Primavera ¨¢rabe: esperanzas frustradas
Cuatro a?os despu¨¦s, algunos pa¨ªses han vuelto al autoritarismo y otros est¨¢n en plena descomposici¨®n estatal o se han enzarzado en guerras civiles. Hemos pasado de lo malo conocido a lo peor por conocer
Hace cuatro a?os la poblaci¨®n tunecina protagoniz¨® una revoluci¨®n popular en el curso de la cual el presidente Ben Ali fue derrocado. Este acontecimiento inesperado tuvo efectos inmediatos en una parte significativa del mundo ¨¢rabe, donde se registraron diversas r¨¦plicas en forma de movilizaciones antiautoritarias. En algunos casos se registraron t¨ªmidos procesos de apertura democr¨¢tica, pero en otros se asisti¨® a una peligrosa espiral de violencia que todav¨ªa no ha tocado fondo.
Transcurrido un tiempo razonable disponemos de la suficiente perspectiva para concluir que las expectativas que gener¨® la primavera ¨¢rabe se han visto defraudadas. Si bien es cierto que algunos pa¨ªses han emprendido una relativamente exitosa transici¨®n del autoritarismo hacia la democracia, como es el caso de T¨²nez (donde se ha registrado una transferencia pac¨ªfica de poder), lo cierto es que la trayectoria del resto es cuanto menos preocupante. Algunos han optado por una vuelta de tuerca autoritaria (como en Egipto, donde un golpe militar desaloj¨® a los Hermanos Musulmanes del poder) y otros est¨¢n inmersos en conflictos por la repartici¨®n del poder ante la descomposici¨®n estatal (como Libia o Yemen) o, peor a¨²n, se han enzarzado en guerras civiles con tintes sectarios (casos de Irak en el pasado y de Siria en la actualidad).
En estos ¨²ltimos casos, ya no se cumple la m¨¢xima weberiana de que el Estado tiene el monopolio del uso leg¨ªtimo de la violencia, puesto que un amplio abanico de actores no estatales se lo disputan (milicias armadas y grupos yihadistas como el Estado Isl¨¢mico, el Frente Al Nusra, Ansar Al Shar¨ªa, Ansar Bait Al Maqdis, todos ellos en la ¨®rbita de Al Qaeda). Por tanto, hemos pasado de lo malo conocido (los reg¨ªmenes autoritarios) a lo peor por conocer (grup¨²sculos yihadistas que pretenden redibujar las fronteras regionales y reinstaurar un califato isl¨¢mico por la fuerza de las armas).
Una de las claves para entender el mete¨®rico ascenso de dichos grupos es la exacerbaci¨®n de las tensiones sectarias en Oriente Medio, resultado directo de la lucha por la supremac¨ªa regional que libran entre bastidores Arabia Saud¨ª e Ir¨¢n, una guerra fr¨ªa que ha contaminado a Siria, Irak, Bar¨¦in y Yemen (todos ellos con importantes concentraciones de poblaci¨®n chi¨ª). El hecho de que sean precisamente Arabia Saud¨ª e Ir¨¢n quienes pretendan convertirse en referentes para los pa¨ªses de la regi¨®n deber¨ªa encender todas las alarmas, ya que son dos teocracias que violan sistem¨¢ticamente los derechos humanos m¨¢s elementales y persiguen las libertades p¨²blicas, donde la igualdad de g¨¦nero es una quimera y donde todo aquel que eleva la voz o disiente es perseguido de manera brutal.
La irrupci¨®n del Estado Isl¨¢mico supone un nuevo factor desestabilizador
La primavera ¨¢rabe fue una reacci¨®n popular ante los reiterados abusos de los reg¨ªmenes autoritarios. A pesar de las diferencias existentes entre los pa¨ªses ¨¢rabes, la mayor¨ªa de ellos se caracterizan por un d¨¦ficit de libertades (expresi¨®n, reuni¨®n o asociaci¨®n), una sistem¨¢tica violaci¨®n de los derechos humanos (falta de rendici¨®n de cuentas e impunidad), una legislaci¨®n restrictiva (que impide o dificulta la formaci¨®n de asociaciones y partidos pol¨ªticos), una patente desigualdad de g¨¦nero (fruto del contexto religioso, pero tambi¨¦n de los valores patriarcales imperantes) y leyes de emergencia o antiterroristas establecidas con el pretexto de combatir las amenazas externas (casos de Egipto, Argelia, Siria y Arabia Saud¨ª).
Cuatro a?os despu¨¦s de la primavera ¨¢rabe no existen demasiadas razones para el optimismo. En Egipto se ha experimentado un retroceso generalizado de las libertades desde la llegada a la presidencia de Al Sisi. En primer lugar, los Hermanos Musulmanes, la formaci¨®n que se impuso en las elecciones legislativas de 2011 y presidenciales de 2012, han sido desalojados del poder e ilegalizados bajo la acusaci¨®n de haberse convertido en un grupo terrorista, equipar¨¢ndole, nada m¨¢s y nada menos, con Al Qaeda. Veinte mil de sus simpatizantes y dirigentes han sido encarcelados y varios cientos de ellos ya han sido condenados a muerte, entre ellos sus m¨¢ximos responsables. En segundo lugar, se ha aprobado una Ley Antiprotestas para impedir que vuelvan a repetirse las multitudinarias manifestaciones de la plaza de Tahrir y 23 activistas, entre ellos conocidos blogueros y activistas del Movimiento de J¨®venes 6 de Abril, han sido condenados a elevadas penas de prisi¨®n por cuestionarla. Por ¨²ltimo, el Ministerio de Asuntos Sociales y Justicia ha dado un ultim¨¢tum a todas las asociaciones a que se registren conforme a la muy restrictiva Ley de 84/2002, que permite a las autoridades disolver las asociaciones, bloquear sus fondos e, incluso, encarcelar a sus responsables si representan una amenaza para la seguridad nacional.
En el caso de Siria e Irak nos encontramos con dos reg¨ªmenes sectarios que tratan de instrumentalizar la heterogeneidad religiosa en su propio beneficio. El conflicto civil que sufren ambos pa¨ªses ha provocado que diferentes grupos no estatales disputen al poder central el monopolio del uso leg¨ªtimo de la violencia. Milicias armadas y grupos yihadistas se han apoderado de partes significativas del territorio, lo que en algunas zonas implica la imposici¨®n de una retr¨®grada interpretaci¨®n de la ley isl¨¢mica o shar¨ªa y, en ocasiones, la persecuci¨®n de las minor¨ªas religiosas. Cinco millones de iraqu¨ªes se vieron obligados a abandonar sus hogares en la pasada d¨¦cada como consecuencia de la guerra sectaria librada entre diferentes milicias armadas sunn¨ªes y chi¨ªes. Esta cifra se ha superado ampliamente en Siria, donde nueve millones de personas, casi la mitad de la poblaci¨®n, se han convertido en refugiados o desplazados internos. En Irak, los secuestros, extorsiones y ejecuciones por parte de las milicias armadas, que muchas veces act¨²an en connivencia con el poder central, son el pan de cada d¨ªa. En Siria, el r¨¦gimen y algunas milicias armadas practican a diario cr¨ªmenes de guerra y de lesa humanidad y la guerra ya ha costado la vida a 225.000 personas.
Existe una profunda desafecci¨®n hacia
La irrupci¨®n del Estado Isl¨¢mico supone un nuevo factor desestabilizador. Dicho grupo, que controla ocho provincias sirias e iraqu¨ªes y que gobierna a cinco millones de personas, pretende restaurar un califato isl¨¢mico. Sus pr¨¢cticas comprenden flagelaciones, amputaciones, crucifixiones, torturas y ejecuciones sumarias. No s¨®lo se aplican a sus enemigos, sino tambi¨¦n a quienes beben alcohol, cometen adulterio o roban. El Estado Isl¨¢mico ha situado en el punto de mira a las minor¨ªas confesionales con la deportaci¨®n de cristianos y la eliminaci¨®n de los yazid¨ªes, pero tambi¨¦n a los propios musulmanes, puesto que tachan de ap¨®statas a los chi¨ªes y a todos aquellos que se atreven a cuestionar su delirante interpretaci¨®n del islam. En este sentido merece recordarse que en los ¨²ltimos meses se han perpetrado masacres entre varias tribus sunn¨ªes que se alzaron contra ellos y ejecutado a diversos ulemas que se resistieron a jurarles obediencia.
Yemen y Libia, otros dos pa¨ªses donde la primavera ¨¢rabe prendi¨® y sus dirigentes fueron desalojados del poder, se han adentrado en una peligrosa huida hacia ninguna parte como resultado de la descomposici¨®n del poder central. Yemen se enfrenta a una revuelta protagonizada por los huz¨ªes del norte que se han apoderado de la capital San¨¢, mientras que Libia dispone de dos Gobiernos ¡ªuno en Tr¨ªpoli y otro en Tobruz¡ª que se disputan el poder. En ambos pa¨ªses, las milicias armadas imponen su ley y Al Qaeda goza de significativas bolsas de apoyo. Las organizaciones de defensa de los derechos humanos han denunciado masacres de civiles, as¨ª como secuestros, torturas y ejecuciones de rivales pol¨ªticos, muchas veces basados en criterios tribales o sectarios, cr¨ªmenes que quedan impunes ante la creciente anarqu¨ªa.
Si bien es cierto que este diagn¨®stico puede parecer excesivamente sombr¨ªo, tambi¨¦n lo es que existe una profunda desafecci¨®n hacia las ¨¦lites dirigentes en el conjunto del mundo ¨¢rabe que podr¨ªa servir de detonante para nuevas movilizaciones populares. No debe olvidarse que el pan, la libertad y la justicia social que demandaban los manifestantes hace cuatro a?os siguen siendo asignaturas pendientes que podr¨ªan traducirse en una segunda ola revolucionaria.
Ignacio ?lvarez-Ossorio es profesor de Estudios ?rabes e Isl¨¢micos la Universidad de Alicante
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