?Fin de los delirios?
La historia es lenta, pero no tiene vuelta atr¨¢s: algo ya ha cambiado en Cuba
Tuve las primeras noticias de la revoluci¨®n cubana en la universidad de Princeton, en Estados Unidos del presidente Eisenhower y del vicepresidente Richard Nixon, cuando hab¨ªa terminado mis estudios en Chile y hac¨ªa un posgrado en asuntos internacionales. Hab¨ªa un profesor de origen cubano, casado con una norteamericana de fortuna, y por su mansi¨®n, alrededor de una piscina hollywoodiense, pasaban revolucionarios en ciernes, miembros del movimiento 26 de julio, exiliados diversos y opositores de todas las tendencias a la dictadura de Fulgencio Batista. Algunos de esos personajes, el juez Manuel Urrutia, presidente de la rep¨²blica en los a?os iniciales del castrismo; Felipe Pazos, joven economista que despu¨¦s desempe?¨® cargos importantes, salieron pronto al exilio. Pero las simpat¨ªas por la revoluci¨®n eran universales; los primeros exiliados, bautizados por Fidel como gusanos, sal¨ªan de la isla y no eran bien acogidos en ninguna parte, con la improbable excepci¨®n de la pen¨ªnsula de La Florida. Pasaban a ser exiliados apestados. ?Qu¨¦ f¨¢cil es ser exiliado chileno, me dijo un intelectual cubano en los tiempos del pinochetismo, y qu¨¦ dif¨ªcil, qu¨¦ porvenir oscuro, tiene el exilio del Comandante Castro, el de la gusanera!
Viaj¨¦ en enero de 1968 a La Habana, invitado por las instituciones culturales de la revoluci¨®n. Era entonces diplom¨¢tico chileno de carrera y mi pa¨ªs hab¨ªa roto relaciones con Cuba en 1964. Pero el ministro del Gobierno dem¨®crata cristiano de esos d¨ªas me autoriz¨® con gusto. Hab¨ªa partidarios militantes de la revoluci¨®n castrista, pero tambi¨¦n abundaban por todos lados los simpatizantes discretos y m¨¢s o menos secretos. El generalizado esp¨ªritu antiyanqui facilitaba las extravagancias ideol¨®gicas de todo orden: desde gaullistas y franquistas hasta liberales y centristas mexicanos y sudamericanos.
Cuando regres¨¦ a Cuba a finales de 1970, como diplom¨¢tico encargado de abrir la Embajada chilena, la situaci¨®n era radicalmente diferente. Una parte influyente del Gobierno reci¨¦n instalado de Salvador Allende pensaba que la panacea pol¨ªtica y econ¨®mica era Cuba: la respuesta frente a la dependencia y el subdesarrollo de nuestras democracias mediocres. Me tocaron d¨ªas dif¨ªciles, intensos, marcados por el fracaso monumental de la zafra de 10 millones de toneladas de az¨²car que hab¨ªa prometido el Gobierno del Comandante Castro. No tard¨¦ mucho en entender que hab¨ªa un desfase completo entre la visi¨®n externa de Cuba y las realidades internas. En la noche de mi llegada convers¨¦ tres horas, entre las dos y las cinco de la madrugada, en las oficinas de la redacci¨®n del diario oficial, Granma, con Fidel Castro en persona, que mientras conversaba conmigo escog¨ªa las fotos suyas que deb¨ªan publicarse en la primera plana del d¨ªa siguiente, y que de repente, al pasar, con un gesto r¨¢pido, me advert¨ªa de que eso no era ¡°culto de la personalidad¡±.
Saludo con optimismo mitigado la posibilidad de apertura y de evoluci¨®n interna en la isla
Al final de la ma?ana siguiente, un s¨¢bado, me visitaban en el bar de mi hotel escritores cubanos que hab¨ªa encontrado en mis viajes o que me conoc¨ªan como lectores. Despu¨¦s del segundo daiquiri, con medias palabras, haciendo gestos, apuntando a los posibles micr¨®fonos, me contaron una historia diferente, de sospechas, delaciones, censuras. Me hablaron de las UMAP, las unidades militares de ayuda a la producci¨®n, y de colegas suyos, acusados de vagancia, de homosexualidad, de delitos comparables, que hab¨ªan pasado temporadas en esos infiernos. Como ven¨ªa de un pa¨ªs optimista e ingenuo, utopista y mal informado, donde algunos dirigentes pensaban que la alta inflaci¨®n servir¨ªa para destruir el poder de la burgues¨ªa, decid¨ª escribir mi testimonio. Ya sab¨ªa, a muy poco andar, que si un r¨¦gimen parecido se instalaba en Chile, yo ser¨ªa uno de los primeros en salir al exilio. Lo dije hace poco, en una conferencia p¨²blica, en Santiago de Chile, y un viejo amigo de izquierda se retir¨® de la sala, indignado. Es decir, el conflicto contin¨²a, y despu¨¦s del restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, seguir¨¢ vivo, pero con una posibilidad de apertura y de evoluci¨®n interna que son nuevas, que saludo con el optimismo mitigado, reservado, que las circunstancias permiten.
Cuando sal¨ª de la isla al cabo de s¨®lo tres meses y medio, y cuando publiqu¨¦ en Espa?a mi memoria del caso, Persona non grata, me dijeron que mi obsesi¨®n por la vigilancia policial cubana era una forma de paranoia. Y recib¨ª en esos d¨ªas una larga carta de Guillermo Cabrera Infante, exiliado cubano en Londres, y que me dec¨ªa textualmente: ¡°No hay delirio de persecuci¨®n ah¨ª donde la persecuci¨®n es un delirio¡±.
Como pueden apreciar ustedes, el uso correcto del lenguaje es una virtud esencial. Ahora se ha producido la conjunci¨®n de tres personas adaptadas a la circunstancia: Ra¨²l Castro, m¨¢s racional, menos impulsivo que su hermano Fidel; Barack Obama, que desear¨ªa terminar con esta herencia postergada de la guerra fr¨ªa; y el papa Francisco, que tiene una visi¨®n humanista latinoamericana. No es poco, pero no hay que esperar resultados r¨¢pidos. Pasaron los a?os del fidelismo, de la diplomacia impulsiva, de las carreras presidenciales para ir a rendirle pleites¨ªa al L¨ªder M¨¢ximo. Nada cambiar¨¢, nos asegura en la prensa la hija de Ra¨²l, pero algo ya ha cambiado. La historia es lenta, pero no tiene regreso.
Jorge Edwards es escritor.
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