El declive de los Estados nacionales
Nuestra clase pol¨ªtica vive envuelta en querellas y ajena a los cambios globales
Sucede con frecuencia que el fijarse en los acontecimientos cotidianos ¡ªahora, por cierto, extraordinariamente llamativos y numerosos¡ª impide fijarse en los realmente importantes, en los que marcan las tendencias. Uno de estos es el declive del Estado-naci¨®n, de los Estados nacionales que aparecen en Europa con el Renacimiento y se consolidan con la Revoluci¨®n Francesa. Curiosamente su existencia coincide con el apogeo y la hegemon¨ªa de Europa y sus naciones sobre el resto del mundo. Como explica Niall Ferguson (Civilizaci¨®n: Occidente y el resto), el hecho m¨¢s importante en la ¨²ltima mitad del segundo milenio es el dominio ejercido por Europa, por los pa¨ªses europeos, sobre el resto del mundo. Lo que le lleva a analizar las causas de esa superioridad que comienza con los imperios portugu¨¦s y espa?ol y termina con el brit¨¢nico, sustituido ya en el siglo pasado por el norteamericano; esa superioridad deja, por tanto, de ser europea, pero contin¨²a siendo occidental.
Pues bien: esos Estados nacionales protagonistas de nuestra hegemon¨ªa se encuentran, a mi juicio, en un periodo de declive, quiz¨¢s en el inicio de su decadencia. Hasta hace solo unos a?os, determinados edificios de nuestras ciudades luc¨ªan a su entrada el cartel Todo por la patria y en las juras de bandera nos compromet¨ªamos a derramar por ella ¡°hasta la ¨²ltima gota de nuestra sangre¡±. La patria representaba la soberan¨ªa, el ser (mundano) supremo, y as¨ª lo proclamaban solemnemente nuestras Constituciones.
Hoy, muy al contrario, la patria, a la que ahora denominamos ¡°pa¨ªs¡±, cuando no ¡°Estado¡±, ha pasado a ser una proveedora de servicios, fundamentalmente educaci¨®n, sanidad y pensiones; proveedora a la que maltratamos sin ambages cuando comete el m¨¢s m¨ªnimo error y, por desgracia, los comete con frecuencia.
Probablemente ello se debe, al menos en parte, a la cesi¨®n de funciones y competencias a favor de esa entidad supranacional que llamamos Uni¨®n Europea; y tambi¨¦n, en nuestro caso, a los traspasos de competencias a favor de las comunidades aut¨®nomas.
La patria, a la que ahora denominamos pa¨ªs o Estado, ha pasado a ser una proveedora de servicios
Pero en todo este proceso ha irrumpido, brusca y poderosamente, la globalizaci¨®n. La aldea global barruntada por algunos ha hecho acto de presencia y ha atravesado de parte a parte este proceso. La globalizaci¨®n ha abierto en canal a los Estados nacionales, convirtiendo lo que antes eran compartimentos estancos (soberan¨ªas contiguas) en un espacio abierto. La competencia es global. Adem¨¢s, hay que tener en cuenta que no solo han ca¨ªdo las barreras econ¨®micas: ah¨ª est¨¢n desde las inmigraciones masivas a las epidemias y desde las vallas al ¨¦bola para demostrarlo. Sin apenas darnos cuenta, aquellos Estados cerrados y soberanos se han abierto y han dejado de serlo, pero parece ser que nuestros dirigentes pol¨ªticos no se han enterado. Hasta hoy solo hab¨ªa que pactar las pol¨ªticas por las que nos relacion¨¢bamos con otros Estados: la exterior y la de defensa. Hoy es imprescindible pactar tambi¨¦n muchas otras: desde la educativa y la de I+D+i a la energ¨¦tica o la medioambiental, pues todas ellas son necesarias para competir con otros pa¨ªses.
Por ello es tan desmoralizador el ver a gran parte de nuestra clase pol¨ªtica envuelta en sus permanentes querellas y rivalidades, sin darse cuenta de lo anticuados que resultan en un mundo que ha cambiado y de lo contraproducentes que son para los intereses p¨²blicos.
Naturalmente que hay intereses contrapuestos en el seno de nuestras sociedades. Los partidos pol¨ªticos son una pieza imprescindible para pugnar a favor de los distintos intereses en liza. Pero al final deben alcanzar acuerdos (los Pactos de la Moncloa fueron un buen ejemplo) que plasmen las pol¨ªticas duraderas y estables que llamamos de Estado.
Pero no solo es imprescindible la colaboraci¨®n entre los partidos a trav¨¦s de las pol¨ªticas de Estado; tambi¨¦n lo es la colaboraci¨®n entre el sector p¨²blico y el privado, no solo porque se enriquecer¨¢n mutuamente (cross fertilization) sino tambi¨¦n para competir mejor en un mundo abierto.
El mundo est¨¢ cambiando a velocidad de v¨¦rtigo y tenemos que estar ojo avizor a estos cambios. Espa?a consigui¨®, solo a ¨²ltima hora, insertarse en el grupo de pa¨ªses m¨¢s adelantados del planeta (entre los 10 o 15 primeros de los casi 200 Estados). Tenemos una obligaci¨®n ineludible con nuestra sociedad de no quedarnos descolgados de ese grupo de cabeza y la competencia va a ser cada d¨ªa m¨¢s dif¨ªcil.
Tenemos que evitar descolgarnos del grupo de cabeza de los pa¨ªses del Globo
Europa, sobre todo a partir de la Revoluci¨®n Industrial, logr¨® una ventaja extraordinaria sobre el resto del mundo, lo que le permiti¨® gozar de una posici¨®n ¨²nica y envidiable. Hasta hace muy pocos a?os el mundo desarrollado (Europa, Norteam¨¦rica y Jap¨®n), es decir, apenas el 20% de la poblaci¨®n mundial, consum¨ªa el 80% de lo que se produc¨ªa. La globalizaci¨®n ha permitido que los dem¨¢s continentes se vayan convirtiendo en econom¨ªas industriales; la ventaja competitiva occidental va desapareciendo. En esta nueva situaci¨®n, mantener el Estado de bienestar va a ser cada d¨ªa m¨¢s dif¨ªcil, pero nuestras poblaciones entienden que dicho Estado de bienestar es un derecho adquirido e irrenunciable. Por tanto, no ven, o no quieren ver, la dificultad de mantenerlo y, en consecuencia, no est¨¢n dispuestos a poner los medios necesarios para su sostenibilidad.
Los pol¨ªticos ¡°obligados¡± a decir lo que la gente quiere o¨ªr siguen haciendo promesas, que saben irrealizables, para resultar elegidos.
En esta situaci¨®n, dos conductas son obligadas. La primera es la de la pedagog¨ªa; hay que explicar ¡°a la gente de a pie¡± lo que las personas que ven la realidad desde una atalaya social, empresarial o pol¨ªtica, saben sobradamente; hay que explicar qu¨¦ nos pasa y por qu¨¦ nos pasa, como dec¨ªa Ortega que era la funci¨®n del intelectual. De otro modo, la gente se resistir¨¢ a ning¨²n cambio porque no lo ver¨¢n necesario.
La otra conducta exigible es la de la ejemplaridad: las clases dirigentes y pudientes tienen que predicar con el ejemplo. Se avecinan tiempos dif¨ªciles y es imprescindible la confianza de la sociedad en su clase dirigente, solo as¨ª ser¨¢ posible evitar perder lo que con tanto esfuerzo se ha conseguido.
Eduardo Serra Rexach es presidente de la Fundaci¨®n Transforma Espa?a.
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