El famoso individualismo espa?ol
Tanto la izquierda como la derecha se han dejado cautivar por la creencia en ese ¡°car¨¢cter nacional¡±, cuando m¨¢s bien se han impuesto el estatismo, el corporativismo, el clientelismo y la fuerza de la familia y el grupo
Al narrar el episodio de Viriato, Modesto Lafuente, en su tan le¨ªda Historia general de Espa?a, le presenta como iniciador de una milenaria saga espa?ola de caudillos o generales salidos del pueblo, protagonistas de proezas que asombran al mundo pero que acaban en derrotas. Los seguidores de Viriato, incapaces de ¡°agruparse en derredor de la bandera de tan intr¨¦pido jefe¡±, se dividieron en facciones que convirtieron aquella gesta en un sacrificio in¨²til. El ¡°individualismo¡± espa?ol hizo que tanta heroicidad no lograra evitar la ¡°esclavizaci¨®n¡± de la Pen¨ªnsula por los romanos. El individualismo, conclu¨ªa Lafuente, era el mayor defecto de los espa?oles: a ¨¦l se debi¨® tambi¨¦n que el pa¨ªs se dividiera en reinos durante la Edad Media, como se dividi¨® en juntas frente a Napole¨®n, lo que prolong¨® dolorosamente aquellas guerras.
?ngel Ganivet, medio siglo m¨¢s tarde, dir¨ªa que Espa?a se diferenciaba de Europa, y hasta era su polo opuesto, por su ¨¦tica estoica, su religiosidad intolerante, su creatividad po¨¦tica, su incompatibilidad con ¡°objetivos materialistas¡± y su ¡°individualismo en¨¦rgico y sentimental¡±.
Al individualismo se refiri¨® igualmente Rafael Altamira, en su Psicolog¨ªa del pueblo espa?ol. Y Ortega y Gasset, en su Espa?a invertebrada, vio el pa¨ªs entregado ¡°al imperio de las masas¡± nada menos que desde los visigodos. Esa ¡°rebeli¨®n sentimental de las masas¡±, ese ¡°odio a los mejores¡±, era para ¨¦l ¡°la ra¨ªz verdadera del gran fracaso hisp¨¢nico¡±; de ah¨ª part¨ªan los males desintegradores o desvertebradores de Espa?a: la insolidaridad, el ¡°particularismo¡±, el individualismo cong¨¦nito.
Los exiliados en 1939 a?adieron al individualismo otro negativo componente del ¡°car¨¢cter nacional¡±: el cainismo, el odio entre hermanos, que imposibilitaba la construcci¨®n de una convivencia civil europea, moderna. Solo disent¨ªan en la causa de aquel defecto: las guerras sertorianas, los visigodos, la carencia de feudalismo, la herencia ¨¢rabe, el aislamiento cultural decretado por Felipe II, la represi¨®n inquisitorial, el car¨¢cter austero e insolidario derivado de la sequedad del paisaje castellano... Pero del arraigado individualismo hisp¨¢nico no dudaba nadie.
La m¨¢s c¨¦lebre de las pol¨¦micas posteriores a la guerra se libr¨® a miles de kil¨®metros de la Pen¨ªnsula, entre Am¨¦rico Castro y Claudio S¨¢nchez Albornoz. El primero elabor¨® toda una teor¨ªa sobre la ¡°morada vital¡± espa?ola basada en el ¡°absolutismo personal¡± o ¡°integralismo de la persona¡±, derivado de la pugna entre ¡ªy la represi¨®n sobre¡ª las ¡°castas¡± y la subsiguiente sumisi¨®n total de la sociedad a un entramado de poder constituido por el Estado y la Iglesia que oprim¨ªa al creador intelectual. Pero en lugar de concluir que eso hab¨ªa ahogado todo individualismo, para Castro eso hab¨ªa conducido a un individualismo de tipo amargado y nihilista. Albornoz, por su parte, pese a declararse positivista y enemigo del Volksgeist rom¨¢ntico, tambi¨¦n defend¨ªa la existencia de una ¡°forma de ser¡± espa?ola, derivada del medio f¨ªsico y la herencia y vigente durante milenios, cuyos rasgos constantes eran la rudeza, la violencia, la sobriedad y un ¡°exagerado individualismo¡±, consecuencia de la sequedad de la tierra (mesetaria, desde luego; como tantos otros, identificaba Espa?a con Castilla).
El anarquismo que domin¨® aqu¨ª fue de inspiraci¨®n populista cristiana
En fin, tanto la izquierda como la derecha se han dejado cautivar por esta creencia en un ¡°car¨¢cter espa?ol¡± dominado por un disolvente individualismo. Pero ninguno de aquellos an¨¢lisis fue una descripci¨®n as¨¦ptica de la realidad ni se apoy¨® en datos m¨ªnimamente verificables. Fueron, en definitiva, llamamientos a la uni¨®n, a la represi¨®n de toda discrepancia, y residuos del estereotipo rom¨¢ntico de los guerrilleros y las C¨¢rmenes. Porque lo que de verdad ha caracterizado a la cultura pol¨ªtica espa?ola moderna ha sido precisamente la debilidad del individualismo: el estatismo, el corporativismo, el clientelismo, la fuerza de la familia y del grupo sobre el individuo.
En ninguna revoluci¨®n espa?ola del XIX y XX domin¨® el individualismo. La primera Constituci¨®n, la ¡°liberal¡± de C¨¢diz, carece de una declaraci¨®n de libertades y no reconoce, por ejemplo, el derecho a no ser cat¨®lico. La naci¨®n sustituy¨® en ella, es cierto, al rey como sujeto de la soberan¨ªa. Pero la naci¨®n se atribuy¨® poderes absolutos, en la senda del revolucionarismo franc¨¦s que le hab¨ªa precedido pocos a?os antes. Fue colectivismo autoritario, no individualismo libertario al estilo angloamericano.
En el otro gran estallido revolucionario del XIX, el Sexenio 1868-1874, brill¨® fugazmente alguien como Pi y Margall, que hablaba de la soberan¨ªa individual, pero todo se vio anegado, durante el ca¨®tico verano de 1873, por una revoluci¨®n protagonizada por entes colectivos, como los cantones.
Lleg¨® m¨¢s tarde el anarquismo, que pareci¨® confirmar el clich¨¦ del individualismo hispano. Pero el anarquismo que domin¨® aqu¨ª fue kropotkiniano, de inspiraci¨®n populista cristiana; su sujeto mesi¨¢nico era una colectividad, el pueblo trabajador, puro y sufriente, y propon¨ªa como ideal de sociedad igualitaria la de las hormigas o las abejas, regidas por la cooperaci¨®n y el sacrificio por la colectividad. Hormigueros y colmenas, vaya modelos de libertad individual.
Lo mejor de la tradici¨®n pol¨ªtico-intelectual moderna estuvo representado por la Instituci¨®n Libre de Ense?anza, que sin duda dedic¨® sus esfuerzos a formar individuos aut¨®nomos, pero cuya base filos¨®fica era el organicismo y el armonismo de Karl Krause, importado por Juli¨¢n Sanz del R¨ªo a mediados del XIX. Preguntado por qu¨¦ le hab¨ªa seducido precisamente Krause, fil¨®sofo de escaso renombre, el propio Sanz del R¨ªo respondi¨® que por la similitud que encontr¨® entre sus principios fundamentales y los del escolasticismo tomista aprendido en su juventud.
En fin, al rev¨¦s que en las pel¨ªculas de Hollywood, el h¨¦roe del radicalismo espa?ol del XIX y XX nunca es el individuo rebelde, sino una colectividad: el pueblo, la clase, la naci¨®n. Raras veces se ve con respeto que el individuo persiga, por su cuenta, fines particulares.
¡°Liberales¡± como Aznar o Aguirre se distinguen por no respetar las opiniones del adversario
La derecha tradicionalista o antiliberal, por su parte, sintetiza religi¨®n, orden social y patriotismo en la f¨®rmula ¡°la verdadera Espa?a¡±, en la que no hay espacio para las libertades individuales. En los ¨²ltimos tiempos se dir¨ªa que esto ha cambiado, porque parte de la derecha se declara ¡°liberal¡±. Pero solo lo aplican a la econom¨ªa, a la privatizaci¨®n de empresas o servicios p¨²blicos o al desguace del Estado de bienestar. Hay, sin duda, liberales entre ellos, pero como partido su liberalismo se esfuma ante su intensa pol¨ªtica clientelar. Aznar cambi¨® presidentes de empresas privadas, oblig¨® a fusiones, hizo que se crearan empresas para perjudicar a adversarios pol¨ªticos, desarroll¨® regulaciones que favorec¨ªan a sus partidarios; su intervenci¨®n en Caja Madrid, sustituyendo a Terceiro por Blesa, merece especial recuerdo. En cuanto a defender e incrementar las libertades pol¨ªticas, sencillamente no es lo suyo; al rev¨¦s, ¡°liberales¡± como Aznar o Aguirre se distinguen por un autoritarismo chulesco que no respeta las opiniones del adversario ni aun reconoce su derecho a opinar.
Lo comunitario es, en resumen, la referencia dominante en los programas pol¨ªticos, el sujeto en cuyo nombre se reivindican derechos. De ah¨ª que sea tan f¨¢cil la conversi¨®n de excarlistas o exmarxistas en nacionalistas (espa?oles, catalanes, vascos); transfieren su lealtad de una comunidad a otra. O que los obispos, que durante dos siglos condenaron la declaraci¨®n de los derechos del hombre y del ciudadano, se sumen tan alegremente a la defensa de ¡°derechos colectivos¡±. De ah¨ª tambi¨¦n el car¨¢cter hasta cierto punto enga?oso de la Transici¨®n a la democracia. Como en 1812, una sociedad que se acost¨® un d¨ªa autoritaria se levant¨® al siguiente dem¨®crata y moderna. Pero no liberal. No es el respeto al discrepante lo que se ense?a en la escuela. Y quien gana las elecciones se cree con derecho a ejercer un poder con muy escasas restricciones.
El p¨²blico, acostumbrado a este tipo de ret¨®rica desde hace siglos, lo acepta. Pero pagaremos sus inconvenientes. Porque la sociedad ha cambiado. Es moderna, est¨¢ secularizada, es individualista de hecho; en la vida diaria, los espa?oles persiguen su bienestar material. El discurso pol¨ªtico, sin embargo, no lo refleja. En la ret¨®rica al uso siguen dominando las llamadas a la ¡°solidaridad¡± y las condenas del ¡°individualismo¡±.
Eso dificulta los arreglos. Porque es m¨¢s f¨¢cil partir del individuo y negociar cuotas de bienestar que dirimir exigencias absolutas de comunidades metaf¨ªsicas, como Euskadi, Catalu?a o las ¡°dos Espa?as¡±.
Jos¨¦ ?lvarez Junco es historiador. Su ¨²ltimo libro es Las historias de Espa?a (Pons / Cr¨ªtica).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.