan que responder a una diferente demanda de autonom¨ªa, los constituyentes no se plantearon siquiera proceder a una distribuci¨®n homog¨¦nea del poder al modo de los Estados federales, sino al modo que en Espa?a ya lo hab¨ªa intentado la Rep¨²blica con el llamado Estado integral.
Vivimos ya en un Estado federal, perfectible, con deficiencias de origen que es necesario arreglar
En la Rep¨²blica no hubo tiempo, pero s¨ª en la nueva democracia, de recorrer todo el camino y desarrollar todas las potencialidades del principio dispositivo. Tiempo y proyecto pol¨ªtico: desde la aprobaci¨®n de sus estatutos, las ¨¦lites pol¨ªticas y los gestores de la cultura dispusieron de un libre y continuado poder de Estado que ejercieron, con mayor o menor intensidad, al servicio de la construcci¨®n de identidades diferenciadas. Y ha sido esa pol¨ªtica, no la Constituci¨®n ni el sistema auton¨®mico finalmente alumbrado, la que nos ha tra¨ªdo al punto en que estamos y que, a la vista de los nuevos estatutos de autonom¨ªa promulgados en la primera d¨¦cada del siglo, podr¨ªa definirse como inversi¨®n radical de las preocupaciones que dieron origen a la Constituci¨®n: ahora, lo que nada importa es el Estado, aplicados como est¨¢n todos los poderes regionales a la construcci¨®n de naciones.
El desarrollo federativo del Estado auton¨®mico y esta inversi¨®n en la jerarqu¨ªa de las demandas pol¨ªticas reclama hace al menos una d¨¦cada una reforma de la Constituci¨®n, que no ha sido posible porque cada uno de los dos grandes partidos de ¨¢mbito estatal se empantan¨® en la pol¨ªtica suicida de da?ar la legitimidad de su adversario, comprometiendo de esta manera la suya propia. Ante la crecida de la pol¨ªtica de crispaci¨®n, el PSOE opt¨® por abandonar el proyecto reformista anunciado en la primera investidura del presidente Zapatero para lanzar de manera irresponsable una carrera de reformas de los Estatutos con el no disimulado prop¨®sito de modificar la Constituci¨®n por la puerta de atr¨¢s: si la Constituci¨®n se ha quedado estrecha, cambiemos los estatutos. En esa operaci¨®n, el principio dispositivo que hab¨ªa actuado en la puesta en marcha y consolidaci¨®n del sistema de las autonom¨ªas quem¨® sus ¨²ltimas reservas energ¨¦ticas hasta quedar no ya agotado, sino tirado al cubo de la basura.
Pero si del compulsivo orde?o del principio dispositivo no se puede extraer ni una gota m¨¢s de leche, si la construcci¨®n del Estado de las autonom¨ªas ha concluido y, a pesar de eso, la distribuci¨®n territorial del poder aparece hoy m¨¢s conflictiva que nunca, entonces es que hay que reformar el Estado. ?Convirtiendo el Estado auton¨®mico en un Estado federal? Vivimos ya en un Estado federal, perfectible, sin duda; con deficiencias de origen que es necesario arreglar, nadie lo discute; de un tipo especial, todos estamos de acuerdo; pero federal. No es en la ausencia de federalismo donde radica la cruz del problema, sino en el hecho de que en el Estado espa?ol conviven hoy malamente varias naciones, varias culturas y varias lenguas, una realidad nueva, resultado, no de la Constituci¨®n sino de las pol¨ªticas nacionalizadoras seguidas desde su promulgaci¨®n.
Encerrarse en la negaci¨®n absoluta de todo tipo de cambio es el mejor camino hacia el desastre
?Es posible un Estado que reconozca constitucionalmente este hecho nuevo? Un hombre sabio y, adem¨¢s, bueno, como lo era Juan J. Linz, respondi¨® hace a?os que s¨ª, que ¡°un Estado democr¨¢tico, multinacional, multicultural y multiling¨¹e es posible¡±. A condici¨®n, a?ad¨ªa, de que abandonemos las dos ideas dominantes en los procesos de construcci¨®n del Estado y de la naci¨®n: ¡°Que todo Estado debe esforzarse por convertirse en un Estado nacional y que toda naci¨®n debe aspirar a convertirse en un Estado¡±. Que abandonemos: se trata, pues, de un abandono m¨¢s que de una nueva conquista. Un doble abandono, en realidad, pues se refiere al Estado de todos y a la naci¨®n de cada cual y a los poderes ejercidos por partidos pol¨ªticos como titulares del poder del Estado y como gestores de identidades nacionales: una distribuci¨®n de poder al que se desnudar¨ªa de simb¨®licas legitimaciones nacionales, siempre excluyentes, nunca inclusivas; y una reorganizaci¨®n del Estado, conclu¨ªa Linz, que no puede responder a criterios homog¨¦neos ya que intenta dar respuesta a demandas distintas.
De acuerdo, es m¨¢s f¨¢cil decirlo que hacerlo, porque la tarea que tenemos por delante consiste en una nueva redistribuci¨®n de un poder asentado en bases institucionales consolidadas, las desarrolladas a partir de la ahora denostada Constituci¨®n de 1978. Pero aunque sea cierto que piedra tirada no vuelve al pu?o, y muchas piedras nos hemos arrojado a la cabeza en los ¨²ltimos a?os, merece la pena intentarlo, porque solo una cosa es cierta: encerrarse en la negaci¨®n absoluta a toda clase de reformas en el orden constitutivo ¡ªcomo Juan Valera criticaba de Cea Berm¨²dez¡ª es el mejor camino hacia el desastre.
Habr¨¢ que intentarlo, pues, y para ello tendr¨ªamos que aprender a entendernos y sentirnos no tanto como miembros de tal o cual naci¨®n sino como ciudadanos de un Estado democr¨¢tico y multinacional que no conoce fronteras interiores marcadas por identidades homog¨¦neas, divididas y excluyentes. Nadie dice que sea f¨¢cil, pero quiz¨¢, para iniciar el aprendizaje, no resulte superfluo echar una mirada atr¨¢s, cr¨ªtica, pero no por eso derogatoria, a la Constituci¨®n que nos devolvi¨® la convivencia en libertad y nos inici¨® en el camino de la autonom¨ªa como ciudadanos de un mismo Estado democr¨¢tico.
Santos Juli¨¢ es historiador.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.